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martes, 20 de septiembre de 2016

Nuestras actitudes y comportamientos nunca pueden ser un obstáculo para que otros lleguen hasta Jesús

Nuestras actitudes y comportamientos nunca pueden ser un obstáculo para que otros lleguen hasta Jesús

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Habían intentado llegar hasta Jesús su madre que venía con algunos familiares; bien sabemos que la expresión hermanos en el lenguaje semita tiene la amplitud de abarcar a los familiares más cercanos. No había podido acercarse a Jesús porque el gentío que lo rodeaba lo impedía; por eso algunos de los discípulos le avisan a Jesús.
Algunos piensan que es un desaire de Jesús hacia la familia, cosa que no podemos aceptar, sino que Jesús quiere darnos un mensaje bien hermoso de la nueva familia de los hijos de Dios que El nos viene a constituir. ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’. Somos la familia de Jesús si aceptamos y escuchamos su Palabra; somos la familia de Jesús cuando en verdad tratamos de reflejar en nuestra vida, en nuestros comportamientos, en nuestras actitudes, en nuestro sentido de vida lo que El quiere trasmitirnos en el evangelio. Un reto que nos está lanzando Jesús a nuestra vida. No basta decir ‘¡Señor, Señor!’ sino que nos es necesario cumplir la voluntad del Padre del cielo, como nos dirá en otro lugar.
Pero al hilo de estas palabras con que le anuncian a Jesús que allí están su madre y sus hermanos que no alcanzan a poder llegar hasta El, me hago otra reflexión. ¿Habrá en nuestro entorno alguien que quiera llegar hasta Jesús y no pueda? En aquella ocasión los mismos que estaban alrededor de Jesús porque querían escucharle y estar con El fueron obstáculo para que alguien también pudiera llegar hasta Jesús, en este caso María y familiares.
Pero quiero reflexionar y plantear y plantearme si acaso los que estamos cerca de Jesús pudiéramos ser obstáculo para que otros puedan llegar hasta Jesús, si acaso yo con mi vida no tan ejemplar pueda ser ese obstáculo para alguien. Nos puede suceder. Quizá nosotros nos podemos sentir muy entusiasmados y contentos con nuestra fe, pero no pensamos en los otros, en los que no conocen a Jesús, aquellos a quienes no se les anuncia, aquellos que están en nuestro entorno y quizá no llegan a ver nuestro testimonio, o aquellos a los que quizá podemos escandalizar con nuestro contra-testimonio.
Somos muy religiosos quizá, nos gusta rezar, asistir a cuantos actos religiosos se organicen en nuestro entorno, acudimos a santuarios del Señor o de la Virgen con asiduidad, no faltamos a una fiesta o a una procesión, pero luego nuestra vida de cada día no va en consonancia con esa fe, nuestros valores dejan mucho que desear porque no entran en verdadera sintonía con el Evangelio. Nuestra vida no es un auténtico testimonio y así nos podemos convertir en un obstáculo para que otros sintonicen con el evangelio, sintonicen con Jesús. Somos interferencia.
Aprendamos de María, la madre de Jesús. María que siempre tuvo abierto su corazón a Dios pero para que se realizara en ella siempre lo que era la voluntad de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase, cúmplase en mí según tu palabra’. Y la vemos caminar con su fe siempre al servicio de los demás, en una disponibilidad total, generosa en lo más hondo de su corazón para estar atenta siempre a todas las necesidades, madre implorante e intercesora no por sí sino para los demás. María, la que supo vaciarse de si misma para llenarse de Dios, pero para dar cabida en su corazón a todos los hombres que ahora para siempre serán sus hijos.
¿Serán esas nuestras disposiciones? ¿Será esa la generosidad que inspire el actuar de nuestro corazón y cuanto hagamos en la vida? Así nos convertiremos en trasmisores del Evangelio, así nos convertiremos en un hermoso eslabón para que todos puedan llegar hasta Jesús.

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