Con María del Rosario entretejemos la vida con el misterio de Cristo gozoso, crucificado y glorioso
Hechos de los apóstoles 1,
12-14; Salmo Lc 1, 46-55; Lucas 1, 26-38
La espiritualidad de una persona manifiesta aquellos valores e ideales
que se convierten en metas de su vida y que al mismo tiempo vienen a ser como
un motor interior que nos impulsa en nuestro camino, da un sentido y valor a
cuanto hacemos y nos hace sentir esa fuerza que necesitamos en la lucha de la
vida de cada día. Es el espíritu de nuestra vida, de ahí la palabra
espiritualidad.
Y la espiritualidad de un cristiano está toda ella centrada en Cristo,
porque es en quien en verdad encontramos ese sentido, esa salvación de nuestra
vida. Un cristiano está impregnado del espíritu de Cristo; un cristiano está
lleno e inundado del Espíritu de Cristo. Un cristiano, pues, todo lo centra en
Cristo. Todo lo que gira en torno al hecho de Cristo y su evangelio a eso nos
lleva, han de ser en verdad mediaciones que nos conduzcan a Cristo. Cuanto
hacemos, cuanto rezamos, los modelos o ejemplos que tengamos ante nuestros ojos
siempre nos han de llevar a Cristo. No nos podemos quedar en ellos, porque
entonces en verdad perdería su sentido.
Así María, la madre de Jesús que es también nuestra madre; así la devoción
que le tengamos a María, el amor que como hijos a ella le tengamos; nunca María
sustituirá a Cristo ni podrá ocupar el lugar de Cristo en nuestra
espiritualidad, nunca nuestra devoción a María se puede contraponer con nuestra
fe en Cristo. Es más, María siempre querrá llevarnos hasta Cristo. ‘Haced lo
que El os diga’, nos dirá a nosotros como a aquellos sirvientes de las
bodas de Caná.
Hoy estamos celebrando una fiesta de María que es muy entrañable en el
pueblo cristiano. Celebramos a María, Virgen del Rosario. Una fiesta y una
devoción a María que va profundamente unida a la oración porque de alguna
manera toma su nombre de esa cadena de rosas que son las cuentas del rosario,
que son las avemarías que desgranamos en nuestra oración a María.
Y es aquí donde hemos de fijarnos en algo muy importante, yo diría
esencial, en esta devoción a María en consonancia con lo que venimos diciendo.
El rosario no es solo encadenar esas cincuenta avemarías que como piropos
dedicamos a María porque el rosario está encadenado – y válganos bien el
sentido de la palabra – con todo el misterio de Cristo. Cada decena de
avemarías la llamamos un misterio, porque en cada una de esas decenas mientras
nuestros labios desgranan esos piropos a María nuestra mente está embebida en
ese misterio de la vida de Cristo al que se hace referencia.
Rezar el santo rosario
no
es solo hacer memoria
del
gozo, el dolor, la gloria,
de
Nazaret al Calvario.
Es
el fiel itinerario
de
una realidad vivida,
y
quedará entretejida,
siguiendo
al Cristo gozoso,
crucificado
y glorioso,
en el Rosario, la vida.
Son unos versos hechos himno de oración en la liturgia de las horas y
creo que nos definen muy bien el sentido del rosario haciéndonos marcar
profundamente nuestra espiritualidad en todo el misterio de Cristo. A ello nos
conduce María siempre. ‘Quedará entretejida la vida en el rosario siguiendo
al Cristo gozoso, crucificado y glorioso’, que decían los versos del himno.
Que así vivamos con intensidad nuestra devoción a María, la Madre del
Señor y nuestra madre. Así centremos toda nuestra vida, toda nuestra
espiritualidad en el misterio de Cristo. María es esa mediación, Mediadora la
llamamos, que nos ayuda a ese encontrarnos con Cristo, a ese impregnarnos de su
Espíritu, como ella estuvo llena de Dios e inundada por el Espíritu divino.
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