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viernes, 23 de junio de 2017

Hoy miramos a Jesús y contemplamos su Corazón, que es contemplar su vida, su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan

Hoy miramos a Jesús y contemplamos su Corazón, que es contemplar su vida, su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan

Deut. 7, 6-11; Sal 102; 1Jn 4, 7-16; Mt. 11, 25-30
Cuántas cosas hermosas se dicen entre sí los enamorados; rebuscan las más bellas palabras, se inventan las más originales imágenes, todo se vuelve romanticismo y poesía para expresar el amor que siente el uno por el otro, para expresar cómo el uno para el otro es vida de su vida, cómo lo lleva guardado en lo más hondo de su corazón, cómo quieren vivir una comunión eterna de amor de manera que nada les separe.
Estaréis pensando que me habré vuelto romántico al comenzar esta reflexión de hoy, pero es que quiero partir de esa hermosa realidad del amor humano, para considerar qué grande es el amor que Dios nos tiene y como tenemos que corresponder a ese amor. Esa imagen romántica del corazón, podríamos decir así, que empleamos en nuestro lenguaje humano para expresar la hondura del amor humano es la misma que hoy nos ofrece la iglesia para hablarnos del amor de Jesús por nosotros.
Hoy celebramos el sagrado Corazón de Jesús. Hoy estamos queriendo considerar lo hermoso del amor de Dios para con nosotros que así se manifiesta en Jesús, por eso queremos contemplar su corazón. Llegamos hoy a considerar y contemplar la sublimidad de la mística del amor. Hoy queremos levantarnos más y más en esa escala del amor para llegar a la más profunda comunión mística con Dios.
El amor siempre lleva a la comunión con el amado, quienes se aman quieren permanecer unidos y que nada los separe, llegan como a sentir y vivir como en un único corazón, porque así es la comunión de pensamientos, de sentimientos, de acciones que expresan esa profunda unión. Los que se aman se sienten como protegidos el uno en el otro, porque saben que su amor no les fallará y eso siempre será un aliciente para esa lucha y esa conquista de su mismo, para ese su crecimiento personal, para esa fortaleza contra las adversidades y problemas que surjan, para lograr no solo su propia felicidad sino también de cuantos le rodean.
Y todo eso lo sentimos en el amor de Dios. El nunca nos falla, su amor es fiel y es eterno, no solo nos ha amado desde toda la eternidad sino que nos seguirá amando por toda la eternidad. Unidos en el amor de Dios vamos a tener vida en plenitud, vida eterna la llamamos, porque nos estamos haciendo participes del ser de Dios. En el amor permanente de Dios que está siempre no solo junto a nosotros sino en nosotros, porque quiere habitar en nuestro corazón, sentiremos su fortaleza contra toda adversidad y todo cansancio en nuestras luchas. Estimulados en ese amor de Dios estaremos en continuo crecimiento interior y la felicidad mas honda que jamás ser humano podrá alcanzar porque nos llenamos de la dicha de Dios.
Hoy miramos a Jesús y contemplamos su corazón, que es algo más que contemplar un órgano del cuerpo, porque estamos contemplando su vida, estamos contemplando su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan, su protección, su gracia que inunda para siempre nuestra vida y para eso nos da la fuerza de su Espíritu.
No nos quedamos en romanticismos, es cierto; experimentamos en nosotros toda la fuerza del amor de Dios y queremos corresponder a ese amor que nos lleve a la más profunda comunión, que será con Dios, pero que necesariamente nos va a llevar a esa nueva comunión con nuestros hermanos, para quienes siempre en el amor querremos lo mejor.

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