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sábado, 28 de junio de 2014

Corazón de María, cofre precioso donde se guardan los tesoros más preciados del amor



Corazón de María, cofre precioso donde se guardan los tesoros más preciados del amor

Is. 61, 9-11; Lc. 2, 41-51
Si ayer contemplábamos el Sagrado Corazón de Jesús meditando sobre el tesoro inagotable de su amor por nosotros, hoy la liturgia nos invita a hacer esta memoria de la Virgen queriendo fijarnos en su Corazón Inmaculado.
Nos vamos a atrever a acercarnos calladamente a María para abrir ese cofre precioso de su Corazón y tratar de descubrir cuáles son los tesoros maravillosos que allí guarda. En el evangelio repetidamente se nos dice que ante todo lo que le iba sucediendo o iba sucediendo ante sus ojos ella ‘conservaba todo en su corazón’.
¿Qué podemos encontrarnos en el Corazón de María? Primero que nada nos damos cuenta que es la mujer llena de Dios. Como la llena de gracia la había saludado el ángel que le decía que Dios estaba con ella y así la vemos poseída de Dios. Si ayer cuando contemplábamos el corazón de Cristo escuchábamos que si nos amamos los unos a los otros, Dios habita en nosotros y nosotros en El, ¿qué podemos decir, entonces, del Corazón de María, rebosante siempre de fe y de amor?
Iremos, pues, contemplando cómo se suceden todas las virtudes en el corazón de María. Allí vemos resplandecer su fe, la fe de la mujer abierta siempre al misterio de Dios, que se dejaba asombrar por su presencia y por las maravillas que Dios iba realizando en ella. Es la mujer de la fe humilde, porque reconoce las maravillas del Señor y siempre se sentirá pequeña - ahí y así se manifiesta su grandeza - para estar siempre en disponibilidad total para Dios y para los demás.
Se llama a sí misma la humilde esclava del Señor, que siempre estará buscando y rumiando en su corazón cuanto le sucede para descubrir lo que es la voluntad del Señor. Recordemos cómomeditababa en su corazón las palabras del saludo del ángel o cómo preguntaba para entender lo que era la voluntad de Dios.  Se llamará a sí misma también la humilde esclava siempre dispuesta al servicio y correrá a la montaña de Judá donde sabe que podrá prestar sus servicios, o estará atenta allá donde pueda haber alguna necesidad para buscarle solución, como la vemos en las Bodas de Caná.
Y contemplamos la pureza y la santidad de vida en la que resplandecerán todas las virtudes. Ella es la imagen de la mujer fuerte y trabajadora, de la que nos había hablado la Biblia, pero contemplaremos de manera especial su fortaleza en los momentos de la prueba y del dolor. De pie la contemplamos junto a la cruz de Hijo en el momento de la entrega, como la mujer fuerte que también sabe hacer su ofrenda de amor, el sacrificio de su entrega en el sufrimiento con el que se une a la pasión redentora de Cristo; porque se siente fortalecida por la fuerza del Espíritu divino para realizar con firmeza esa suprema ofrenda del sacrificio de lo que más amaba, su Hijo; porque bien sabía que aquel dolor, aquella muerte en la cruz tendría un valor redentor para todos nosotros ya que bien entendía el significado del nombre de Jesús que salvará a todos de sus pecados.
Pero en esa fortaleza en el dolor y el sufrimiento florece también la virtud de la esperanza en la confianza total y absoluta en las palabras de Jesús que anunciaban tras aquella muerte vida y resurrección. No faltaba la esperanza y la confianza en el corazón de María, como quien se pone en las manos de Dios porque así se siente protegida y sostenida por el Señor confiando en el cumplimiento de sus promesas salvadoras. Es la esperanza de María en ese mundo nuevo del Reino de Dios que ella ya canta en el Magnificat porque sabe que todo puede cambiar, todo va a cambiar donde los hambrientos se van a ver colmados de bienes mientras los ricos van a ser despedidos sin nada. Es el cántico de la esperanza en el Reino nuevo que en Jesús se va a realizar.
Podríamos seguir ahondando en el Corazón de María porque se convierte para nosotros en una fuente inagotable de virtudes y valores que podemos imitar. Tratemos nosotros de meternos en ese corazón maternal de María, donde sabemos bien que tenemos nuestro lugar - todos cabemos en su corazón porque así lo hace grande el amor - porque es la madre que nos ha acogido como hijos desde que Jesús nos confiara en la cruz a su amor de Madre y así ya para siempre la podemos sentir junto a nosotros, o más bien, nosotros metidos en su corazón. No olvidemos que amar es meter en el corazón a aquellos que amamos y es lo que hace María con nosotros.
Sí, metámonos en el corazón María para empaparnos de sus virtudes y sus gracias. Cuanto necesitamos aprender de María, llenarnos de María, para así llenarnos de Dios. Nos dejamos contagiar por su fe, para abrir nuestro corazón y nuestra vida a Dios, para saber estar atentos como María a la acción de Dios que de tantas maneras se nos va manifestando en nuestra vida, pero que algunas veces andamos como ciegos y no sabemos sentir se presencia llena de amor.
Empapados en su amor, en el amor de María, aprenderemos mejor lo que es el amor verdadero, el servicio desinteresado, la entrega humilde y generosa, la disponibilidad total porque así podremos aprender a estar más cerca de los otros, que nada nos aleje de los hermanos, porque amándolos los metemos en nuestro corazón, pero es que además si aprendemos a amarnos así, sentiremos cómo Dios habita en nosotros para que nosotros habitemos también en El.
Metiéndonos de verdad en el corazón de María aprenderemos a ser fuertes en las tribulaciones y en las pruebas; el corazón Inmaculado de María, siempre lo contemplamos rodeado de una corona de espinas que florecen porque siempre en María estuvo la esperanza, sabía que tras la pasión y la muerte estaba la vida y la resurrección; aprendamos, pues, del corazón de María que por muy punzantes que puedan ser las espinas del dolor, del sufrimiento, de los problemas a los que tengamos que enfrentarnos en la vida siempre hay la esperanza de que todo tiene un sentido, siempre hay la esperanza de que si sabemos hacer una ofrenda de amor de nuestro sufrimiento nuestro dolor se convierte en corredentor con el de Cristo en la cruz, y que esas espinas van a florecer en el amor porque estamos contribuyendo con esa ofrenda y con nuestra oración desde el dolor a hacer ese mundo nuevo del Reino de Dios.
Mucho más podríamos seguir meditando al calor del corazón de María; simplemente sintamos su presencia de amor que nos habla de Dios, que nos llena de Dios, que nos conducirá siempre a la paz y al amor de Dios.

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