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lunes, 3 de octubre de 2016

Bajarnos de nuestras cabalgaduras del orgullo para ponernos a la altura del otro nos hace descubrir quien es nuestro prójimo y lo que hemos de hacer para tener vida de verdad

Bajarnos de nuestras cabalgaduras del orgullo para ponernos a la altura del otro nos hace descubrir quien es nuestro prójimo y lo que hemos de hacer para tener vida de verdad

Gálatas 1,6-12; Sal 110; Lucas 10,25-37

‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Es la eterna pregunta. En el evangelio la vemos repetida en otras ocasiones y no solo porque se quisiera poner a prueba a Jesús, como sucede en ocasiones, sino también en quien con buena voluntad llega hasta Jesús querido buscar algo más para su vida.
Al joven rico Jesús le dice de entrada, cumple los mandamientos; hoy a este letrado le pregunta Jesús qué es el lo que lee en la ley del Señor. A la respuesta del letrado respondiendo con las palabras que todo judío devoto se sabía de memoria y repetía muchas veces al día, Jesús le dice ‘haz esto y tendrás la vida’.
¿Queremos heredar la vida eterna? ¿Queremos en verdad buscar en la vida lo que nos lleve a plenitud o, como se dice hoy, a una realización plena de si mismo? Ama con amor de Dios, cumple el mandamiento del Señor. ‘Haz esto y tendrás la vida’, alcanzarás la plenitud de tu existencia, te realizarás plenamente como persona, alcanzarás la vida para siempre, la vida eterna.
Pero siempre queremos justificarnos, siempre parece que estamos buscando como una disculpa, un decir es que yo no lo sabía. El letrado quiere justificarse. ¿Sabrá el quien es el prójimo? Creo que la propia palabra lo dice y no son necesarias muchas ciencias para saber quien es tu prójimo. Pero buscamos disculpas, hacemos distinciones, nos cegamos y no nos queremos mirar sino a nosotros mismos. ¿Será que queremos hacer el camino solo y sin contar con nadie? ¿Será que solo queremos la vida eterna para mi mismo y no me importan los demás? Algunas veces por la manera incluso que vivimos nuestra religiosidad pudiera dar esa impresión.
‘¿Y quién es mi prójimo?’ pregunta el letrado. Ya conocemos la respuesta de Jesús.  Es la parábola que seguramente tantas veces habremos meditado pero que necesitamos una vez más, o quizá muchas veces más, volver a rumiarla allá en el corazón. El hombre maltratado, herido, tirado al borde del camino. Los caminantes que pasan a su lado y no quieren mirar, no quieren enterarse, dan rodeos… el sacerdote que iba con sus prisas al templo, el levita que tendrá que ir también a cumplir sus obligaciones. ¿Qué es lo que estaba primero en aquel momento? ¿Qué era en verdad lo principal?
También nosotros tantas veces tenemos nuestras prisas, tenemos que hacer tantas cosas que no queremos mirar al que está a nuestro lado herido quizá también por muchas cosas y al que habremos puesto al borde del camino, al borde de la vida. Y nos creemos buenos y cumplidores, y hasta muy religiosos, pero nos faltan sentimientos en nuestro corazón, hemos perdido la capacidad de la ternura, de la misericordia, de la compasión para sentir el dolor del hermano que está a nuestro lado. Ya nosotros tenemos con lo nuestro pensamos en tantas ocasiones; ya yo hago alguna cosa buena a los demás y todo tiene su limite y su tiempo, pensamos. ¡Cuántos rodeos damos en la vida, cuantas miradas rehuimos, cuantas veces apresuramos nuestros pasos!
Fue necesario que llegara aquel buen samaritano. También iba a sus cosas, a sus negocios, a sus ocupaciones, pero se detuvo, se  bajó de su cabalgadura y se puso a la altura del que estaba tirado en el suelo. Necesitamos aprender a abajarnos para ponernos de verdad a la altura del otro hermano. Lo curó, lo montó en su cabalgadura, buscó donde pudieran hacer por aquel hombre, puso todo lo suyo a disposición así como se había puesto él. Nos cuesta hacerlo, no sabemos hacerlo, no queremos quizá aprender a hacerlo.
Podíamos seguir haciendo muchas más consideraciones. Pero preguntémonos también nosotros ‘¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’ Pero más bien preguntemos si somos capaces de hacer nosotros también lo mismo.  

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