La fiesta de san Juan Bautista nos hace a nosotros también precursores para hacer un anuncio nuevo del Evangelio
Is. 49, 1-6; Sal. 138; Hechos, 13, 22-26; Lc. 1, 57-66.80
‘Se enteraron los
vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la
felicitaban… y corrió la noticia por toda la montaña de Judea…’ No podemos menos que comenzar
recordando estas palabras del evangelio porque están en plena sintonía con la
alegría con que el pueblo cristiano celebra también el nacimiento de Juan el
Bautista. Fue una conmoción por toda la montaña de Judea, todos se alegraban en
su nacimiento y parece que nosotros queremos seguir prolongando esa alegría en
este día de fiesta que con muchas tradiciones incluso algunas no tan
cristianas, también hemos de decirlo, seguimos celebrando hoy la fiesta del
nacimiento del Precursor.
Era el precursor, el que venía delante; así estaba
anunciado por los profetas - y no es necesario recordarlo ahora con todo
detalle porque muchas veces a lo largo del año, sobre todo en Adviento, lo
recordamos - y así lo proclamaría Zacarías en su cántico de alabanza al Señor a
la hora de la circuncisión. ‘Y tú, niño,
serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar
sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación por medio del perdón de los
pecados’.
El venía delante, y tendríamos que decir, que nosotros
hemos de ir detrás; no solo porque hemos de ir realizando en nuestra vida lo
que Juan nos señala y la Iglesia nos reitera una y otra vez para
prepararnos para acoger al Señor en
nuestra vida, sino que además vamos detrás porque realmente queremos seguir a
Cristo - El va delante señalándonos caminos - y queremos seguir sus huellas,
por así decirlo, pisar en las misma huellas que nos va dejando el paso de Jesús
que es lo mismo que imitar su vida.
Nos alegramos nosotros, sí, en la fiesta del nacimiento
de Juan, pero por todo lo que Juan va a significar para nosotros, como para la
vida de la Iglesia, en su mensaje que nos prepara para acoger el mensaje de
Cristo en nuestra vida. Porque eso es lo importante, acoger el mensaje de
Cristo; estamos cansados ya de celebrar muchas fiestas que llamamos cristianas,
pero que se quedan en lo superficial, porque no ahondamos lo suficiente en lo
que es el mensaje de Cristo por el que nos queremos alegrar y por el que
queremos realizar nuestra acción de gracias al Señor.
Se multiplican las fiestas en nuestro entorno - y no
digamos nada con lo festejeros que somos los de nuestra tierra -, fiestas que
decimos celebramos en torno a una imagen sagrada, ya sea del mismo Señor, de la
Virgen o de cualquiera de los santos. Y ¿en qué consisten esas fiestas que
realizamos? Mucha alegría, sí, y mucha fiesta, mucho jolgorio y mucho
despilfarro en muchas ocasiones en gastos de cosas que al final poco nos van a
dar, pero el mensaje del evangelio, los motivos hondos por los que tendríamos
que celebrar esa fiesta recordando algún aspecto del misterio de Cristo o los
ejemplos que podemos tomar de la Virgen o de los santos que celebramos, se nos
quedan en nada, se quedan diluidos en medio de otras cosas.
Hemos de reconocer que es buena la fiesta y la alegría
compartida, los encuentros que realizamos y las cosas juntas que hacemos; es
cierto que tendríamos que promover muchas cosas
que busquen ese encuentro profundo entre las personas, porque tenemos el
peligro del individualismo y de que, a pesar de que hoy tenemos tantos medios
para comunicarnos, sin embargo vivamos en profundas y tremendas soledades. Hay al peligro también de que
muchas de esas fiestas que tendrían que provocar esos encuentros, al final
tampoco lo logren y sigamos tan aislados como siempre.
Pero una fiesta
cristiana tendría que ser mucho más que eso, primero porque su sentido
religioso tendríamos que vivirlo con profundidad, y luego porque desde el
mensaje del evangelio que empapa o tiene que empapar nuestra vida mucho más
tendríamos que hacer para que Cristo en verdad esté más presente en la vida de
los hombres, mucho más allá de una imagen que podamos tener de mucha devoción,
o quizá unas medallas u otros signos religiosos que llevemos colgados al
cuello.
Con esto estoy llegando a otro punto de reflexión en
sintonía con lo que decíamos al principio de que Juan iba delante y nosotros
habríamos de ir detrás. Sin desdecir nada de lo que entonces decíamos sí me
atrevo a dar un paso más en nuestra reflexión; ante este mundo que nos rodea,
que además hemos de reconocer que está tan paganizado, nosotros también como
Juan Bautista tendríamos que ser precursores; sí, nosotros también tendríamos
que ir delante, porque con nuestra vida y con nuestra manera de pensar y actuar tendríamos que ser signos
ante los que nos rodean que hablen de Cristo, que hablen de una nueva
trascendencia de la vida; signos que nos convirtamos en revulsivos para que
otros se sientan atraídos por el mensaje del evangelio, o para que por nuestras
palabras y nuestra vida alguna vez escuchen esa Buena Nueva de Jesús.
Creo que es misión que también tenemos ante nuestro
tiempo, porque es necesaria esa nueva evangelización, ese nuevo anuncio del
evangelio en medio de nuestro mundo que tantas veces se ha hecho oídos sordos
ante su mensaje.
La fiesta de san Juan nos llena de alegría, pero también
es un mensaje provocador para nosotros, para que descubramos un sentido nuevo
para nuestra vida desde la fe, pero también para que ayudemos a los demás a
encontrarse con Cristo que quiere llegar a sus vidas y se va a valer de
nosotros.
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