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martes, 1 de diciembre de 2015

En el camino del adviento seamos desde nuestra humildad y ternura instrumentos con los que creemos lazos de armonía y paz en los que nos rodean

En el camino del adviento seamos desde nuestra humildad y ternura instrumentos con los que creemos lazos de armonía y paz en los que nos rodean

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

Aquel dicho antiguo de que el hombre es un lobo para el hombre encuentra hoy su contrapartida en la Palabra del Señor que hemos escuchado. Es la triste realidad que todos podemos constatar; muchas veces los hombres parecemos lobos que nos queremos tratar a los otros hombres.
¿No es eso lo que sucede en nuestro mundo tan roto por guerras y rivalidades? ¿No es ese el endurecimiento del corazón con que en nuestros orgullos y ambiciones ciegas nos tratamos injustamente los unos a los otros? ¿No es así la insensibilidad en que nos encerramos en nosotros mismos en que cada uno solo piensa en si mismo olvidándose de los demás? ¿Por qué somos así? ¿Por qué llegamos esas situaciones tan duras e injustas?
Muchas preguntas, muchas negruras, muchas inquietudes que quizá surjan en la bondad de nuestro corazón o en lo mejor que tengamos en nosotros mismos. Creo que es bueno que pensemos y analicemos estas cosas. Es nuestra vida real de cada día en la que no nos sentimos satisfechos, porque aunque muchas veces todos podamos haber actuado así, cuando nos viene un momento de lucidez nos damos cuenta de nuestros errores y quisiéramos que las cosas fueran de otra manera.
Y es además, que en este camino de adviento que como creyentes y cristianos estamos queriendo hacer, hemos de recorrerlo partiendo precisamente de ese carril de nuestra vida con esas negruras y sombras, con esos interrogantes y también con esas esperanzas. La esperanza es una virtud fundamental que avivamos de manera especial en este tiempo de Adviento, porque decimos que estamos a la espera de la llegada del Señor a nuestra vida. Y el Señor viene a nuestra vida a poner luz en esas oscuridades, a sanarnos en todas esas flaquezas que nos debilitan y nos llevan por caminos de muerte.
Viene el Señor y nos llena de su Espíritu; viene el Señor con su espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y de temor del Señor. Viene el Señor y quiere transformar nuestro corazón. Son bellas las imágenes que nos ofrece el profeta donde vemos una naturaleza reconciliada donde no tienen por que haber enemigos ni enfrentamientos, sino que todo ha de ser paz y armonía. Son las imágenes bellas de esas fieras que podrían ser enemigos irreconciliables y sin embargo pacen juntos en total armonía. Ojalá reconstruyéramos era armonía de la naturaleza, y no me quedo en lo ecológico sino que voy más allá pensando en la armonía que tendría que haber entre todos los hombres. Es la salvación que Jesús nos ofrece, nos regala, viene a traer a nuestro corazón.
Pero como oiremos decir al Bautista hemos de tener un corazón bien dispuesto. Esa armonía que conseguiremos con la presencia de Dios en nuestra vida no la podremos entender ni llegar a vivir si seguimos con nuestros corazones llenos de orgullo y de soberbia. El orgullo y la soberbia corrompen nuestro corazón y lo que hacen es crear divisiones y enemistades.
En el evangelio Jesús da gracias al Padre porque se revela a los pequeños y a los humildes. Es que solo con un corazón humilde podemos llegar a conocer a Dios. Solo con un corazón humilde podremos entender y llegar a vivir lo que el Señor nos pide. Solo con un corazón humilde podremos alcanzar esa armonía y esa paz. Solo con un corazón humilde lograremos que nunca más el hombre sea un lobo para el hombre, sino que en verdad todos nos sintamos hermanos y vivamos en paz.
En este camino de adviento pon cada día tu granito de arena para construir la paz allí donde estés. Que tu sonrisa y tu ternura te acerquen a los demás y sean el instrumento con que vayamos creando esos lazos de amor que a todos nos unan. 

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