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lunes, 14 de julio de 2014

Busquemos la paz que el Señor quiere darnos



Busquemos la paz que el Señor quiere darnos

Is. 1, 11-17; Sal. 49; Mt. 10, 34-11, 1
Cuidado no queramos justificar nuestras guerras y peleas en las palabras de Jesús. Así somos de atrevidos.  Nos pudieran parecer de entrada contradictorias estas palabras de Jesús  pero hemos de saber entender bien lo que nos quiere decir. Y una cosa si hemos de tener clara, cuando no entendemos algo porque se  nos hace difícil invoquemos al Espíritu Santo que es Espíritu de ciencia y de sabiduría y allá en lo hondo del corazón nos lo revelará y nos lo aclarará todo. Además, como hemos visto tantas veces en el evangelio, vayamos hasta Jesús, vayamos a escuchar su Palabra con espíritu humilde, con sencillez de corazón y El se nos revelará allá en lo más íntimo de nosotros mismos.
Nos dice Jesús hoy  ‘no penséis que he venido a la tierra a sembrar paz, sino espadas…’ y continúa hablándonos de las enemistades que se van a producir incluso entre los más cercanos como puedan ser los miembros de la misma familia.
Claro que Jesús quiere la paz. Fue lo que anunciaron los ángeles a los pastores en su nacimiento; es la forma de enviar a aquellos que han sido curados y perdonados; fue el saludo que nos regaló en la resurrección; y El nos dice que nos da su paz, pero que no nos la da como la da el mundo. No es una imposición por la fuerza, es una semilla que siembra en nuestro corazón cuando nos llena y nos inunda de su amor.
Lo que nos está diciendo Jesús es cómo siembra en nosotros una inquietud que no nos dejará en paz; es la inquietud por lo bueno, por la justicia, por la verdad, por la misma paz; es la inquietud que nace de un corazón lleno de amor y que no soportará el sufrimiento de los que están a nuestro lado; es la inquietud por llevar el mensaje del evangelio que transforme los corazones y transforme el mundo.
Claro que esa inquietud no todos la entenderán; no seremos comprendidos cuando nos olvidamos de nosotros mismos para pensar en los demás; costará entender lo mismo que nos dice hoy de que hay que perder la vida para ganarla; causará desasosiego en los que hacen el mal, nuestra búsqueda y compromiso por el bien; a los que viven su vida cómodamente sin querer comprometerse con nada, les molestará que vivamos un compromiso serio que nos haga desgastarnos por los demás.
Cuantas veces habremos visto quizá los dramas que se crean en algunas familias, por ejemplo, cuando uno de los hijos o de las hijas sintiéndose llamado por el Señor opta por seguir el camino de su vocación consagrándose en la vida religiosa, optando por el sacerdocio o por las misiones. Verdaderos dramas que crean rupturas, divisiones entre las familias cuando hay padres que no quieren aceptar la decisión de sus hijos y que harán todo lo posible por impedir que sigan ese camino de la llamada del Señor.
Es lo que nos está sugiriendo el Señor con las palabras que hoy hemos escuchado. Pero quien se siente llamado por el Señor ha de escuchar también sus palabras y obrar con libertad de espíritu sabiendo que su fuerza está en el Señor. ‘El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí’. Son palabras que nos pueden parecer fuertes, pero que quien las escucha en su interior y las sigue encontrará caminos de plenitud y felicidad para su vida, sabrá lo que es la verdadera paz que nos da el Señor. Termina diciéndonos: ‘El que encuentre su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará’.
Luego nos hablará de la recompensa que en El tendremos siempre por lo bueno que hagamos, aunque sea tan pequeño como dar un vaso de agua. ‘El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro’, nos dice. Qué paz más grande sentimos el corazón cuando hacemos el bien y cuando ayudamos a los demás a que sean felices. Busquemos la paz que el Señor quiere darnos.

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