El discípulo de Jesús tiene un estilo propio de hacer las cosas y vivir que aprendemos del Evangelio
Ef. 1,11-14; Sal. 32; Lc. 12, 1-7
Mucha gente está alrededor de Jesús queriendo
escucharle. Se agolpan en torno a Jesús como para no perderse ni una palabra
de manera que dice el evangelista que ‘hasta
se pisaban los unos a los otros’. Jesús parece como se que se siente muy a
gusto rodeado de toda aquella gente que parece que va abriendo su corazón
dejando ver lo que sentía en su interior y va desgranando recomendaciones y
advertencias. Y es que sus discípulos han de tener otro sentido, otra manera de
hacer las cosas.
No puede ser simplemente por lo que se palpa en el
ambiente o por lo que hagan los otros. Muchas veces nos vemos influidos casi
sin darnos cuenta. Y esto hemos de tenerlo muy presente hoy en el mundo que
vivimos con las sutilezas de la publicidad, con las técnicas de comunicación
que se emplean por todas partes tratando de influir, tratando de mentalizar
cada uno desde sus intereses o su manera de ver las cosas y casi sin darnos
cuenta se nos van empapando otros sentidos, otros estilos y terminamos hacemos una mezcolanza grande donde todo nos parece bueno, o simplemente
aceptamos esto o aquello porque lo dijeron en tal sitio, en tal medio de
comunicación, o lo vimos en no sé qué película o leímos en un libro. Nos
quieren meter las cosas por los ojos, o tratan sutilmente de influir en nuestra
manera de pensar y si no estamos bien atentos y bien preparados caemos en sus
redes.
Jesús les dice a los discípulos reunidos en torno a El:
‘Cuidado con la levadura de los fariseos’.
La levadura casi no se ve y se mezcla con la masa y sin darnos cuenta vemos cómo
todo aquello comienza a fermentar. Ya nos dirá Jesús en otro momento del evangelio
que el reino de los cielos es como el puñado de levadura que la mujer mezcla
con la masa para hacerla fermentar. Pero hay levaduras y levaduras. Ahora les
dice Jesús que tengan cuidado con la levadura de los fariseos.
¿Qué quiere decir Jesús? He hemos reflexionado
recientemente que tenemos que hacer las cosas de corazón, que tenemos que ser
auténticos y verdaderos, que no podemos andar con dobles caras. Pues es por ahí
por donde van las palabra de Jesús hoy con una denuncia clara y fuerte. ‘Cuidado con la levadura de los fariseos, o
sea, con su hipocresía’. El discípulo de Jesús no puede andar con esos
dobles juegos ni con esas dobles caras; en el discípulo de Jesús no caben las
mentiras ni los engaños. En una ocasión hasta sus mismos enemigos alaban a Jesús
porque es veraz. Así tenemos que ser. No cabe en nosotros la hipocresía, como
la de los fariseos, y tenemos el peligro de contagiarnos; y de eso quiere
prevenirnos Jesús. El sentido de nuestro vivir es distinto; son otras las cosas
de las que tenemos que dejar impregnar nuestro corazón, llenándolo del amor de
Dios, de la gracia del Señor.
Son palabras fuertes y exigentes; palabras que pueden
levantar ronchas, como se suele decir. A los fariseos que se creían tan justos
y tan buenos no les caerían bien. Pero Jesús nos dice que no tengamos miedo. Ya
Jesús les está anunciando que por proclamar la verdad del evangelio hasta la
vida puede peligrar. ‘No tengáis miedo a
los que matan el cuerpo, pero no pueden
hacer más’. Y nos dice a los que hemos de temer, a los que pueden cambiar
nuestro corazón para engañarnos y llenarnos de maldades. Esos son los
peligrosos. Bien lo hemos comprobado a través de la historia de la Iglesia;
bien lo habremos quizá podido comprobar y sentir en nuestras propias carnes con
las incomprensiones de tantos y en la
resistencia que encontramos cuando queremos hablar del Evangelio y
queremos ser fieles a sus valores.
Pero Jesús nos dice que nos sentimos protegidos y
fortalecidos en el Señor. El Señor es nuestra fortaleza y nuestra vida. Habla
de los gorriones o de los pelos de la cabeza y nos viene a decir que nosotros
valemos mucho más que todo eso. Por eso cuando tenemos que dar nuestro
testimonio, cuando tenemos que proclamar la verdad del evangelio nos tenemos
que sentir fuertes en el Señor, porque El no nos deja y nos abandona a nuestra
suerte.
No nos podemos dejar cautivar por cantos de sirena; no
nos podemos dejar engañar con otras sabidurías, porque nuestra sabiduría es la
del amor, nuestra sabiduría la tenemos bien retratada en la cruz de Jesús.
Porque es a Cristo, y éste crucificado a quien anunciamos no solo con nuestras
palabras sino con la verdad de nuestra vida. Que la luz de su gracia nos
ilumine.
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