Centremos nuestra atención allí donde ponemos nuestro amor y seamos auténticos y sinceros en lo que hacemos en la vida
Gál. 5, 1-6; Sal. 118; Lc. 11, 37-41
¡Qué importante hacer las cosas de corazón! No nos
podemos quedar en cumplir; no nos podemos quedar en las apariencias. Claro de
corazón teniendo buen corazón, alejando de nosotros toda maldad. Nos hace ser
más auténticos, más verdaderos. Nos ayuda a sentirnos más satisfechos de
nosotros mismos. Si con un corazón bueno miramos a través de ese prisma a los
otros estaremos contribuyendo a una mayor sinceridad en nuestra vida, en
nuestras relaciones con los demás, los veremos con buenos ojos y estaremos
contribuyendo a hacer un mundo más feliz.
Si actuamos desde la apariencia no siendo sinceros, esa
misma insinceridad que estamos poniendo en nuestra vida nos hará desconfiar de
los demás, porque estamos mirando bajo el prisma o a través del prisma de la
malicia y de la falta de sinceridad y creemos que los otros también actúan así.
Se tensan las relaciones, vivimos en un solapado enfrentamiento y en cualquier
momento hasta puede saltar la violencia.
Vamos con demasiada acritud por la vida, somos
excesivamente agrios, y esa acidez de nuestro espíritu amarga las relaciones
entre unos y otros. Eso lo estamos viendo en el día a día de nuestra
convivencia y de nuestra relación con los demás. Siempre andamos con sospechas,
viendo malas intenciones en los demás, prejuzgando, saltando a la defensiva con
violencia por cualquier cosa.
Fijémonos en el fariseo que invitó a Jesús hoy en el
relato del evangelio que hemos escuchado. ¿Era una actitud de sinceridad la que
mantenía aquel hombre con Jesús cuando sin decir nada, ni quizá haber ofrecido
el agua de la hospitalidad a su llegada, estaba juzgando en su interior a Jesús
porque no se lavaba las manos? Era la malicia que mantenía en su corazón aunque
exteriormente quisiera quedar bien invitando a Jesús a comer a su casa.
Jesús se da cuenta. El conoce bien el corazón del
hombre, pero además ante Jesús nada podemos ocultar porque El ve bien lo que
tenemos por dentro. ‘Limpiáis por fuera
la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades’, le
dice Jesús. Es la denuncia que continuamente Jesús les hace y es por lo que los
llama hipócritas; hipócrita es que tiene doble cara; eran las máscaras que se
ponían los actores en el teatro clásico para hacer las representaciones.
¿Qué diría Jesús de nosotros? Seamos sinceros con
nosotros mismos para escuchar sin tapujos lo que el Señor tiene que decirnos.
El nos pide autenticidad; no podemos andar con representaciones; la vida no es
un teatro, aunque muchas veces parece que eso es lo que hemos hecho, por
nuestra falta de sinceridad. Seamos auténticos de verdad.
Y quiero añadir algo. Cuidemos nuestras prácticas
religiosas y las oraciones que hacemos. No se trata de cumplir ritualmente con
las cosas sino que tenemos que mirar la sinceridad de corazón con la que las
hacemos. Aunque también tenemos otro peligro del que hemos de estar prevenidos.
Lo decimos así, que lo que decimos o rezamos con los labios lo vayamos diciendo
y sintiendo también en el corazón. Es un peligro y una tentación, porque la
mente nos juega muchísimas veces montones de pasadas. Mientras con los labios
estamos diciendo unas oraciones, repitiendo quizá una y otra vez, nuestra mente
puede estar lejos pensando en otras cosas.
Oremos con paz en el corazón centrándonos de verdad en
aquello que estamos haciendo. Que no nos quedemos en repetir mecánicamente unas
oraciones, sino que hemos de poner todo nuestro espíritu, toda nuestra atención
para estar de verdad en aquello que estamos haciendo. Repito es un peligro que
tenemos todos mientras rezamos nuestras oraciones, mientras participamos en las
celebraciones.
Centremos nuestra atención allí donde ponemos nuestro
amor. Y cuando estamos rezando suponemos que todo nuestro amor está puesto en
el Señor.
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