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miércoles, 25 de junio de 2014

Quiere el Señor que demos fruto y que el fruto dure siempre para la gloria del Señor



Quiere el Señor que demos fruto y que el  fruto dure siempre para la gloria del Señor

                                                                                           2Reyes, 22, 8-13; 23, 1-3; Sal.118; Mt. 7, 15-20
‘Por sus frutos los conoceréis’, viene a decirnos Jesús. Quiere el Señor que demos fruto y que el  fruto dure. Como nosotros, si tenemos un árbol frutal en nuestra huerta o nuestro jardín, lo que queremos es que dé fruto y que no esté dañado para que nos dé buenos frutos.
Si nos fijamos, de una forma o de otra, de esto nos habla repetidas veces Jesús en el Evangelio. La semilla arrojada a la tierra se siembra para que broten nuevas plantas que nos den frutos; si el propietario tiene una viña y la prepara debidamente y la encarga al cuidado de unos labradores es porque quiere al final recoger sus frutos; cuando en el mismo terreno se mezclan plantas buenas y malas hiervas, se espera a la hora de la recolección del fruto para separar la buena cosecha de lo que está dañado esperando tener buen resultado; el propietario que va a buscar higos a la higuera que tiene plantada en su huerta lo que quiere es encontrar fruto, si no da fruto se corta o se arranca, aunque habrá el buen labrador que la podará, la abonará y la cuidará con la esperanza de que al año siguiente pueda recoger buenos frutos.
Como vemos, muchas son las imágenes repetidas que se nos ofrecen en el evangelio aunque no siempre sea con temas agrícolas, por así decirlo, porque el rey que entrega los talentos a sus empleados, espera recoger sus frutos, sus ganancias a la vuelta. No quiere el Señor que seamos unos inútiles e inservibles que no demos fruto. Pero, ¿cómo nos dirá el Señor que hemos de hacer para que al final demos buenos frutos?
En las distintas imágenes que hemos ido repasando en el evangelio podemos decir que ya vamos v viendo cuáles han de ser las pautas. Un árbol para que dé buen fruto ha de ser cuidado, debidamente podado para quitar lo inservible o que pueda causar daño, y además debidamente abonado. Es lo que el Señor está pidiendo de nosotros y ofreciéndonos para nuestra vida.
Hay otro momento en el evangelio en que Jesús nos hablará de la vid y de los sarmientos y como los sarmientos han de estar bien unidos a la vida para que puedan dar fruto. Y nos habla de la poda para que todo sarmiento seco que no dé fruto se corte y se elimine, pero nos habla también de cómo nosotros tenemos que estar unidos a El  para poder dar fruto. ‘Sin mí no podéis hacer nada’, nos viene a decir.
En lo que hemos escuchado hoy en el evangelio viene a prevenirnos contra ‘los falsos profetas que se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos’. Y nos dirá que por sus frutos los conoceréis, porque un árbol dañado no puede dar frutos buenos, pero un árbol sano tendría que dar siempre frutos buenos. Nos previene para que no  nos dejemos engañar y sepamos discernir bien quien son los que están de parte del Señor.
Pero nos puede venir bien la reflexión para nuestra propia vida, para los frutos que nosotros hemos de dar a tanta gracia que recibimos del Señor. ¿Cuáles son los frutos que damos en nuestra vida? podríamos preguntarnos. Ya sabemos que han de ser frutos de santidad y de amor, serán nuestras buenas obras y la justicia y rectitud con que vivamos nuestra vida, será nuestro compromiso con nuestra fe y desde nuestra fe con el mundo que nos rodea para hacerlo mejor; pero eso nos exigirá cómo hemos de vivir nosotros unidos a El con nuestra oración, escuchando su Palabra, abriéndonos a su gracia, alimentándonos continuamente de sus sacramentos, dejándonos conducir por el Espíritu del Señor, viviendo nuestra comunión de Iglesia.
El camino de santidad que hemos de vivir no lo podemos hacer solo por nosotros mismos y solo con nuestras fuerzas. Será la fuerza de la gracia, la fuerza del Espíritu de Dios que mueva nuestros corazones y nuestra voluntad. Por eso es tan necesaria nuestra unión con el Señor. Pidámosle al Señor que no nos falte nunca su gracia, que sintamos la fortaleza de su Espíritu en nosotros para que lleguemos a  dar esos buenos frutos que nos pide.

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