Busquemos la paz que el Señor quiere darnos
Is. 1, 11-17; Sal. 49; Mt. 10, 34-11, 1
Cuidado no queramos justificar nuestras guerras y
peleas en las palabras de Jesús. Así somos de atrevidos. Nos pudieran parecer de entrada
contradictorias estas palabras de Jesús
pero hemos de saber entender bien lo que nos quiere decir. Y una cosa si
hemos de tener clara, cuando no entendemos algo porque se nos hace difícil invoquemos al Espíritu Santo
que es Espíritu de ciencia y de sabiduría y allá en lo hondo del corazón nos lo
revelará y nos lo aclarará todo. Además, como hemos visto tantas veces en el
evangelio, vayamos hasta Jesús, vayamos a escuchar su Palabra con espíritu
humilde, con sencillez de corazón y El se nos revelará allá en lo más íntimo de
nosotros mismos.
Nos dice Jesús hoy
‘no penséis que he venido a la
tierra a sembrar paz, sino espadas…’ y continúa hablándonos de las
enemistades que se van a producir incluso entre los más cercanos como puedan
ser los miembros de la misma familia.
Claro que Jesús quiere la paz. Fue lo que anunciaron
los ángeles a los pastores en su nacimiento; es la forma de enviar a aquellos
que han sido curados y perdonados; fue el saludo que nos regaló en la
resurrección; y El nos dice que nos da su paz, pero que no nos la da como la da
el mundo. No es una imposición por la fuerza, es una semilla que siembra en
nuestro corazón cuando nos llena y nos inunda de su amor.
Lo que nos está diciendo Jesús es cómo siembra en
nosotros una inquietud que no nos dejará en paz; es la inquietud por lo bueno,
por la justicia, por la verdad, por la misma paz; es la inquietud que nace de
un corazón lleno de amor y que no soportará el sufrimiento de los que están a
nuestro lado; es la inquietud por llevar el mensaje del evangelio que
transforme los corazones y transforme el mundo.
Claro que esa inquietud no todos la entenderán; no
seremos comprendidos cuando nos olvidamos de nosotros mismos para pensar en los
demás; costará entender lo mismo que nos dice hoy de que hay que perder la vida
para ganarla; causará desasosiego en los que hacen el mal, nuestra búsqueda y
compromiso por el bien; a los que viven su vida cómodamente sin querer
comprometerse con nada, les molestará que vivamos un compromiso serio que nos
haga desgastarnos por los demás.
Cuantas veces habremos visto quizá los dramas que se
crean en algunas familias, por ejemplo, cuando uno de los hijos o de las hijas sintiéndose
llamado por el Señor opta por seguir el camino de su vocación consagrándose en
la vida religiosa, optando por el sacerdocio o por las misiones. Verdaderos
dramas que crean rupturas, divisiones entre las familias cuando hay padres que
no quieren aceptar la decisión de sus hijos y que harán todo lo posible por
impedir que sigan ese camino de la llamada del Señor.
Es lo que nos está sugiriendo el Señor con las palabras
que hoy hemos escuchado. Pero quien se siente llamado por el Señor ha de
escuchar también sus palabras y obrar con libertad de espíritu sabiendo que su
fuerza está en el Señor. ‘El que quiere a
su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo
o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me
sigue, no es digno de mí’. Son palabras que nos pueden parecer fuertes,
pero que quien las escucha en su interior y las sigue encontrará caminos de
plenitud y felicidad para su vida, sabrá lo que es la verdadera paz que nos da
el Señor. Termina diciéndonos: ‘El que
encuentre su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la
encontrará’.
Luego nos hablará de la recompensa que en El tendremos
siempre por lo bueno que hagamos, aunque sea tan pequeño como dar un vaso de
agua. ‘El que dé a beber, aunque no sea
más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi
discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro’, nos dice. Qué paz más grande
sentimos el corazón cuando hacemos el bien y cuando ayudamos a los demás a que
sean felices. Busquemos la paz que el Señor quiere darnos.
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