La responsabilidad con que vivimos nuestra vida nos hace darle el verdadero valor y sentido a las cosas materiales de las que podemos disfrutar en función de los demás
Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8; Lucas
16, 1-13
Nos habla el evangelio en una primera lectura que hagamos del texto de
una mala administración de unos bienes, de responsabilidades que se piden, de
ganancias interesadas, y en fin de cuentas podríamos decir también que del
recto uso que tendríamos que saber hacer de los bienes materiales que poseamos.
Un administrador que llevaba una mala administración y al que se le pide
cuentas pero al mismo tiempo de una sagacidad para saber salir de la mala
situación en la que se podría encontrar tras haber rendido cuentas de su mala
administración. Y esa sagacidad merecería una alabanza.
Con que facilidad se nos puede volver turbia la vida cuando no sabemos
hacer un recto uso de las cosas materiales de manera que tenemos la tentación
de convertir la posesión de las riquezas en un ídolo de nuestra vida que
terminará esclavizándonos. Y cuando la vida la vemos desde la óptica de
ganancias materiales y de riquezas qué fácil es que se nos endurezca el corazón
y nuestras relaciones con los demás se conviertan en una lucha fratricida o en
un intento de ponerlo todo a mi servicio.
Es cierto que tenemos que hacer uso de esos bienes porque en fin de
cuentas Dios ha puesto ese mundo material en nuestras manos y ya vemos por otra
parte en el mismo evangelio cómo se nos dice que hemos de hacer fructificar
esos valores que tenemos; podemos recordar la parábola de los talentos que a
quien no supo desarrollar y hacer fructificar el talento que se puso en sus
manos se le pedirían responsabilidades. Es la responsabilidad con que vivimos
nuestra vida, atendemos nuestro trabajo, cumplimos con nuestras obligaciones y
buscamos un desarrollo en plenitud de nuestras cualidades y valores. El trabajo
en si mismo es algo digno que contribuye al desarrollo de nuestro ser, de
nuestras posibilidades y de nuestra vida.
En nuestras relaciones humanas y para poder obtener aquello que
necesitamos no solo para la supervivencia sino para una vida digna obtenemos
unos frutos de nuestros trabajos. Esos bienes materiales que conseguimos con
nuestro trabajo nos servirán para cuanto necesitamos en la vida, para la
atención de nuestras responsabilidades materiales, para ese disfrutar también
de las cosas bellas de la vida, pero nunca nuestro corazón se puede encerrar en
el egoísmo de manera que desoigamos las necesidades o problemas que puedan tener
los demás y con los que en justicia también hemos de compartir.
Claro que entendemos que la posesión de esos bienes o esas riquezas,
como queramos llamarlo, no es la única finalidad de nuestra vida; no lo podemos
convertir en un absoluto porque caeríamos fácilmente en la codicia y la
avaricia que nos encierra en nosotros mismos con todas las consecuencias que
ello nos traería como antes mencionábamos algunas. Hay quien en su avaricia
solo persigue la posesión de riquezas no sabiendo disfrutar de las cosas más
bellas de la vida. Podemos recordar aquella parábola que nos habla del que había
conseguido grandes cosechas y había agrandado sus graneros y bodegas y pensaba
que ya lo tenía todo resuelto, pero le llegó la hora de la verdad con la muerte
cuando menos lo pensaba, y ni siquiera de aquello que había conseguido pudo
disfrutar.
Ya nos previene Jesús a lo largo del evangelio cuando nos dice lo
difícil que les es a los ricos, a los que acaparan dinero o riquezas para sí,
entrar en el Reino de Dios. Recordamos aquel joven que, aunque venía con buena
voluntad buscando lo que había de hacer para alcanzar la vida eterna, sin
embargo en el apego de su corazón a las riquezas no fue capaz de seguir el
camino de Jesús. ‘Atesorad tesoros en el cielo…’ nos decía Jesús
entonces.
Un sentido que hemos de darle a todo lo que es nuestra vida. El
evangelio es luz que nos ilumina, que eleva nuestro espíritu, que nos hace
buscar lo que han de ser los verdaderos valores, que nos ayuda a no quedarnos
en lo material aunque lo tengamos en las manos cada día, que nos hace descubrir
que toda esa riqueza de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos no es
para que nos la acaparemos solo para nosotros sino que todo está también en
función de los demás, que nos impulsa a que vivamos cada momento de nuestra
vida y cada una de las cosas en las que tengamos responsabilidad con total
intensidad y fidelidad.
Como nos decía hoy Jesús en el evangelio ‘el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el
que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado’. Que todo lo que hagamos, que todo lo que vivimos, lo
que son nuestros trabajos y nuestras luchas, como también los momentos de dicha
que podemos disfrutar, todo sea siempre para la mayor gloria de Dios.
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