Anunciar el Reino y curar toda enfermedad y dolencia siempre han de ir unidos en el camino de la evangelización
Oseas 10,1-3.7-8.12; Sal 104;
Mateo 10,1-7
‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca… y les dio
autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia…’
Había elegido a los doce llamándolos por su nombre y los había enviado con esa
misión.
Anunciar el Reino y curar toda enfermedad y dolencia siempre han de ir
unidos en el camino de la evangelización. Una buena noticia acompañada de
señales. La Buena Noticia anuncia que Dios es el único Señor de nuestra vida y
en consecuencia ha de ser vencido todo mal. La curación de las enfermedades y
dolencias son un signo, una señal de lo que con el Reino de Dios se realiza en nuestra
vida, se ha de realizar en nuestro mundo. El mal ya no ha de tener dominio
sobre nosotros.
Pero es la misión que se nos confía. También nosotros hemos de ir con
esa Buena Noticia a los demás y también hemos de ir curando, sanando. Son
tantas las dolencias y los sufrimientos que tenemos que sanar. Fácilmente lo
primero que se nos ocurre pensar es en las enfermedades como si fueran el único
dolor del hombre. Pero hay tantas cosas que nos esclavizan, tantas cosas que
nos producen dolor en el corazón, tantas cosas que pueden llenar de amargura la
vida. ¿Seremos capaces de descubrir ese sufrimiento de los demás?
Es la tarea del día a día que tenemos que ir realizando los que
creemos en Jesús poniendo amor, llevando la paz, suscitando esperanza, abriendo
los corazones cerrados y encadenados en sus egoísmos e insolidaridades. Y eso
hemos de hacerlo en nuestras familias creando el ambiente apropiado, poniendo
de verdad paz y armonía en las relaciones entre unos y otros, haciendo que
resplandezcan de verdad los lazos del amor.
Y es que ahí también tenemos el peligro y la tentación de dejarnos
llevar por nuestros egoísmos, orgullos, vanidades y podemos ir creando rupturas
algunas veces sin darnos cuenta. Tenemos que estrechar más y más los lazos del
amor que nos darán la verdadera paz en el corazón, y nos ayudarán a acercarnos
más y más los unos a los otros. Quitemos esas reacciones violentas que algunas
veces nos pueden brotar; no dejemos que por nuestro orgullo humillemos a los
demás o provoquemos envidias y recelos innecesarios. Cuantas dolencias podemos
curarnos los unos a los otros, ahí también en ese ámbito de la familia, entre
los esposos, entre padres e hijos, entre los hermanos, entre todos los que
conformamos ese ámbito familiar de nuestro hogar.
He comenzado pensando en la familia porque es lo más cercano que
tenemos y que algunas veces nos pudiera suceder que no cuidamos lo suficiente,
pero bien sabemos que todo eso tenemos que ampliarlo a cuantos nos rodean desde
los más cercanos que son nuestros convecinos hasta los que compartimos el lugar
del trabajo o allí donde vamos haciendo nuestra vida social. Tenemos que ir
también curando dolencias, dando señales con nuestro amor y nuestra
preocupación por los demás de ese Reino que vivimos y que queremos anunciar.
Decíamos que Jesús los había llamado por su nombre. Por nuestro nombre
personal nos llama a cada uno como ama de una personal también a cada uno. No
podemos pensar que aquella misión que Jesús confiaba a los Doce era
exclusivamente para ellos; es a nosotros a quienes sigue confiando esa misma
misión del anuncio del Reino y de las señales que hemos de dar curando toda
dolencia. Es lo que cada día tenemos que seguir haciendo los que nos llamamos
seguidores de Jesús porque en El hemos puesto nuestra fe y es su camino el que
queremos seguir.
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