El proyecto de la vida cristiana es el proyecto de amor que Dios Padre tiene para nosotros que hemos de saber descubrir y realizar
Isaías
26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27
Las imágenes que nos propone Jesús en el evangelio son
fáciles de entender porque todos tenemos la experiencia o sabemos que para
poder levantar un edificio se han de tener primero unos buenos cimientos. Nos
vale en el tema de la construcción pero es imagen para lo que son los proyectos
que nos hacemos y queremos realizar en la vida.
Hemos de tener claro qué es lo que queremos conseguir,
pero también estudiamos detenidamente cómo vamos a conseguirlo, los medios con
los que contamos o los que necesitaríamos para poderlo realizar, los pasos que
se han de ir dando poco a poco, pero también si nos sentimos capaces y con
medios para poder comenzar a realizarlo. Son los fundamentos necesarios para un
buen proyecto que luego no se nos quede truncado por falta de previsiones.
Nos vale, digo, en todos los aspectos de la vida,
porque no es cuestión solamente de ser buenos soñadores que nos imaginemos las
cosas o que nos quedemos en bonitas palabras que luego no somos capaces de
plasmarlas en el día a día de la vida. Necesitamos buenos fundamentos, buenos
cimientos siguiendo con la imagen. Nos vale en todo lo que hace referencia a
nuestra fe y al seguimiento de Jesús. No nos podemos quedar en entusiasmos de
un momento. Esos entusiasmos y fervores nos animan, pero hemos de poner los
pies sobre la tierra en el sentido de que hemos de fundamentar bien nuestra fe.
Muchos se quedan en una religiosidad fruto de una
emoción o en otras ocasiones que surge desde nuestras necesidades, nuestros
problemas o nuestras angustias. Acudimos a Dios como un refugio o una solución fácil
y pronta para todo, surgen las lágrimas de la emoción o del sufrimiento en el
que andemos metidos y nos hacemos mil promesas que, o bien pronto olvidamos
cuando pasamos de aquella situación, o bien se queda en la ofrenda de cosas
pero que realmente no tocan nuestro corazón y la raíz que dé sentido a nuestra
vida.
Nuestra religiosidad, nuestra relación con el Señor
tiene que ser algo mucho más hondo en lo que impliquemos toda nuestra vida.
Nuestra relación con el Señor no se puede quedar en algo momentáneo movido por
esas situaciones quizá imprevistas que se nos presenten y que nos puedan
angustiar.
Jesús nos enseña continuamente en el evangelio cómo
hemos de saber dirigirnos y encontrarnos con Dios. Es nuestra Roca y la
fortaleza de nuestra vida, pero es el Padre bueno que nos ama y con quien hemos
de saber mantener una relación de amor, correspondiendo a su amor, filial
cuando nos sentimos hijos porque nos gozamos en su amor de Padre. No es un amor
solo de palabras sino que tiene que ser un amor que surja desde lo más hondo de
nuestra vida; es un amor se que se va a plasmar en hacer aquello que el Señor
quiere, lo que es su voluntad que se refleja en sus mandamientos y que no nos están
pidiendo otra cosa que una integridad de nuestra vida por una parte y una vida
llena de amor para los demás a quienes hemos de considerar siempre como unos
hermanos.
Como nos dice hoy en el evangelio no nos basta decir ‘Señor, Señor’ sino en cumplir la
voluntad del Padre que está en el cielo. Es el fundamento de nuestra vida, de
nuestro amor, de lo que somos y de lo que queremos ser. Es la realización de
ese gran proyecto de amor que Dios tiene para cada uno de nosotros.
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