En el camino del adviento seamos desde nuestra humildad y ternura instrumentos con los que creemos lazos de armonía y paz en los que nos rodean
Isaías
11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24
Aquel dicho antiguo de que el hombre es un lobo para el
hombre encuentra hoy su contrapartida en la Palabra del Señor que hemos
escuchado. Es la triste realidad que todos podemos constatar; muchas veces los
hombres parecemos lobos que nos queremos tratar a los otros hombres.
¿No es eso lo que sucede en nuestro mundo tan roto por
guerras y rivalidades? ¿No es ese el endurecimiento del corazón con que en
nuestros orgullos y ambiciones ciegas nos tratamos injustamente los unos a los
otros? ¿No es así la insensibilidad en que nos encerramos en nosotros mismos en
que cada uno solo piensa en si mismo olvidándose de los demás? ¿Por qué somos así?
¿Por qué llegamos esas situaciones tan duras e injustas?
Muchas preguntas, muchas negruras, muchas inquietudes
que quizá surjan en la bondad de nuestro corazón o en lo mejor que tengamos en
nosotros mismos. Creo que es bueno que pensemos y analicemos estas cosas. Es
nuestra vida real de cada día en la que no nos sentimos satisfechos, porque
aunque muchas veces todos podamos haber actuado así, cuando nos viene un
momento de lucidez nos damos cuenta de nuestros errores y quisiéramos que las
cosas fueran de otra manera.
Y es además, que en este camino de adviento que como
creyentes y cristianos estamos queriendo hacer, hemos de recorrerlo partiendo
precisamente de ese carril de nuestra vida con esas negruras y sombras, con
esos interrogantes y también con esas esperanzas. La esperanza es una virtud
fundamental que avivamos de manera especial en este tiempo de Adviento, porque
decimos que estamos a la espera de la llegada del Señor a nuestra vida. Y el
Señor viene a nuestra vida a poner luz en esas oscuridades, a sanarnos en todas
esas flaquezas que nos debilitan y nos llevan por caminos de muerte.
Viene el Señor y nos llena de su Espíritu; viene el
Señor con su espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de
ciencia y de temor del Señor. Viene el Señor y quiere transformar nuestro
corazón. Son bellas las imágenes que nos ofrece el profeta donde vemos una
naturaleza reconciliada donde no tienen por que haber enemigos ni enfrentamientos,
sino que todo ha de ser paz y armonía. Son las imágenes bellas de esas fieras
que podrían ser enemigos irreconciliables y sin embargo pacen juntos en total
armonía. Ojalá reconstruyéramos era armonía de la naturaleza, y no me quedo en
lo ecológico sino que voy más allá pensando en la armonía que tendría que haber
entre todos los hombres. Es la salvación que Jesús nos ofrece, nos regala,
viene a traer a nuestro corazón.
Pero como oiremos decir al Bautista hemos de tener un
corazón bien dispuesto. Esa armonía que conseguiremos con la presencia de Dios
en nuestra vida no la podremos entender ni llegar a vivir si seguimos con
nuestros corazones llenos de orgullo y de soberbia. El orgullo y la soberbia
corrompen nuestro corazón y lo que hacen es crear divisiones y enemistades.
En el evangelio Jesús da gracias al Padre porque se
revela a los pequeños y a los humildes. Es que solo con un corazón humilde
podemos llegar a conocer a Dios. Solo con un corazón humilde podremos entender
y llegar a vivir lo que el Señor nos pide. Solo con un corazón humilde podremos
alcanzar esa armonía y esa paz. Solo con un corazón humilde lograremos que
nunca más el hombre sea un lobo para el hombre, sino que en verdad todos nos
sintamos hermanos y vivamos en paz.
En este camino de adviento pon cada día tu granito de
arena para construir la paz allí donde estés. Que tu sonrisa y tu ternura te acerquen
a los demás y sean el instrumento con que vayamos creando esos lazos de amor
que a todos nos unan.
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