La sencillez, la autenticidad, la humildad tienen que brillar en nuestra vida que son nuestras armas porque son las armas del amor
Oseas 14,2-10; Sal 50; Mateo
10,16-23
Ya quisiéramos que en la vida todo fuera bueno y todos fuéramos buenos
también. Sabemos que el mal está también presente porque no todo es bueno y
porque no todos somos buenos. Están es cierto las dificultades que la vida
misma nos ofrece y que nos exige esfuerzo y superación cada día para vencer
esas dificultades, para realizar nuestros trabajos, para mantener la constancia
en esos deseos que tenemos de ayudar, de colaborar, de poner nuestro granito de
arena para hacer que nuestro mundo sea mejor cada día.
Nos cuesta. Encontramos una cierta oposición en muchas ocasiones.
Muchas veces ese mal como que se nos disfraza y quiere engañarnos y seducirnos;
son las tentaciones de todo tipo y que por un lado y por otro nos acechan. Por
eso es necesario poner toda nuestra atención, estar prevenidos, vigilantes;
tener una cierta sagacidad para descubrir esas raíces del mal que quieren
embrollarnos. Pero esa sagacidad no significa que nosotros actuemos con
malicia, utilizando las mismas armas del mal. Muchas veces nos vemos
confundidos.
Por eso la sencillez, la autenticidad, la humildad tienen que brillar
en nuestra vida; son nuestras armas porque son las armas del amor, del que ama
de verdad e incondicionalmente; el que ama de verdad no actúa con malicia; el
que ama de verdad, aunque esté vigilante sabe también confiar; el que ama de
verdad trata de contagiar eso bueno que lleva en su corazón; el que ama de
verdad no utilizará nunca las armas de la malicia, de la mentira, ni la
falsedad, ni del engaño. El ama de verdad contagia de todo lo bueno que lleva
en su corazón; irradia siempre paz y trata de contagiar de esa paz tanto lo que
hace como a cuantos le rodean.
Son las semillas buenas que hemos de ir sembrando en nuestro mundo,
tratando de cultivar bien esa tierra que está en nuestras manos para irlo
transformando desde lo más hondo; porque nos encontremos el mal no lo damos
todo por perdido, sino que siempre tenemos la esperanza de la transformación de
los corazones. Por eso nuestras posturas no pueden ser las de la condena, sino
las de la comprensión; nunca podemos responder con violencia a la violencia que
nos puedan hacer, sino que siempre irá por delante la humildad, la sencillez,
la capacidad de perdón, la ternura y el
amor. Son las semillas que nosotros hemos de sembrar.
Hoy en el evangelio vemos que Jesús previene a los discípulos que
envía al mundo con la misión de anunciar la buena nueva del Reino de Dios, diciéndoles
que los envía como ovejas en medio de lobos; nos habla de sagacidad, pero nos
habla también de sencillez. Es en lo que hemos venido reflexionando.
¿Seremos capaces de contagiar a nuestro mundo de esos valores del
Reino de Dios? Tenemos nosotros que empaparnos bien de ello, para que resuma de
nosotros toda esa bondad que contagie a los demás.
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