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lunes, 23 de junio de 2014

Unas relaciones personales basadas en la sinceridad y en la confianza para una felicidad verdadera



Unas relaciones personales basadas en la sinceridad y en la confianza para una felicidad verdadera

2Reyes, 17, 5-8.13-15.18; Sal. 59;Mt. 7, 1-5
El mensaje que Jesús nos ofrece es un mensaje de salvación, pero hemos de saber reconocer que en esa salvación que Jesús nos ofrece lo que quiere es el bien y la felicidad del hombre. Eso significa que abarca todos los aspectos de la vida con lo que todo el ámbito de nuestras relaciones personales entre unos y otros queda enmarcado en ese deseo de Jesús del bien y la felicidad del hombre, de toda persona. En todo lo que son nuestras relaciones humanas Jesús quiere iluminarnos con la luz del evangelio, porque de la rectitud y bondad de esas relaciones entre unos y otros va a depender también nuestra felicidad.
Me gusta recordar aquellas primeras páginas de la Biblia en las que vemos que Dios quiere la felicidad del hombre y cuando se produce esa ruptura del hombre consigo mismo, del hombre en su relación con los demás y del hombre con su creador es cuando entramos en un mundo de infelicidad y de dolor para el corazón humano. Y es ahí donde aparece inmediatamente ese anuncio de salvación, ese anuncio de quien va a venir a traer la salvación que viene a restaurar esas relaciones rotas y perdidas.
Nos baste ver que tras la desobediencia y el pecado donde el hombre se destruye a sí mismo inmediatamente aparecen las discordias, las desconfianzas, el orgullo, las culpabilidades que se echan los unos a los otros con una falta terrible de solidaridad.
Hoy nos habla Jesús en el sermón del monte, donde se nos presenta por así decirlo todo un programa evangélico de lo que ha de ser el Reino de Dios, se nos habla, digo, de esas relaciones entre unos y otros que se rompen con nuestras desconfianzas y orgullos; aparecen los juicios y las condenas, así como el orgullo de creerse mejor o superior al otro.
Jesús nos habla de que no hemos de juzgarnos los unos a los otros, porque ‘la medida que uséis la usarán con vosotros’. ¿Por qué entramos en ese mundo de juicios y de condenas mutuas? ¿No será en cierto modo una falta de confianza en el otro y de que el otro pueda hacer una cosa son rectitud y con buena intención? ¿No pudiera ser también de alguna manera que nos dejamos arrastrar por el orgullo y nos consideramos superiores o mejores que los demás porque nosotros nos creemos que somos los únicos que hacemos las cosas bien? ¿no será una falta de madurez por nuestra parte que nos impide ser humildes de verdad para reconocer que también nosotros tenemos fallos y podemos hacer las cosas mal?
Es importante que nos preguntemos por qué hacemos juicios de los otros, qué es lo que tenemos en nuestro interior para ser tan inmisericordes con los fallos o las faltas de los demás, mientras nosotros siempre nos queremos encontrar disculpas para hacer lo que hacemos cuando tenemos fallos o hacemos las cosas mal. Mucho de todo eso que hemos mencionado puede haber en nuestros juicios y condenas. Jesús quiere que cambiemos esas actitudes hondas de nuestro corazón que a la larga no nos van a hacer más felices sino todo lo contrario.
Qué distintas serían nuestras mutuas relaciones cuando hay verdadera confianza en los demás y arrancamos de nosotros esos orgullos. Es necesario que aprendamos a aceptarnos mutuamente, también con nuestros posibles defectos y fallos porque reconocemos que también nosotros los tenemos. Unas relaciones basadas en esa sinceridad y esa confianza serán mucho más humanas y a la larga a todos nos ayudarán a crecer más como personas. Por eso decíamos que la luz del evangelio nos va iluminando también esas cosas que nos parecen menos importantes, pero que nos ayudarán a ser más humanos, más comprensivos, a tener unas relaciones más amigables y llenas de bondad.
Que el Señor nos dé humildad y buen corazón arrancando de nosotros todo atisbo de soberbia y orgullo. Que nos dé fortaleza para ser sinceros y quitar los miedos de las desconfianzas y seamos capaces siempre de aceptarnos mutuamente como somos. Que sepamos tendernos la mano para ayudarnos y caminar juntos y corregirnos y dejarnos corregir también cuando sea necesario.

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