Hoy miramos a Jesús y contemplamos su Corazón, que es contemplar su vida, su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan
Deut.
7, 6-11; Sal 102; 1Jn 4, 7-16; Mt. 11, 25-30
Cuántas cosas hermosas se dicen entre sí los enamorados; rebuscan las
más bellas palabras, se inventan las más originales imágenes, todo se vuelve
romanticismo y poesía para expresar el amor que siente el uno por el otro, para
expresar cómo el uno para el otro es vida de su vida, cómo lo lleva guardado en
lo más hondo de su corazón, cómo quieren vivir una comunión eterna de amor de
manera que nada les separe.
Estaréis pensando que me habré vuelto romántico al comenzar esta reflexión
de hoy, pero es que quiero partir de esa hermosa realidad del amor humano, para
considerar qué grande es el amor que Dios nos tiene y como tenemos que
corresponder a ese amor. Esa imagen romántica del corazón, podríamos decir así,
que empleamos en nuestro lenguaje humano para expresar la hondura del amor
humano es la misma que hoy nos ofrece la iglesia para hablarnos del amor de Jesús
por nosotros.
Hoy celebramos el sagrado Corazón de Jesús. Hoy estamos queriendo
considerar lo hermoso del amor de Dios para con nosotros que así se manifiesta
en Jesús, por eso queremos contemplar su corazón. Llegamos hoy a considerar y
contemplar la sublimidad de la mística del amor. Hoy queremos levantarnos más y
más en esa escala del amor para llegar a la más profunda comunión mística con
Dios.
El amor siempre lleva a la comunión con el amado, quienes se aman
quieren permanecer unidos y que nada los separe, llegan como a sentir y vivir
como en un único corazón, porque así es la comunión de pensamientos, de
sentimientos, de acciones que expresan esa profunda unión. Los que se aman se
sienten como protegidos el uno en el otro, porque saben que su amor no les
fallará y eso siempre será un aliciente para esa lucha y esa conquista de su
mismo, para ese su crecimiento personal, para esa fortaleza contra las
adversidades y problemas que surjan, para lograr no solo su propia felicidad
sino también de cuantos le rodean.
Y todo eso lo sentimos en el amor de Dios. El nunca nos falla, su amor
es fiel y es eterno, no solo nos ha amado desde toda la eternidad sino que nos
seguirá amando por toda la eternidad. Unidos en el amor de Dios vamos a tener
vida en plenitud, vida eterna la llamamos, porque nos estamos haciendo
participes del ser de Dios. En el amor permanente de Dios que está siempre no
solo junto a nosotros sino en nosotros, porque quiere habitar en nuestro corazón,
sentiremos su fortaleza contra toda adversidad y todo cansancio en nuestras
luchas. Estimulados en ese amor de Dios estaremos en continuo crecimiento
interior y la felicidad mas honda que jamás ser humano podrá alcanzar porque
nos llenamos de la dicha de Dios.
Hoy miramos a Jesús y contemplamos su corazón, que es algo más que
contemplar un órgano del cuerpo, porque estamos contemplando su vida, estamos
contemplando su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que
nunca nos fallan, su protección, su gracia que inunda para siempre nuestra vida
y para eso nos da la fuerza de su Espíritu.
No nos quedamos en romanticismos, es cierto; experimentamos en
nosotros toda la fuerza del amor de Dios y queremos corresponder a ese amor que
nos lleve a la más profunda comunión, que será con Dios, pero que
necesariamente nos va a llevar a esa nueva comunión con nuestros hermanos, para
quienes siempre en el amor querremos lo mejor.
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