Adviento una trayectoria que hacemos en el hoy de nuestra vida fundamentados en la fe que nos impregna y con la esperanza cierta de la plenitud
Jeremías 33, 14-16; Sal. 24; 1Tesalonicenses 3,12-4,2; Lucas
21,25-28.34-36
La vida del ser humano transcurre en el presente del
hoy de su historia concreta afirmado en el camino recorrido como cimiento sobre
el que ha edificado su vida de hoy pero con la mirada levantada hacia metas
futuras que le hacen aspirar a una nueva vida y a un mundo mejor que ha de
construir.
Somos herederos de un pasado, nuestro propio pasado
pero también el pasado de todos los que antes que nosotros han ido construyendo
nuestra historia, la historia del mundo en el que vivimos y eso de forma muy
concreta en las circunstancias históricas que cada uno vive. Pero al mismo
tiempo queremos dejar un mundo mejor en herencia y soñamos con lo que vamos a
dejar. Porque nuestra historia no son solo recuerdos sino cimientos de vida; si
fueran solo recuerdos serian casi como adornos que se ponen y se quitan. Y el
camino no es al azar sino una trayectoria que hay que recorrer con sentido.
Todos buscamos ese sentido. Todos ahondamos en nuestra
historia que es también nuestra cultura. Todos soñamos con esperanza en eso
nuevo que queremos construir. Y eso lo hacemos en lo humano, como seres humanos
en el vivir de cada día y en la medida que lo asumimos somos más y más maduros,
pero eso los creyentes lo vivimos también desde el sentido de la fe.
Esa fe que impregna y configura nuestra vida. Que no es
un adorno porque no es algo que se pone y se quita como un recuerdo que podemos
recordar o podemos querer olvidarlo. Esa fe que se hace presencia viva en
nuestra vida y que nos hace elevar también nuestra mirada con esperanza buscando
esas metas altas que finalmente nos hagan alcanzar la plenitud de nuestra vida.
Es esa trayectoria, como decíamos, que queremos vivir con verdadero sentido, el
color y el sentido de la fe.
Esto el verdadero creyente cristiano, consciente de su
fe y que quiere vivir una fe madura lo va plasmando cada día en su vida. No se
trata simplemente de dejar correr la existencia a lo que nos vaya saliendo en
cada momento. Hemos mamado, por así decirlo, esa fe en esa educación que hemos
recibido, pero que nos hace mirar hondo a lo que es el memorial hondo de
nuestra fe en todo lo que ha sido la historia de la salvación. Y eso lo vamos
ahora viviendo en ese testimonio que cada día queremos ir dando mientras vamos
al tiempo celebrando todo ese misterio de nuestra fe. Y lo hacemos con
esperanza, con esperanza de plenitud cuando lleguemos a la plenitud de la
salvación en ese encuentro definitivo con el Señor.
Y eso lo que ahora queremos intensificar; eso es el
Adviento que la Iglesia ahora nos invita a vivir, no como meros recuerdos que
hagamos de unos momentos de esa historia de la salvación en la próxima
celebración de la Natividad de Jesús, sino todo inmerso en esa trayectoria,
como decíamos.
Por eso vamos a recoger todo lo mejor de lo que fue la
vivencia del pueblo creyente que esperaba la llegada del Mesías Salvador, para
al tiempo que celebramos el memorial del nacimiento del Emmanuel, seguimos
viviendo en esa esperanza de plenitud pero queriendo conseguir aquí y ahora esa
vida nueva y mejor y construir ese mundo nuevo que tanto ansiamos.
No vivimos ahora el adviento ni viviremos luego la
Navidad como un paréntesis de lo que es la vida que ahora vivimos en este mundo
concreto del hoy. En nuestro corazón y en nuestra vida tienen que estar todas
esas ansias y angustias, todas esas esperanzas y también los sufrimientos que
vive nuestro mundo hoy tan convulso y tan lleno de problemas. Ni olvidamos el
terrorismo que azota nuestro mundo, ni corremos un velo para no ver ese mundo
de hambre y de miseria que tenemos hoy; no podemos olvidar esa falta de paz que
vive nuestro mundo ni las injusticias y sufrimientos de tantos seres humanos
que son también hermanos nuestros; aquí podríamos traer a la memoria lo que son
todas las miserias de nuestro mundo.
Y en ese mundo concreto queremos vivir la esperanza del
Adviento y la alegría de la próxima Navidad. Y tenemos que dejar que la Palabra
del Señor nos ilumine, que su Espíritu nos revuelva por dentro y nos inspire
para ir descubriendo cómo podemos devolverle la esperanza a nuestro mundo;
dejar que nuestro corazón se renueve de verdad para que salten todas esas
corazas y cadenas de egoísmo e insolidaridad en que tantas veces nos envolvemos
y lleguemos a descubrir de verdad qué es lo que tenemos que hacer.
No es fácil porque muchas veces tenemos muy enturbiada
nuestra mente y nos cuesta ver; no es fácil porque nos puede resultar duro y
doloroso arrancar tantas costras de apegos que podemos tener en nuestro
corazón.
Pero no podemos seguir caminando de cualquier manera
sin encontrarle el sentido más profundo a lo que hacemos a lo que es nuestra
vida; un sentido que descubrimos desde esa fe que no es un adorno sino que
tiene que ser algo que vivimos profundamente y profundamente nos compromete. Si
lo vamos intentando cada día iremos en verdad dando pasos de adviento, iremos
haciendo esa trayectoria que nos puede conducir a la plenitud.
Con nosotros está el Señor en ese camino. Y hoy nos
invita a estar despiertos, a estar vigilantes, a mantenernos firmes, a no
perder la paz porque nos llenemos de miedo, a dar pasos de compromiso quitando
de nuestra vida todas esas rutinas, por decirlo muy suave, que nos embotan la
mente y nos ciegan el corazón. Así nos lo dice el Evangelio. Es el Adviento que
hemos de vivir confiados siempre a la misericordia del Señor.
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