Reconociendo nuestras cegueras y oscuridades con la nueva luz de Jesús en nuestra vida sembremos amor y esperanza en los que caminan a nuestro lado
Isaías
29, 17-24; Sal. 26; Mateo 9,27-31
‘Aquel día oirán los sordos las palabras del
libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’. Así lo anunciaba el profeta para
los tiempos mesiánicos. En el Evangelio como un signo lo vemos realizado.
Jesús realiza el milagro, es cierto. Hasta Jesús
acudían aquellos dos ciegos gritándole: ‘Ten
compasión de nosotros, hijo de David’.
Quieren ver, no quieren seguir en su ceguera. Triste es la vida de unos
ojos sin luz. Tenían la confianza absoluta de que en Jesús podían encontrar luz
para sus ojos. Y así sucedió. ‘Que os
suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’. Comenzaron a ver
y a pesar de la prohibición de Jesús de que el hecho se conociera ellos no
paraban de hablar de Jesús. Es que no podían hacer otra cosa que dar gloria a
Dios por lo sucedido dándolo a conocer a todo el mundo.
Son los signos de los tiempos mesiánicos, decíamos
desde el principio de nuestra reflexión, y como un signo lo vemos realizado en
Jesús. Es cierto, los milagros son signos. No es solo la oscuridad de nuestros
ojos ciegos lo que Jesús viene a curar. Hay otra oscuridades más hondas cuando
nos falta la fe; oscuridades cuando caminamos como sin sentido por la vida sin
saber a donde vamos ni qué debemos hacer; oscuridades en nuestras soledades
cuando nos sentimos como aislados de los demás o sin el apoyo que en determinados
momentos quizá necesitamos; silencios y caminos oscuros que vamos haciendo en
la vida en medio de nuestras luchas y los problemas que nos van apareciendo en
la vida; oscuridades porque quizá hemos elegido caminar solos y sin contar con
nadie, pero peor aun sin nosotros querernos comprometernos con nada ni con
nadie; oscuridades porque cerramos los ojos ante las necesidades o los
problemas de los demás porque creemos que lo nuestro ya lo tenemos resuelto por
nosotros mismos.
Tenemos que pararnos en ese camino sin sentido que
muchas veces vamos recorriendo en nuestra inconsciencia para reconocer nuestras
cegueras y buscar la verdadera luz que ilumine nuestras vidas. Por ahí tenemos
que comenzar, por reconocer nuestras cegueras y nuestras oscuridades. Y que
surja, sí, el grito desde nuestro corazón como el de aquellos ciegos de los que
nos habla el evangelio. ‘Ten compasión de
nosotros, hijo de David’.
Pidamos al Señor esa luz que necesitamos; que se nos
despierte la fe; que volvamos a tener esperanza en algo nuevo que se puede
realizar en nuestra vida; que se nos abran los ojos para los caminos nuevos que
el Señor nos va señalando; que se despierte la sensibilidad de nuestro corazón
para saber mirar con mirada nueva a nuestro alrededor y ver allí donde podemos
poner luz, poner paz, poner esperanza en tantos que caminan a nuestro lado y lo
necesitan. Que desaparezcan nuestros miedos y cobardías que tantas oscuridades
van sembrando en nuestro corazón.
Que caminemos a la luz de la fe y del amor para que en verdad
sigamos a Jesús, nos podamos encontrar con Jesús.
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