Busquemos a Jesús queriendo sentir su perdón que renueva nuestra vida y encontremos gracia por luchar por todo lo bueno y con su amor podamos ir al encuentro con los demás
Génesis 22, 1-9; Sal 114; Mateo 9,1-8
‘Le presentaron un paralítico, acostado en su camilla’. Jesús había
llegado de nuevo a su ciudad y aun no le dejaban ni llegar a casa. El
evangelista Mateo sitúa este episodio en plena calle. Le traen un paralítico,
en su camilla. Quieren que le cure, que pueda andar.
¿Qué buscan en Jesús? ¿Qué buscamos nosotros? En aquel caso tenemos
claro que lo que buscan es la curación, la salud. Corría la noticia por todas
partes no solo de que había aparecido un profeta en Galilea que anunciaba el
Reino de Dios y cuyas palabras sembraban esperanza en sus corazones, sino como
es natural en las gentes que están acosadas por todo tipo de sufrimientos que
aquel profeta hacia muchos milagros y curaba a los enfermos, dando vista a los
ciegos, limpiando de su lepra a los leprosos, curando a los paralíticos,
expulsando los demonios de los endemoniados. Le traen a Jesús aquel paralítico
para que lo cure.
Pero nos preguntábamos también qué buscamos nosotros en Jesús, qué
buscamos en la religión, en nuestra relación con Dios. Cada uno allá en su
interior sabe lo que busca y no es cuestión de hacer juicios. Pero cada uno de
nosotros sabemos cuando nuestra oración es más fervorosa en nuestras
peticiones. Puede ser clave para darnos cuenta de qué es lo primordial para
nosotros en nuestra relación con Dios. ¿Los problemas que nos van apareciendo
en la vida? ¿Nuestro dolor y sufrimiento en las enfermedades o limitaciones físicas
que podamos tener? Seguramente no nos quedamos ahí y tendremos el deseo de ser
mejores, o acaso sintamos preocupación por los que están cercanos a nosotros y
lleguemos a ver sus sufrimientos y recemos por ellos. Pero ¿nos quedaremos solo
en esas cosas? Pudiera sucedernos.
Jesús busca más en el corazón del hombre; quiere ofrecernos mucho más.
En su amor por nosotros quiere también alejar de nuestra vida todo sufrimiento
y todo lo que pudiera limitarnos en algún sentido. Pero Jesús quiere que seamos
conscientes de cual es el mal más profundo que puede haber dentro de nosotros y
nos produce peores limitaciones.
Nuestra invalidez no es solo que nuestros miembros no puedan
sostenernos y de ellos podamos valernos para realizar las cosas normales de
nuestra existencia. Hay muchas otras cosas que nos invalidan desde lo más
profundo cuando dejamos meter el mal, el desamor, el odio quizás en nuestro
interior. La falta de amor nos inmoviliza mucho más que unas limitaciones físicas
de nuestros miembros porque nos hace incapaces de poder ir al encuentro con los
demás.
Estamos muy aferrados en multitud de ocasiones a la camilla de nuestro
yo, de nuestra insolidaridad, del orgullo y del amor propio, de los recelos y
las desconfianzas y vamos poniendo barreras en nuestro entorno, cosas y
actitudes que nos distancian de los demás, que crean rupturas en nuestras
relaciones y nos sucede incluso con aquellos que pudieran ser mas cercanos como
son nuestra propia familia. Cuantas familias rotas cuando nos invalidamos con
nuestros orgullos, nuestra insolidaridad, nuestros egoísmos, nuestros pensar
solo en nosotros mismos.
Jesús lo primero que le dice a aquel hombre que le traen en su camilla
es ‘perdonados son tus pecados’. Los que le rodean no lo entienden. Pero
es el mejor regalo que Jesús puede ofrecernos, y El puede en verdad ofrecérnoslo
porque para eso ha venido, para derramar su sangre para el perdón de nuestros
pecados. El quiere una vida nueva en nosotros que esté inundada de amor. Por
eso lo primero que hará es arrancar el pecado de nuestro corazón con su perdón,
para que podemos ser en verdad ese hombre nuevo del amor.
Busquemos a Jesús queriendo sentir su perdón que renueva nuestra vida.
Busquemos a Jesús para que encontremos gracia por luchar por todo lo bueno.
Busquemos a Jesús y con El y su amor vayamos al encuentro con los demás.
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