Una Palabra de vida que nos alimenta y un testimonio que nos ayuda a dar respuesta con fidelidad
Is. 7, 1-9; Sal. 47; Mt. 11, 20-24
La palabra de Dios que cada día vamos escuchando nos
pide respuestas sinceras en nuestra vida. Nos la hemos de tomar muy en serio;
no es ni un adorno ni un entretenimiento, no es algo que ponemos como de relleno
en medio de nuestra celebración y sea algo que ahí ritualmente tenemos que
poner o hacer, pero que nos contentamos con hacerlo y ya está, ya hemos
cumplido con el rito.
Es una palabra viva que tiene que llegar al corazón de
nuestra vida; una palabra que hemos de escuchar siempre con toda atención y
respeto y con mucha fe y amor porque es la Palabra que el Señor nos dice; en
nada tenemos que distraernos cuando se nos proclama y nada hemos de hacer que
pueda ser causa de distracción para los demás; no nos tendríamos que perder ni
un ápice.
Como escuchábamos el pasado domingo es una semilla que
se siembra en nuestra vida, y nuestra
tierra, la tierra de nuestra vida ha de estar bien preparada y dispuesta para
que dé fruto. Pero ya bien sabemos que no siempre da fruto porque no siempre la
acogemos como tendríamos que acogerla. Es una exigencia grande de nuestra fe,
que tiene que partir de ese amor tan grande que nos tiene el Señor que así
quiere dirigirse a nosotros cada día.
Hoy tenemos ante nosotros dos formas de respuesta,
podríamos decir; por una parte lo que nos narra el evangelio, pero no podemos
olvidar, por otra parte, la memoria que en nuestra diócesis se hace de los mártires
de Tazacorte. Ambos hechos tienen que ayudarnos a la respuesta que nosotros
hemos de aprender a dar a esa Palabra que el Señor cada día nos dirige.
Jesús se queja hoy de la respuesta de aquellas ciudades
de Galilea donde principalmente realiza su misión, Corozaín, Betsaida,
Cafarnaún. Y compara la respuesta que dan aquellas gentes con la respuesta que
quizá hubieran dado tanto las ciudades paganas de Fenicia, Tiro y Sidón, como
las ciudades llenas de maldad y de pecado que fueron destruidas por el fuego
venido del cielo, Sodoma y Gomorra. Jesús les dice que si en unas o en otras se
hubiera realizado la predicación que allí en Galilea se está haciendo y se
hubieran hecho los mismos signos y milagros, seguro que se hubieran convertido.
Esto ya tiene que ser motivo de reflexión para
nosotros. Cada día se proclama ante nosotros la Palabra de Dios y se nos da
oportunidad para reflexionar sobre ella y plantarla en nuestro corazón; cada
día ante nosotros se realiza el milagro maravilloso de la Eucaristía en que
Cristo mismo se nos da como alimento al tiempo que celebramos el memorial de la
Pascua del Señor, y con todo ello se está derramando hasta el derroche la
gracia de Dios sobre nosotros, y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿somos mejores
cada día? ¿avanzamos, nos superamos en esas cosas que cada día nos hacen
tropezar para hacer que nos corrijamos e intentemos de verdad dar gloria al
Señor con nuestra vida? Nuestra respuesta podría ser, tendría que ser más
positiva cada día.
Por el contrario tenemos el testimonio de los beatos
mártires que hoy celebramos en nuestra diócesis. Aquel grupo de misioneros
jesuitas que se dirigían al Brasil y que habían hecho escala en la isla de La
Palma en el puerto de Tazacorte, donde en principio se habían refugiado por
temor a los corsarios hugonotes que merodeaban por aquellas aguas. Al embarcar
de nuevo para dirigirse a Santa Cruz de la Palma, donde el barco había de
recoger provisiones para la larga travesía, a la altura de Fuencaliente fueron
abordados por los corsarios que por odio a la fe martirizaron a todo aquel
grupo de misioneros. Son los llamados mártires de Tazacorte, Ignacio de Acebedo
y sus compañeros.
Un testimonio de fidelidad hasta el final. Una
respuesta con su vida a la Palabra de Dios que les alimentaba. Contemplar el
testimonio de los mártires tiene que alentar nuestra vida de fe y animarnos a
dar respuesta a la Palabra de Dios que a nosotros llega cada día. Es un
estímulo para nosotros en medio de las dificultades y tentaciones con que nos
vamos encontrando cuando queremos vivir con fidelidad nuestra vida cristiana.
Vemos quienes han ido delante de nosotros y son para nosotros un ejemplo de
santidad, de fidelidad, de amor y de entrega hasta el final. Son también para
nosotros intercesores que están delante del Señor y les pedimos que nos
alcancen del Señor esa gracia de la fidelidad para ser cada día más santos en
nuestra vida.
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