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miércoles, 16 de julio de 2014

Vistiéndonos de María llegaremos a Dios, nos llenaremos de Dios

Vistiéndonos de María llegaremos a Dios, nos llenaremos de Dios

Is. 7, 1-9; Sal. 47; Mt. 11, 25-27
La advocación de la Virgen del Carmen es quizá una de las más repetidas y que evoca una intenso devoción del pueblo cristiano a la Virgen María, la madre del Señor que también nos la ha dejado como madre. Serán los marinos y todos los que realizan sus tareas en el mar los que la invoquen con devoción sintiendo que María es el ancla segura de su salvación, porque apoyados en María sienten seguras sus vidas en la duras tareas de la vida.
Pero no será solo en los pueblos marinos o a las orillas del mar los que la invoquen con tan dulce nombre porque también queremos sentir la protección de la Virgen del Carmen en la hora de nuestra muerte para que quienes vistamos su santo Escapulario nos veamos pronto liberados de las penas del purgatorio para gozar con María de la gloria del cielo. Es muy habitual en nuestras parroquias que el altar de la Virgen del Carmen vaya adornado con el cuadro de las almas del Purgatorio que con la poderosa intercesión de María son liberadas de sus penas.
Pero además, al menos en nuestra tierra, pocos serán los pueblos que no tengan dedicada alguna iglesia o santuario a la Virgen del Carmen o en nuestros templos parroquiales haya también un retablo dedicado en su honor. De la misma manera que son muchas las personas que llevan este nombre de la Virgen.
Y es que desde que Jesús nos la dejó como madre desde la cruz como hermoso testamento de amor, siempre queremos sentir esa presencia de María a nuestro lado. En ella todos los hijos sentimos el amor y la protección de la Madre; en ella encontramos el ejemplo y el estímulo para nuestro caminar cristiano, porque sus virtudes están diáfanas ante nuestros ojos para que la imitemos y las copiemos en nuestra vida.
Precisamente la devoción del Escapulario del Carmen eso de alguna manera viene a enseñarnos, porque querer vestir el escapulario es querer vestirnos de María, es querer copiar en nuestra vida todas sus virtudes y todo su amor, porque además María es ese molde perfecto que nos configura totalmente con Cristo; es como meternos en María para que María nos envuelva con sus virtudes, pero no de una forma exterior, sino transformando desde lo más hondo nuestro corazón.
Qué mejor modelo podemos tener que María para hacernos ese hombre nuevo de la gracia. Ella fue la llena de gracia porque se dejó inundar de la presencia de Dios en su vida. Son las palabras con las que la saluda el ángel de la anunciación, ‘la llena de gracia por el Señor está contigo’, pero que además va a ser luego cubierta y envuelta por el Espíritu Santo para que el Hijo de Dios se hiciera hombre en sus entrañas.
El texto del evangelio que hoy hemos escuchado, y que repetidamente hemos escuchado en estas ultimas semanas, nos está señalando también el camino de María para ir a Dios, para conocer el misterio de Dios. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, dice Jesús,. Porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla’.
¿No nos estará hablando Jesús en cierto modo de cómo en María se ha revelado el misterio de Dios? Ella es la que se llama a si misma la humilde esclava del Señor dispuesta siempre al sí, a la disponibilidad, al servicio, a la fe y al amor. En María Dios se manifiesta y se revela de manera especial. Si antes decíamos que tenemos que imitar a María, que tenemos que vestirnos de María, miremos de su humildad y sencillez, miremos de su pequeñez pero de la grandeza de su amor, y haciendo como ella abramos nuestro corazón a Dios que también a nosotros se nos manifestará y nos llenará de su gracia.

Siguiendo siempre los caminos de María estamos seguros que llegaremos a Dios, que nos llenaremos de Dios.

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