En la Eucaristía celebramos el memorial del Señor porque nos mandó hacer lo mismo que El hizo, lavar los pies y darnos el signo de su cuerpo entregado y su sangre derramada
Deut. 8,2-3.14b-16ª; Sal. 147; 1Cor.
10,16-17; Jn. 6,51-58
Los recuerdos nos acompañan. Nos hacen revivir cosas que para nosotros
han sido importantes, en ocasiones nos hacen recobrar la ilusión y la esperanza
porque en el recuerdo de lo que vivimos nos sentimos motivados para mantener
nuestras luchas, nuestros esfuerzos, seguir haciendo el camino de la vida; también
el recuerdo quizá de momentos que no fueron tan agradables o de cosas que nos
pudieron causar problemas y sufrimientos, ahora nos sirven de lección en ese
magisterio de la vida misma para no tener quizás esos mismos tropiezos o para
aprender a reaccionar de forma distinta ante lo que ahora se nos va
presentando.
Es bueno recordar esos acontecimientos que han sido importantes en
nuestra vida. Cada uno tenemos nuestros propios recuerdos y experiencias.
Aunque caminamos en el momento presente vislumbrando un futuro que siempre
queremos que sea mejor estamos rodeados de recuerdos; que no son simplemente
objetos físicos, imágenes o cosas de orden material que quizás acumulamos en
nuestro entorno, sino que es algo que llevamos muy dentro, muy grabado en
nosotros y se convierten en emociones, sentimientos, certezas, deseos e
impulsos que nos siguen dando vida desde lo más hondo de nosotros. Esos
recuerdos nos hacen sentirnos fuertes e impulsan nuestra voluntad a seguir
soñando con cosas grandes y haciendo esos sueños realidad.
A raíz de estas consideraciones que me estoy haciendo sobre lo
importantes que son para nosotros los recuerdos de lo vivido, se me ocurre
hacerme una pregunta: ¿Cómo serían los recuerdos que los discípulos conservaban
de Jesús? De entrada decir que lo que nos narran los evangelistas es esa
recopilación, por decirle de alguna manera, que en los primeros momentos
hicieron de todo cuanto recordaban de Jesús. Es cierto que Jesús les mandó
hablar de todo ello a todas las gentes en su envío misionero, pero de algunas
cosas en especial les dijo claramente que habrían de hacer lo mismo, y que habrían
de hacerlo en memoria suya.
Y aquí quiero pensar de manea especial en todo lo acaecido en la
ultima cena, pues si primero les lavó los pies a los discípulos que con El
estaban sentados a la mesa, les diría que ellos habrían de hacer lo mismo lavándose
los pies los unos a los otros. Pero es que además el signo de aquella comida
pascual que allí estaban celebrando habría de hacerlo hasta el final de los
tiempos.
Allí estaba el pan como signo de su Cuerpo entregado y estaba la copa
llena de vino que habría de ser signo para siempre de su Sangre derramada para
la salvación de todos los hombres. Serían para siempre el signo de su pascua,
de su entrega, de su amor en la expresión más suprema del amor que era entregar
su vida. Y esto habrían de hacerlo para siempre en memoria suya, por eso como
más tarde nos explicaría san Pablo cada vez que comemos de este pan y bebemos
de este cáliz estamos haciendo memoria de la muerte de Señor hasta que vuelva.
Es el memorial del Señor, así llamamos para siempre nuestra
celebración de la pascua de Jesús, porque será algo más que memoria, algo más
que revivir, porque es hacer presente, es vivir de nuevo su pascua, es sentir
su presencia, es llenarnos para siempre de su vida.
Nos preguntábamos como seria la memoria, el recuerdo que los discípulos
hacían de Jesús. Ahí lo tenemos bien reflejado para siempre en lo que para
siempre será para nosotros la Eucaristía. No es un rito que hacemos en memoria,
es mucho más. Es comenzar de nuevo a vivir en nosotros todo lo que significa la
entrega de Jesús, la pascua de Jesús; y recordamos sus palabras, hacemos
memoria de todo aquello que Jesús fue haciendo y diciendo en su caminar en
medio de los judíos.
Pero no es el recuerdo de algo lejano, es mucho más. Es mucho más
porque estamos metiendo en nuestro corazón aquellas cosas que Jesús hacia y decía,
estamos sintiendo como se va haciendo vida en nosotros, como nos sentimos de
nuevo impulsados a caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchando sus
palabras, realizando sus mismos gestos y acciones.
Y entonces sentimos la urgencia de realizar aquello que de manera
especial nos mando el Señor, lavarnos los pies los unos a los otros. Ahí tiene
que estar expresado todo lo que va a ser nuestro amor, nuestro compromiso por
los demás, nuestro compartir y nuestra solidaridad, nuestro trabajo por la
justicia y la búsqueda de todo lo bueno que continuamente tenemos que hacer por
el hermano.
Celebramos el memorial del Señor cada vez que celebramos la Eucaristía
y de Cristo nos alimentamos; nos alimentamos porque le comemos, le comemos en
la Eucaristía y le comemos en la Palabra que plantamos hondo en nosotros; nos
alimentamos porque el nos ofrece el pan de vida que nos dará vida para siempre
y a partir de cada eucaristía y llenos de esa vida que El nos da comenzaremos a
repartir vida, a llenar de vida a los demás desde nuestro compromiso de amor.
Nunca la Eucaristía que celebramos va a estar lejos de nuestra vida ni de la
vida de los demás.
En el recuerdo del Señor, en el memorial del Señor que celebramos,
estaremos sintiendo una vez mas todo lo que ha hecho en nosotros a lo largo de
nuestra vida y nos sentiremos impulsados con una nueva fuerza, con una nueva
vitalidad para seguir viviendo el camino de Jesús, haciendo memoria del paso
del Señor por nosotros y para la vida del mundo, celebrando así la pascua del
Señor.
Haced vosotros lo mismo, haced esto en memoria mía, nos dice el Señor.
Eso hoy en esta fiesta grande de la Eucaristía que es la fiesta del Corpus lo
queremos celebrar, lo queremos proclamar cuando llevemos a Cristo mismo en la
Eucaristía por nuestras calles y plazas, pero es que eso significa y es
compromiso de cómo tenemos que ir al encuentro de Cristo en los demás, en los
que sufren, en todos los hombres y mujeres que son nuestros hermanos.
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