Bendecimos a Dios y nos sentimos bendecidos por Dios, que nuestras buenas obras lleven a los demás a bendecir a Dios
Ef. 1,1-10; Sal. 97; Lc. 11, 7-54
Qué contraste entre la luminosidad que se nos refleja
en el principio de la carta de san Pablo a los Efesios y las negruras que se
nos describen en el texto del evangelio refiriéndose a la respuesta que daba el
pueblo de Israel, y en especial está haciendo referencia a los fariseos, a lo
que había sido la historia de amor de Dios para con su pueblo, la historia de
la salvación.
En ese inicio de la carta a los Efesios que hoy
comenzamos a escuchar de forma continuada todo son bendiciones por una parte
primero para Dios que así nos ha amado y nos ha entregado a su Hijo para
nuestra redención, para el perdón de los pecados; y luego por otra parte es el
reconocimiento de las bendiciones de Dios para con nosotros en Cristo Jesús. ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, nos dice, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda
clase de bendiciones espirituales y celestiales’.
Bendecimos a Dios y nos sentimos bendecidos por Dios.
Ha vuelto su mirada sobre nosotros y nos ha elegido en Cristo Jesús. Todo se
convierte en bendición y en alabanza. Nos regala con su gracia que nos hace
hijos, pero nos enriquece con toda clase de bendiciones para que seamos santos
e irreprochables. Es un derroche de amor de Dios sobre nosotros que nos inunda
con su gracia.
Todo esto nos tiene que hacer considerar muchas cosas
para que en verdad con toda nuestra vida alabemos siempre al Señor, y todo sea
siempre para la gloria de Dios. Eso nos tiene que impulsar a ser santos,
aprovechando ese río de gracia que se desborda sobre nosotros. Esto ha de
significar como toda nuestra vida siempre ha de estar centrada en Cristo. En El
nos llega toda la bendición de Dios; por su sangre hemos sido redimidos; la
fuerza de su Espíritu nos llena de la vida divina por lo que ya para siempre
podemos llamarnos y sentirnos de verdad hijos de Dios.
Ojalá fuera así siempre nuestra vida. Ojalá siempre y
en todo momento todo lo que hagamos sea para la gloria de Dios. Ojalá sepamos
hacer las cosas, vivir nuestra vida de fe de manera que en todo ayudemos a los
demás a descubrir ese regalo del amor de Dios que es su gracia y como todos nos
sentidos bendecidos por el Señor para que todos aprendan a dar esa gloria del
Señor en todo momento.
En las palabras que le hemos escuchado a Jesús en el
evangelio denunciando la manera torpe de obrar de aquellos que le rechazaban en
sus orgullos y en su pecado, señala también que en lugar de ayudar al pueblo
desde el lugar que ocupaban en la vida social y religiosa del pueblo de Israel,
ya porque fuesen sacerdotes o escribas, ya porque fuesen los dirigentes del
pueblo de alguna manera, eran sin embargo un estorbo que entorpecían el camino
de los sencillos en su querer acercase a Dios y ser fieles. ‘Ay de vosotros que os habéis quedado con la
llave del saber: vosotros que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los
que intentaban entrar’. Palabras de Jesús que le valieron el odio de
aquellos ‘letrados y fariseos que
empezaron a acosarlo y tirarle de la lengua, con preguntas capciosas, para
cogerlo con sus propias palabras’.
Creo que esto tendría que hacernos pensar para que
nunca nosotros seamos obstáculo para que los demás se encuentren con Jesús. No
siempre los cristianos damos buenos ejemplos a los que nos rodean y con nuestra
frialdad o nuestra desgana podemos estar incitando a los demás a que vivan
también de una forma fría su vida cristiana. Quizá no le damos importancia en
este sentido a lo que hacemos y escudándonos en que somos débiles y pecadores
nos vamos dejando llevar. Eso puede arrastrar también a los que están a nuestro
lado. Es una cosa que tenemos que cuidar.
Cuando decimos que somos testigos de nuestra fe ante
los que nos rodean, esto es algo que tenemos que cuidar. Testigos de nuestra
fe, serán las obras buenas las que tienen que resplandecer. Que no seamos
obstáculo para que los demás también amen y sigan a Jesús.
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