Quiere el Señor que demos fruto y que el fruto dure siempre para la gloria del Señor
2Reyes,
22, 8-13; 23, 1-3; Sal.118; Mt. 7, 15-20
‘Por sus frutos los
conoceréis’, viene
a decirnos Jesús. Quiere el Señor que demos fruto y que el fruto dure. Como nosotros, si tenemos un
árbol frutal en nuestra huerta o nuestro jardín, lo que queremos es que dé
fruto y que no esté dañado para que nos dé buenos frutos.
Si nos fijamos, de una forma o de otra, de esto nos
habla repetidas veces Jesús en el Evangelio. La semilla arrojada a la tierra se
siembra para que broten nuevas plantas que nos den frutos; si el propietario
tiene una viña y la prepara debidamente y la encarga al cuidado de unos
labradores es porque quiere al final recoger sus frutos; cuando en el mismo terreno
se mezclan plantas buenas y malas hiervas, se espera a la hora de la
recolección del fruto para separar la buena cosecha de lo que está dañado
esperando tener buen resultado; el propietario que va a buscar higos a la
higuera que tiene plantada en su huerta lo que quiere es encontrar fruto, si no
da fruto se corta o se arranca, aunque habrá el buen labrador que la podará, la
abonará y la cuidará con la esperanza de que al año siguiente pueda recoger
buenos frutos.
Como vemos, muchas son las imágenes repetidas que se
nos ofrecen en el evangelio aunque no siempre sea con temas agrícolas, por así
decirlo, porque el rey que entrega los talentos a sus empleados, espera recoger
sus frutos, sus ganancias a la vuelta. No quiere el Señor que seamos unos
inútiles e inservibles que no demos fruto. Pero, ¿cómo nos dirá el Señor que
hemos de hacer para que al final demos buenos frutos?
En las distintas imágenes que hemos ido repasando en el
evangelio podemos decir que ya vamos v viendo cuáles han de ser las pautas. Un
árbol para que dé buen fruto ha de ser cuidado, debidamente podado para quitar
lo inservible o que pueda causar daño, y además debidamente abonado. Es lo que
el Señor está pidiendo de nosotros y ofreciéndonos para nuestra vida.
Hay otro momento en el evangelio en que Jesús nos
hablará de la vid y de los sarmientos y como los sarmientos han de estar bien
unidos a la vida para que puedan dar fruto. Y nos habla de la poda para que
todo sarmiento seco que no dé fruto se corte y se elimine, pero nos habla también
de cómo nosotros tenemos que estar unidos a El
para poder dar fruto. ‘Sin mí no
podéis hacer nada’, nos viene a decir.
En lo que hemos escuchado hoy en el evangelio viene a
prevenirnos contra ‘los falsos profetas
que se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos’. Y nos dirá
que por sus frutos los conoceréis, porque un árbol dañado no puede dar frutos
buenos, pero un árbol sano tendría que dar siempre frutos buenos. Nos previene
para que no nos dejemos engañar y
sepamos discernir bien quien son los que están de parte del Señor.
Pero nos puede venir bien la reflexión para nuestra
propia vida, para los frutos que nosotros hemos de dar a tanta gracia que
recibimos del Señor. ¿Cuáles son los frutos que damos en nuestra vida?
podríamos preguntarnos. Ya sabemos que han de ser frutos de santidad y de amor,
serán nuestras buenas obras y la justicia y rectitud con que vivamos nuestra
vida, será nuestro compromiso con nuestra fe y desde nuestra fe con el mundo
que nos rodea para hacerlo mejor; pero eso nos exigirá cómo hemos de vivir
nosotros unidos a El con nuestra oración, escuchando su Palabra, abriéndonos a
su gracia, alimentándonos continuamente de sus sacramentos, dejándonos conducir
por el Espíritu del Señor, viviendo nuestra comunión de Iglesia.
El camino de santidad que hemos de vivir no lo podemos
hacer solo por nosotros mismos y solo con nuestras fuerzas. Será la fuerza de
la gracia, la fuerza del Espíritu de Dios que mueva nuestros corazones y
nuestra voluntad. Por eso es tan necesaria nuestra unión con el Señor.
Pidámosle al Señor que no nos falte nunca su gracia, que sintamos la fortaleza
de su Espíritu en nosotros para que lleguemos a
dar esos buenos frutos que nos pide.
No hay comentarios:
Publicar un comentario