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lunes, 13 de octubre de 2014

Piden signos y milagros, pero ¿los creyentes somos en verdad signos de Jesús ante el mundo que nos rodea?

Piden signos y milagros, pero ¿los creyentes somos en verdad signos de Jesús ante el mundo que nos rodea?

Gálatas 4,22-24.26-27.31–5,1;  Sal 112; Lucas 11,29-32
Piden signos, piden milagros; pedimos milagros, necesitamos signos; ¿qué es lo que necesitará nuestro mundo para creer? ¿Cómo será que tengamos que hacer el anuncio de Jesús para que el mundo crea? Preguntas, interrogantes que se hace la gente para creer, cuando llegan a hacérselas;  quizá podemos haber caído en una situación en que a muchos ya ni les interese el hecho religioso, no se pregunten por Dios, porque vivan muy cómodamente sin Dios.
Permítanme todo esto que voy diciendo porque son interrogantes que se me plantean por dentro, porque de todo eso podemos encontrar en nuestro entorno; ¿qué es lo que hacemos los cristianos para despertar la fe en los que nos rodean? ¿seremos signos con nuestra vida que atraigamos a los demás a la fe en Jesús? Muchas cosas que me van surgiendo en el interior.
En el evangelio hemos escuchado que Jesús se queja porque la gente de su tiempo no hacía sino pedir signos y milagros. No eran capaces de ver todas las acciones de Jesús. No llegaban a descubrir quien era realmente Jesús. Podían quizá sentir admiración; había cosas que decía y anunciaba Jesús que podían llamarles la atención. Quizá buscaban el milagro fácil que les resolviera las cosas sin poner de su parte demasiado esfuerzo. O quizá la petición de milagros era como una disculpa para no llegar a creer, para no comprometerse con una fe en Jesús.
Jesús les recuerda momentos de su historia, lo que ha sido parte de la historia de la salvación. Lo sucedido con Jonás que había sido enviado a Nínive a predicar la conversión de aquel pueblo para que no mereciera el castigo, tuvo miedo, quiso embarcarse en sentido contrario y se fueron sucediendo una serie de hechos, que tras haber sido devorado por un cetáceo se había decidido a cumplir su misión. Y la Palabra que anunciaba en Nínive, aquella gran ciudad, convirtió los corazones de los ninivitas. Lo que le había sucedido a Jonás se convirtió en un signo para aquellas gentes y se convirtieron. Ahora les dice Jesús que el signo de Jonás es también para ellos, pero no quieren aceptarlo. El haber sido devorado por aquel cetáceo y su vuelta vivo a la playa a los tres días se convertirá en un signo de la Pascua de Jesús. Pero no todos lo aceptarán.
Les habla también de la sabiduría de Salomón por quien la reina del sur había hecho largo viaje para escucharlo.  Ante ellos estaba la sabiduría divina porque Jesús es la Palabra viva de Dios y no lo creen. Se levantarán los ninivitas contra aquella generación; se levantará también la reina del sur contra ellos porque no supieron descubrir la Sabiduría de Dios que se manifestaba en Jesús.
Pero tenemos que hacer referencia a lo que ahora nos sucede en este mismo sentido. Es cierto que mucha gente sigue buscando milagros y parece que si no los tienen no llegarán a creer. Es el correr de las gentes adonde se enteran que sucedes cosas extraordinarias, o el acudir muchas veces a los santuarios de su devoción buscando aquel lugar donde se realicen más milagros. Pero aun así, ¿terminarán por creer de verdad?
¿Serán realmente milagros lo que necesite la gente o necesitará testigos? Creo que por ahí es por donde tendrían que ir las cosas, pero para que nosotros los creyentes nos interroguemos si en verdad somos testigos de nuestra fe ante los que nos rodean. Venimos a la Iglesia, participamos en muchas celebraciones, nos decimos que somos personas muy religiosas, pero realmente nuestra manera de actuar, nuestra manera de vivir nuestra fe y nuestros actos religiosos y hasta la participación en las celebraciones, ¿nos convierte en testigos de esa fe ante el mundo que nos rodea, ese mundo que decimos que está pidiendo milagros?
Creo que ese tendría que ser nuestro verdadero interrogante para los que estamos más cerca de la Iglesia o más comprometidos. Tenemos que ser testigos, nuestras vidas, nuestra manera de actuar, nuestro compromiso tiene que ser signo de salvación para los que nos rodean. Es importante que nos hagamos ese planteamiento y esa sea la respuesta que nos está pidiendo la Palabra del Señor que estamos escuchando. La rectitud de nuestra vida, el amor con que vivimos,  el compromiso por los demás y por hacer que nuestro mundo sea mejor, el complicarnos la vida en cosas buenas y justas, tienen que ser esos signos  de nuestra fe, para que los demás se interroguen por su vida, por su fe, y vayan en verdad en búsqueda de Jesús.

Que el Espíritu del Señor nos ilumine y fortalezca. 

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