El deseo del conocimiento de Jesús no sea una mera curiosidad superficial sino una confrontación sincera de nuestra vida con su evangelio
Eclesiastés 1,2-11; Sal 89; Lucas 9,7-9
Dependiendo quizá por una parte de nuestro estado de ánimo, pero por
otra parte del estado de nuestra conciencia nos podemos predisponer antes las
personas que encontramos en nuestro entorno porque quizá las actitudes o los
valores que vemos reflejados en su vida pueden ser un revulsivo para nosotros,
para nuestros comportamientos o la manera con que afrontamos o expresamos el
sentido de nuestra vida.
Ante ellos se puede suscitar en nosotros rechazo, desprecio quizá,
oposición, desconfianza, o quedarnos en una pasajera curiosidad que no llega a
más o con la que tratamos de alguna manera manipular, como para ponerlo al
servicio de posiciones nuestras con las que tratamos de distraer quizá la
atención de lo verdaderamente importante, o para utilizarlas en nuestro
divertimiento.
¿Sería algo así lo que le estaba sucediendo a Herodes? Había oído
hablar de Jesús, de aquel nuevo profeta que había surgido en Galilea. Y eso le
inquietaba, aunque el seguía viviendo su vida con su superficialidad
acostumbrada, aunque ya vería la forma cómo lo eludía o quitaría de en medio
como había hecho con Juan Bautista. No tenia claro quien era Jesús y lo que
podía significar igual que en las gentes que lo escuchaban que también tenían
sus confusiones y no lo veían claro.
Que si era Juan Bautista que había vuelto a la vida, que si era Elías
que había vuelto a aparecer, que si había surgido un profeta como los antiguos…
Pero Herodes sabía que había mandado decapitar al Bautista y su cabeza se había
presentado allí en medio de aquel banquete y aquella fiesta para entregársela a
Salomé, la hija de Herodías. Pero no las tenía todas consigo porque su
conciencia algo le estaba diciendo.
Siente curiosidad por Jesús. Quería conocerlo. Así un día se lo
anunciaron incluso a Jesús. Pero ¿cuál era el verdadero deseo de Herodes? Se
decía que le agradaba escuchar a Juan y sin embargo le había metido en la
cárcel a instigación de Herodías y luego le había mandado decapitar a petición
de Salomé en aquella fiesta organizada para diversión de toda su corte. Y
sabemos que más tarde también quiso divertirse con Jesús cuando se lo mandaría
Pilatos en la Pascua y le pedía que hiciera alguna cosa maravillosa para
entretener a todos los presentes.
Pero nos quedamos ahí, en ese desconocimiento de quien era realmente Jesús
y esa curiosidad de Herodes. Y nosotros ¿qué? ¿Cuál es el conocimiento que
tenemos de Jesús? ¿Cuáles son nuestros deseos de conocerle? ¿Qué repercusión
tiene en nuestra vida Jesús, el evangelio, los actos religiosos que realizamos?
¿Serán un entretenimiento cuando no tenemos otra cosa en qué ocuparnos? Muchas
veces decimos que vamos a Misa cuando tengamos tiempo porque tenemos tantas
cosas que hacer. Cuántos reducen toda su religiosidad a asistir a las fiestas.
¿Cómo se implica nuestra vida con la fe que en Jesús tenemos?
Son preguntas que tenemos que hacernos. Son reflexiones y
planteamientos en nuestra vida. Que haya un verdadero deseo de conocer a Jesús.
Pero un deseo que se haga concreto en cosas concretas. No de una forma
superficial. Que ahondemos en el evangelio. Que confrontemos de verdad nuestra
vida con el mensaje de Jesús.
Quitemos miedos. Quitemos prejuicios. No temamos enfrentar nuestra
conciencia con los valores del evangelio, con el camino de Jesús. No le demos
la espalda porque quizá se tocan heridas concretas de nuestra vida o cicatrices
de lo que nos haya sucedido. Vayamos con corazón abierto al encuentro con Jesús.
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