Descubramos ‘otros caladeros’ que hay a nuestro lado a los que nos envía Jesús para hacer el anuncio de la Buena Noticia del Reino
Romanos
10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22
Leyendo un comentario sobre el evangelio de esta fiesta
de san Andrés surgía la pregunta que se nos quedaba como interrogante al final
del mismo: ‘¿A qué
«caladeros» nos llevaría la llamada del Señor?’, ¿en qué otros mares
querrá el Señor que realicemos nuestras pesca?
El
evangelio nos habla de cómo estando los pescadores allí junto al lago repasando
sus redes tras la pesca pasa Jesús y primero a Pedro y a Andrés, su hermano, y
luego a los hijos del Zebedeo Santiago y Juan les invita a seguirle dejando
aquellas redes y aquellos caladeros para realizar otras pescas. ‘Venid
conmigo y os haré pescadores de hombres’.
Nos habla
de la disponibilidad de aquellos primeros discípulos que lo dejan todo y se van
con Jesús. ¿A dónde van? ¿Qué significará ese ser pescadores de hombres? Casi
tres años se pasarán con Jesús aprendiendo lo que significa aquella nueva
pesca. Aprenderán que solo en su nombre es como han de echar las redes al agua,
sintiéndose sobrecogidos hasta sentirse pecadores en su presencia por el poder
de la palabra de Jesús. Aún al final querrán seguir pescando en aquellos lagos
y se encontrarán sin pesca, necesitando que ‘alguien’ desde la orilla les señale por donde han de echar
las redes. Y aún así cuando llegan a la orilla arrastrando las redes que casi
se rompían se encontrarán que allí ya hay algunos pescados sobre las brasas
preparados para comer.
Andrés un
día con su amigo Juan, tras las indicaciones del bautista que aun no terminaban
de entender, se habían ido tras aquel nuevo profeta que estaba surgiendo
preguntando por su vida, preguntando donde vivía. A su invitación se habían ido
con él y bastó una tarde y una noche para a la mañana siguiente correr hasta su
hermano Simón para decirle que habían encontrado al Mesías y llevarlo hasta
Jesús.
Poco a
poco habían ido aprendiendo que la grandeza estaba en el servicio, que era
necesario hacerse el último y el servidor de todos, porque el Reino nuevo que
Jesús anunciaba no era el de los poderes y grandezas de este mundo. No valían influencias de ningún tipo, ni aun
las familiares, sino que lo importante era el amor, que había de ser su
distintivo para siempre.
Aprendiendo
lo que significaba aquella invitación de Jesús habían marchado un día de dos en
dos como les señalara el maestro y volverían contentos porque hasta los
demonios se les sometían en el nombre de Jesús. Y ya en Jerusalén en las
inmediaciones de la Pascua definitiva habían servido de mediadores para que
otros también conocieran a Jesús. A ellos habían venido unos gentiles, llegados
quizá de lejos, que querían conocer a Jesús y como un día hiciera Andrés con Simón
Pedro, ahora también los habían presentado a Jesús.
Eran las
señales de lo que significaban esos nuevos caladeros a los que los quería
llevar Jesús porque en la Ascensión se habían sentido enviados por todo el
mundo para anunciar la Buena Nueva del Nuevo Reino de Dios a toda criatura. Así
habían recibido la fuerza del Espíritu Santo para ser sus testigos hasta los
confines del mundo.
Cuando
hoy nosotros celebramos a san Andrés y escuchamos este evangelio también nos
sentimos llamados y enviados. ¿Cuáles serán los caladeros donde Jesús quiere
que realicemos nuestra pesca? Es lo que tenemos que descubrir. Necesitamos
estar con Jesús, como estuvieron aquellos discípulos, para aprender, para
escuchar en el corazón, para impregnarnos de su amor, para que también vayamos allá
a donde Jesús nos envíe. ¿Será cerca, será lejos? Para cada uno tiene una misión
el Señor. Quizá muy cerca de nosotros haya muchos que están necesitando
escuchar esa palabra, hacer resucitar de nuevo la esperanza en el corazón,
sentir el bálsamo del amor de Dios en medio de sufrimientos y angustias; ahí
puede estar ese caladero donde nos invita el Señor que realicemos su pesca.
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