Piden signos y milagros, pero ¿los creyentes somos en verdad signos de Jesús ante el mundo que nos rodea?
Gálatas
4,22-24.26-27.31–5,1; Sal
112; Lucas 11,29-32
Piden signos, piden milagros; pedimos milagros,
necesitamos signos; ¿qué es lo que necesitará nuestro mundo para creer? ¿Cómo
será que tengamos que hacer el anuncio de Jesús para que el mundo crea? Preguntas,
interrogantes que se hace la gente para creer, cuando llegan a hacérselas; quizá podemos haber caído en una situación en
que a muchos ya ni les interese el hecho religioso, no se pregunten por Dios,
porque vivan muy cómodamente sin Dios.
Permítanme todo esto que voy diciendo porque son
interrogantes que se me plantean por dentro, porque de todo eso podemos encontrar
en nuestro entorno; ¿qué es lo que hacemos los cristianos para despertar la fe
en los que nos rodean? ¿seremos signos con nuestra vida que atraigamos a los
demás a la fe en Jesús? Muchas cosas que me van surgiendo en el interior.
En el evangelio hemos escuchado que Jesús se queja porque
la gente de su tiempo no hacía sino pedir signos y milagros. No eran capaces de
ver todas las acciones de Jesús. No llegaban a descubrir quien era realmente
Jesús. Podían quizá sentir admiración; había cosas que decía y anunciaba Jesús
que podían llamarles la atención. Quizá buscaban el milagro fácil que les
resolviera las cosas sin poner de su parte demasiado esfuerzo. O quizá la
petición de milagros era como una disculpa para no llegar a creer, para no
comprometerse con una fe en Jesús.
Jesús les recuerda momentos de su historia, lo que ha
sido parte de la historia de la salvación. Lo sucedido con Jonás que había sido
enviado a Nínive a predicar la conversión de aquel pueblo para que no mereciera
el castigo, tuvo miedo, quiso embarcarse en sentido contrario y se fueron
sucediendo una serie de hechos, que tras haber sido devorado por un cetáceo se
había decidido a cumplir su misión. Y la Palabra que anunciaba en Nínive,
aquella gran ciudad, convirtió los corazones de los ninivitas. Lo que le había
sucedido a Jonás se convirtió en un signo para aquellas gentes y se convirtieron.
Ahora les dice Jesús que el signo de Jonás es también para ellos, pero no
quieren aceptarlo. El haber sido devorado por aquel cetáceo y su vuelta vivo a
la playa a los tres días se convertirá en un signo de la Pascua de Jesús. Pero
no todos lo aceptarán.
Les habla también de la sabiduría de Salomón por quien
la reina del sur había hecho largo viaje para escucharlo. Ante ellos estaba la sabiduría divina porque
Jesús es la Palabra viva de Dios y no lo creen. Se levantarán los ninivitas
contra aquella generación; se levantará también la reina del sur contra ellos
porque no supieron descubrir la Sabiduría de Dios que se manifestaba en Jesús.
Pero tenemos que hacer referencia a lo que ahora nos
sucede en este mismo sentido. Es cierto que mucha gente sigue buscando milagros
y parece que si no los tienen no llegarán a creer. Es el correr de las gentes
adonde se enteran que sucedes cosas extraordinarias, o el acudir muchas veces a
los santuarios de su devoción buscando aquel lugar donde se realicen más milagros.
Pero aun así, ¿terminarán por creer de verdad?
¿Serán realmente milagros lo que necesite la gente o
necesitará testigos? Creo que por ahí es por donde tendrían que ir las cosas,
pero para que nosotros los creyentes nos interroguemos si en verdad somos
testigos de nuestra fe ante los que nos rodean. Venimos a la Iglesia,
participamos en muchas celebraciones, nos decimos que somos personas muy
religiosas, pero realmente nuestra manera de actuar, nuestra manera de vivir
nuestra fe y nuestros actos religiosos y hasta la participación en las
celebraciones, ¿nos convierte en testigos de esa fe ante el mundo que nos
rodea, ese mundo que decimos que está pidiendo milagros?
Creo que ese tendría que ser nuestro verdadero
interrogante para los que estamos más cerca de la Iglesia o más comprometidos.
Tenemos que ser testigos, nuestras vidas, nuestra manera de actuar, nuestro
compromiso tiene que ser signo de salvación para los que nos rodean. Es
importante que nos hagamos ese planteamiento y esa sea la respuesta que nos
está pidiendo la Palabra del Señor que estamos escuchando. La rectitud de
nuestra vida, el amor con que vivimos,
el compromiso por los demás y por hacer que nuestro mundo sea mejor, el
complicarnos la vida en cosas buenas y justas, tienen que ser esos signos de nuestra fe, para que los demás se
interroguen por su vida, por su fe, y vayan en verdad en búsqueda de Jesús.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine y fortalezca.
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