Si comprendierais lo que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, no condenaríais a los que no tienen culpa
Is. 38, 1-6.21-22.7-8; Sal.: Is. 38, 10-16; Mt. 12, 1-8
‘Si comprendierais lo
que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, no condenaríais a los que
no tienen culpa’.
Así nos dice Jesús hoy en el evangelio. Qué bien nos viene escucharlo y a
cuantas reflexiones tendrían que llevarnos estas palabras de Jesús.
Qué fáciles somos para juzgar y para condenar. Queremos
pasar por el tamiz de nuestra manera de ver las cosas todo lo que hacen los
demás. Pero es que además juzgamos muchas veces desde las apariencias externas,
o lo que nosotros imaginamos que pueden ser sus intenciones o el por qué hacen
las cosas. Queremos imponer nuestras reglas que quizá muchas veces ni
utilizamos en la forma de regir nuestro comportamiento. Fáciles para exigir a
los otros pero fáciles también para no exigirnos a nosotros mismos en la búsqueda
de una rectitud en nuestro obrar.
Cuando andamos así, siempre con la sospecha y el juicio
reprobatorio a flor de piel y pronto para manifestarse, qué difíciles se nos
hacen nuestras relaciones y no solo ya porque el otro se pueda sentir ofendido
por nuestros juicios, sino porque allá en nuestro propio interior no podremos
sentir paz, aparte de que nos estamos poniendo barreras que nos impiden
acercarnos al otro y aprender a caminar juntos.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que los fariseos
comienzan a emitir sus juicios condenatorios cuando ven que los discípulos de
Jesús hacen algo tan sencillo como al pasar por un sembrado coger algunas
espigas y estrujarlas en su mano para llevarse a la boca unos granos de trigo.
Pero, claro, era sábado y la ley del descanso sabático había que cumplirla a
rajatabla; no se podía hacer ningún tipo de trabajo, porque incluso hasta las
distancias que se podían recorrer estaban reguladas.
Aquí estamos con lo de los yugos pesados, como
hablábamos ayer, donde todo se mide hasta el mínimo detalle y el gesto que
estaban haciendo los discípulos se asemejaba al trabajo de la siega. ‘Tus discípulos están haciendo una cosa que
no está permitida en sábado’, o sea, estaban trabajando porque estaban
segando unos espigas.
Como hemos escuchado en el evangelio Jesús les recuerda
lo que hizo David cuando él y sus compañeros porque tenían hambre y no tenían
que comer comieron de los panes presentados en las ofrendas que solo podían
comer los sacerdotes; y les recuerda también que para la ofrenda del altar por
parte de los sacerdotes se quebranta la ley del descanso sabático. Y les dice: ‘aquí hay uno que es mayor que el templo…
porque el Hijo del Hombre es señor del sábado’.
No podemos andar en la vida con esas reglas minuciosas
que nos miden hasta el milímetro de hasta donde podemos llegar y de donde no
nos podemos pasar. Y menos que andemos con juicios sobre los demás en
cuestiones así. Me recuerda algunas reglamentaciones que en este estilo hemos
vivido también muchas veces los cristianos, cuando te vienen a preguntar si han
oído misa o no, porque llegaron cuando el sacerdote estaba terminando de leer
el evangelio y cosas así en este estilo.
Ayer escuchábamos decir a Jesús que aprendiéramos de El
que es manso y humilde de corazón porque su yugo es llevadero y su carga es
ligera. No quiere el Señor que nos estemos atormentando en minucias
innecesarias. Es necesario, sí, tener bien formada nuestra conciencia para
obrar siempre en rectitud, pero eso no significa que andemos en esas reglas de
medir que queremos aplicar a todo a ver hasta donde podemos llegar y de donde
no nos podemos pasar,.
El seguimiento de Jesús que hemos de hacer tiene que
ser algo mucho más profundo, porque será dar todo nuestro corazón con
generosidad, con mucho amor, sin rebajas ni reservas, pero también siempre con
mucha paz de espíritu. Y esto nos vale para la manera en cómo hemos de convivir
con los demás, sobre los que no tenemos derecho de ninguna manera a estarnos
haciendo juicios que, por otra parte, no sabemos hacer sino condenatorios.
Tengamos otra amplitud de espíritu y generosidad en el
corazón; pongamos mucho amor en lo que hacemos y mucho amor en las relaciones
que mantengamos con los demás y estaremos caminando, entonces, por caminos de
rectitud y de paz en una sana y hermosa convivencia.
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