Frente a la tentación del orgullo y la vanidad que todo lo corroe tengamos actitudes de humildad y sencillez que nos hagan verdaderos servidores de los demás
2Corintios
9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18
La vanidad es un mal compañero de la vida. Aunque el vanidoso se crea
el rey del mundo, se ponga por encima de los demás, se cree que es el único que
hace bien las cosas, sin embargo es algo que nos destruye por dentro como
siempre destruye el orgullo y a la larga no nos hace enteramente felices, merma
nuestras relaciones con los demás y en cierto modo nos vamos como aislando del
trato afable con los semejantes.
Es una tentación fácil que se nos puede meter por dentro cuando nos
consideramos indispensables, nos creemos perfectos, y tendemos a poner siempre
en un escalón más alto que los que nos rodean. Surge el desprecio y la
discriminación porque no con todos queremos mezclarnos porque no los
consideramos tan dignos como nosotros.
Nos llenamos de apariencias y simulaciones, porque no queremos dejar que se trasparenten
nuestros defectos, y nos sentimos heridos por la envidia cuando vemos a otros
que pueden sobresalir sobre nosotros, y más aun cuando alguien nos quiere hacer
caer en la cuenta de la vanidad de la vida.
Es bueno que recapacitemos sobre estas cosas que sutilmente pueden
envolver nuestras relaciones y nuestro trato con los demás. Nuestro estilo tiene
que ser de otra manera. Es lo que Jesús quiere hacernos reflexionar hoy con su
palabra. ‘Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial’, les dice a quienes quieren seguirle. Y es que
estas actitudes vanidosas se nos pueden meter también en los actos de nuestra
vida religiosa.
Hace referencia Jesús de manera
especial en el ayuno, las limosnas y las oraciones, fijándose en las actitudes
y posturas de los fariseos. No hacer las cosas para que nos vean los que nos
rodean y nos digan lo buenos que somos. Ya nos dirá que lo que hace tu mano
izquierda que no se entere la derecha, para decirnos como calladamente hagamos
el bien. Si alguien nota que hacemos el bien, que sea para la gloria de Dios,
para que glorifiquen al Señor, como nos dirá en otra ocasión. Pero no es cuestión
de ir tocando campanillas delante de nosotros para llamar la atención cuando
vamos a hacer el bien.
Son las actitudes de humildad y
sencillez que han de llenar nuestra vida. La generosidad ha de nacer de lo
hondo del corazón y desde lo hondo del corazón daremos gloria al Señor con todo
aquello bueno que hacemos. Pero nuestras
posturas no han de ser predicarnos a nosotros mismos buscando la gloria de los
hombres, los reconocimientos humanos. Es una tentación que tenemos. Cuantos están
buscando que le pongan una plaquita allí donde hicieron una cosa buena para que
todos sepan cuantas cosas hicieron. Vanidades mundanas que nos quieren llevar a
aparecer en primera fila para que todos se fijen en nosotros.
Ya nos dirá el Señor en otra
ocasión que no acumulemos tesoros en la tierra donde todo se corroe, sino que
atesoremos tesoros en el cielo. Si los tesoros y los oropeles mundanos nos
corroen el corazón, porque fácilmente buscando esos oropeles y reconocimientos
nos pueden llevar a mucha corrupción, a mucha manipulación de los que nos rodean.
Cuanto daño nos hacemos y cuanto
daño podemos hacer a los demás. Tenemos tantos ejemplos de ese tipo de cosas en
lo que nos cuentan cada día los medios de comunicación de la corrupción que
tanto daño hace en nuestra sociedad. Tenemos que darle la vuelta y comencemos
dentro de nuestro corazón.
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