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domingo, 18 de junio de 2017

En la Eucaristía celebramos el memorial del Señor porque nos mandó hacer lo mismo que El hizo, lavar los pies y darnos el signo de su cuerpo entregado y su sangre derramada

En la Eucaristía celebramos el memorial del Señor porque nos mandó hacer lo mismo que El hizo, lavar los pies y darnos el signo de su cuerpo entregado y su sangre derramada

Deut. 8,2-3.14b-16ª; Sal. 147; 1Cor. 10,16-17; Jn. 6,51-58
Los recuerdos nos acompañan. Nos hacen revivir cosas que para nosotros han sido importantes, en ocasiones nos hacen recobrar la ilusión y la esperanza porque en el recuerdo de lo que vivimos nos sentimos motivados para mantener nuestras luchas, nuestros esfuerzos, seguir haciendo el camino de la vida; también el recuerdo quizá de momentos que no fueron tan agradables o de cosas que nos pudieron causar problemas y sufrimientos, ahora nos sirven de lección en ese magisterio de la vida misma para no tener quizás esos mismos tropiezos o para aprender a reaccionar de forma distinta ante lo que ahora se nos va presentando.
Es bueno recordar esos acontecimientos que han sido importantes en nuestra vida. Cada uno tenemos nuestros propios recuerdos y experiencias. Aunque caminamos en el momento presente vislumbrando un futuro que siempre queremos que sea mejor estamos rodeados de recuerdos; que no son simplemente objetos físicos, imágenes o cosas de orden material que quizás acumulamos en nuestro entorno, sino que es algo que llevamos muy dentro, muy grabado en nosotros y se convierten en emociones, sentimientos, certezas, deseos e impulsos que nos siguen dando vida desde lo más hondo de nosotros. Esos recuerdos nos hacen sentirnos fuertes e impulsan nuestra voluntad a seguir soñando con cosas grandes y haciendo esos sueños realidad.
A raíz de estas consideraciones que me estoy haciendo sobre lo importantes que son para nosotros los recuerdos de lo vivido, se me ocurre hacerme una pregunta: ¿Cómo serían los recuerdos que los discípulos conservaban de Jesús? De entrada decir que lo que nos narran los evangelistas es esa recopilación, por decirle de alguna manera, que en los primeros momentos hicieron de todo cuanto recordaban de Jesús. Es cierto que Jesús les mandó hablar de todo ello a todas las gentes en su envío misionero, pero de algunas cosas en especial les dijo claramente que habrían de hacer lo mismo, y que habrían de hacerlo en memoria suya.
Y aquí quiero pensar de manea especial en todo lo acaecido en la ultima cena, pues si primero les lavó los pies a los discípulos que con El estaban sentados a la mesa, les diría que ellos habrían de hacer lo mismo lavándose los pies los unos a los otros. Pero es que además el signo de aquella comida pascual que allí estaban celebrando habría de hacerlo hasta el final de los tiempos.
Allí estaba el pan como signo de su Cuerpo entregado y estaba la copa llena de vino que habría de ser signo para siempre de su Sangre derramada para la salvación de todos los hombres. Serían para siempre el signo de su pascua, de su entrega, de su amor en la expresión más suprema del amor que era entregar su vida. Y esto habrían de hacerlo para siempre en memoria suya, por eso como más tarde nos explicaría san Pablo cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos haciendo memoria de la muerte de Señor hasta que vuelva.
Es el memorial del Señor, así llamamos para siempre nuestra celebración de la pascua de Jesús, porque será algo más que memoria, algo más que revivir, porque es hacer presente, es vivir de nuevo su pascua, es sentir su presencia, es llenarnos para siempre de su vida.
Nos preguntábamos como seria la memoria, el recuerdo que los discípulos hacían de Jesús. Ahí lo tenemos bien reflejado para siempre en lo que para siempre será para nosotros la Eucaristía. No es un rito que hacemos en memoria, es mucho más. Es comenzar de nuevo a vivir en nosotros todo lo que significa la entrega de Jesús, la pascua de Jesús; y recordamos sus palabras, hacemos memoria de todo aquello que Jesús fue haciendo y diciendo en su caminar en medio de los judíos.
Pero no es el recuerdo de algo lejano, es mucho más. Es mucho más porque estamos metiendo en nuestro corazón aquellas cosas que Jesús hacia y decía, estamos sintiendo como se va haciendo vida en nosotros, como nos sentimos de nuevo impulsados a caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchando sus palabras, realizando sus mismos gestos y acciones.
Y entonces sentimos la urgencia de realizar aquello que de manera especial nos mando el Señor, lavarnos los pies los unos a los otros. Ahí tiene que estar expresado todo lo que va a ser nuestro amor, nuestro compromiso por los demás, nuestro compartir y nuestra solidaridad, nuestro trabajo por la justicia y la búsqueda de todo lo bueno que continuamente tenemos que hacer por el hermano.
Celebramos el memorial del Señor cada vez que celebramos la Eucaristía y de Cristo nos alimentamos; nos alimentamos porque le comemos, le comemos en la Eucaristía y le comemos en la Palabra que plantamos hondo en nosotros; nos alimentamos porque el nos ofrece el pan de vida que nos dará vida para siempre y a partir de cada eucaristía y llenos de esa vida que El nos da comenzaremos a repartir vida, a llenar de vida a los demás desde nuestro compromiso de amor. Nunca la Eucaristía que celebramos va a estar lejos de nuestra vida ni de la vida de los demás.
En el recuerdo del Señor, en el memorial del Señor que celebramos, estaremos sintiendo una vez mas todo lo que ha hecho en nosotros a lo largo de nuestra vida y nos sentiremos impulsados con una nueva fuerza, con una nueva vitalidad para seguir viviendo el camino de Jesús, haciendo memoria del paso del Señor por nosotros y para la vida del mundo, celebrando así la pascua del Señor.
Haced vosotros lo mismo, haced esto en memoria mía, nos dice el Señor. Eso hoy en esta fiesta grande de la Eucaristía que es la fiesta del Corpus lo queremos celebrar, lo queremos proclamar cuando llevemos a Cristo mismo en la Eucaristía por nuestras calles y plazas, pero es que eso significa y es compromiso de cómo tenemos que ir al encuentro de Cristo en los demás, en los que sufren, en todos los hombres y mujeres que son nuestros hermanos.

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