No somos amigos solo de nuestros amigos, sino que nuestro corazón tiene que tener una apertura universal
2Corintios
8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48
A veces en los perfiles de las redes sociales cuando uno trata de
definirse o alguien pretende decir cosas buenas de alguien se encuentra uno con
esta referencia, ‘es o soy amigo de mis amigos’. Y yo me pregunto ¿nada mas que
amigo de tus amigos? Alguna dirá que eso es ya gran cosa, porque alguno no
saber ni ser amigo de sus amigos. Pero ¿no habrá ahí una cierta limitación, una
manera de encerrarse en un círculo y de ahí no salir en búsqueda de algo más?
De alguna manera ese es el ritmo y el estilo que se vive
habitualmente; tenemos nuestro círculo de amistades, además de la familia, o
aquellas personas con las que convivimos o nos relacionamos cada día por
razones de vecindad, de trabajo u otras relaciones sociales.
Nos llevamos bien, somos buenos, intentamos llevarnos bien con los que
están a nuestro lado. Pero bien sabemos cuanto nos duele cualquier desaire que nos
hagan y como muchas veces pesa mucho en nosotros el orgullo y el amor propio. Y
así vamos marcando a la gente, a éste sí, y aquel no lo soporto. Y estaremos
recordando siempre cualquier contratiempo que hayamos tenido en alguna ocasión,
para echarlo en cara cuando haga falta, y rehuimos el saludo, volvemos la cara
al paso de aquellas personas que en alguna ocasión hayan hecho algo que no nos
ha gustado.
Qué difícil es olvidar, aunque digamos que perdonamos, porque siempre
tendremos presente, habrá ya una marca para toda la vida. Es nuestra realidad,
lo que se vive en nuestro entorno y lo que nos sentimos nosotros tentados a
hacer de la misma manera.
Jesús hoy viene a romper nuestros esquemas. Ya nos dice que no podemos
hacer lo que hace todo el mundo, que en nosotros tiene que haber algo distinto
y superior. No vamos a saludar solo a los que nos saludan siempre, ni hacer el
bien solo a los que nos hayan hecho el bien. Eso lo hace cualquiera. Como nos
dice Jesús hoy eso lo hacen también los paganos. Pero nosotros estamos llamados
a algo distinto y superior.
Y nos habla del perdón y del amor a nuestros enemigos. Un amor que nos
ha de llevar incluso a rezar por aquellos que nos hayan podido hacer mal. No es
fácil, pero si queremos seguir el mandato del amor de Jesús ese es un hermoso
paso que hemos de saber dar, porque cuando rezamos por alguien significa que ya
estamos comenzando a amarlo.
Y es que Jesús nos pone un modelo sublime, lo que es el amor de Dios
que se nos manifiesta en su propia entrega. Ya sabemos que para nosotros Jesús
es el rostro misericordioso de Dios. Por eso hoy nos dirá que seamos perfectos
como nuestro Padre celestial es perfecto, seamos compasivos y misericordiosos
como Dios es compasivo y misericordioso con nosotros.
Es la sublimidad del amor cristiano. No somos amigos solo de nuestros
amigos, sino que nuestro corazón tiene que tener una apertura universal. Son
las metas grandes del Evangelio. Es el estilo nuevo del Reino de Dios que Jesús
nos anuncia y que hemos de vivir
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