Alegráos, Cristo ha resucitado y viviremos con El
… Rm. 6, 3-1; Sal. 117; Mt. 28, 1-10
Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo… alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante, alegrémonos todos, cantemos llenos de alegría y si
parar… que las trompetas anuncien la
salvación y las campanas repiquen a gloria… ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
Así nos queremos dejar impregnar y empapar por el
sentir de la Iglesia y de la liturgia en esta noche santa y llena de luz. Fuera
los miedos y temores, aléjense las tristezas y las penas, desaparezcan para
siempre las tinieblas. Todo está lleno de luz y de vida, porque Cristo ha
resucitado. Con Cristo tenemos que resplandecer con una luz nueva, con una vida
nueva. Es la alegría de nuestra fe que queremos proclamar y anunciar a todos
sin complejos ni cobardías.
Grande fue la sorpresa de las buenas y santa mujeres
que iban al sepulcro con el deseo de terminar de cumplir con los ritos
funerarios que no pudieron realizar plenamente en la tarde del viernes porque
comenzaba con la caída de sol el descanso del sábado y llegaba la fiesta de la
pascua. El ángel del Señor les sale ahora al encuentro con un anuncio gozoso y
una misión. ‘No temáis; ya sé que buscáis
a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como lo había dicho… Id
aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por
delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’.
Impresionadas y llenas de alegría corren a llevar la
noticia. Pero Jesús les sale al
encuentro. ‘Alegraos’. No saben que
hacer, quieren abrazarle los pies postradas ante El. ‘No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea.
Allí me verán’. Vuelven a escuchar ahora la misión que se les confía.
Es la gran noticia que nos congrega a nosotros en esta
noche aquí. Es la alegría que desborda de nuestros corazones y que mutuamente
nos contagiamos. Es el anuncio que recibimos y que a su vez nosotros hemos de
trasmitir. Es la paz nueva que sentimos para siempre en nuestra alma que se
desborda y rebosa para llenar de paz a los que están a nuestro lado. Cristo ha
resucitado. La muerte ha sido vencida. Todo se siente transformado de una forma
nueva. La vida se llena de luz y de paz.
Cristo ha vencido a la muerte. Hemos sido absueltos del
pecado para siempre. Ha llegado para nosotros la verdadera libertad, porque
Cristo nos ha liberado. La vieja personalidad de pecadores ha sido destruida y
ha nacido el hombre nuevo. Con Cristo somos muertos al pecado para vivir para
siempre en Cristo Jesús. Ha llegado en verdad la Pascua, el paso salvador y
liberador del Señor por nuestra vida haciéndonos nacer a una vida nueva.
Habíamos venido preparándonos durante toda la Cuaresma y ha llegado el momento
de sentirlo y de vivirlo.
Es algo muy grande lo que estamos celebrando. No es un
hecho cualquiera. Es el centro de la vida y de la historia. Antes de Cristo y
después de Cristo, decimos desde entonces. Todo gira desde entonces en torno a
Cristo resucitado. El misterio pascual de Cristo que celebramos en su pasión y
en su muerte y resurrección se convierte en verdad en el eje de toda nuestra
vida. La creación del mundo en el
comienzo de los siglos no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual
de Cristo en la plenitud de los tiempos. Y es lo que ahora estamos celebrando.
Pero cuando nosotros celebramos la resurrección de
Jesús no lo hacemos como si fuera un hecho ajeno a nosotros en que nos
alegremos por El, porque haya resucitado de entre los muertos, venciendo el
poder de la muerte, sino que es algo que a todos nos afecta, porque su
resurrección nos hace resucitar a nosotros. Con Cristo nosotros hemos sido
sepultados en el bautismo, para con Cristo renacer a una vida nueva. ‘Si nuestra existencia está unida a El en
una muerte como la suya, nos decía san Pablo, lo estará también en una
resurrección como la suya… si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con El’.
De ahí la alegría y el gozo. De ahí surge toda esa
luminosidad y esplendor de esta noche santa, de esta noche de gloria, de esta
noche dichosa y feliz, como cantábamos en el pregón pascual. En la hoguera del
fuego nuevo hemos quemado para siempre todo lo viejo del pecado para hacer que
brille una luz nueva en nuestro corazón. Por eso hemos encendido nuestra luz de
esa luz nueva que es Cristo significado en el Cirio Pascual, signo de Cristo
resucitado. Una luz que tiene que iluminar a nuestro mundo, que tenemos que
llevar a los demás.
Noche santa y dichosa que nos hace volvernos a
encontrar con Cristo, con la vida y con la santidad, alejando de nosotros para
siempre el pecado que nos esclaviza porque con Cristo alcanzamos la verdadera
libertad. Aquel paso del mar rojo fue para Israel el paso de la esclavitud a la
libertad y es imagen del Bautismo que nosotros hemos recibido, en que también
sumergidos en el agua surgimos de la fuente del bautismo llenos de vida y de
gracia con una nueva dignidad, con la dignidad grande de los hijos de Dios.
Por eso, como un signo de nuevo hoy vamos a ser bañados
en el agua renovando así nuestros compromisos bautismales, renovando así
nuestra fe, confesándola con todo ardor porque así también con nuestra vida y
nuestras palabras hemos de proclamarla a los demás, hemos de llevar la buena
noticia a los demás. Recordemos que las mujeres que fueron primeros testigos de
la resurrección fueron enviadas a llevar la noticia a los hermanos.
Nuestra confesión de fe no se puede quedar encerrada en
nosotros o solo en el ámbito de nuestros templos, sino que tiene que correr de
boca en boca, tiene que desparramarse por el mundo que nos rodea que tanto
necesita de una Buena Noticia que le llene de esperanza. Y que Cristo ha
resucitado en esa Buena Noticia que puede devolver la esperanza, va a devolver
la esperanza a nuestro mundo. De nuestro anuncio depende. De eso hemos de estar
convencidos de verdad.
Creer en Cristo resucitado nos hace ponernos en camino
de una vida nueva transformadora de nuestros corazones, pero transformadora
también de la vida de cuantos nos rodean y que ha de transformar
ciertamente nuestro mundo y nuestra
sociedad a imagen del Reino de Dios proclamado por Jesús. Así es nuestra fe.
Así nos compromete nuestra fe. Si nos dejáramos liberar por Cristo de todas
esas esclavitudes que nos atan en nuestros egoísmos y orgullos, en nuestras
violencias y en nuestros gritos, en nuestras formas injustas de actuar que
oprimen y esclavizan a los que están a nuestro lado, en esas hipocresías,
falsedades y apariencias en que vivimos envueltos tantas veces, en la forma
materialista que tenemos tantas veces de ver la vida, en esas obsesiones por
pasarlo simplemente bien a costa de lo que sea, qué distinto sería nuestro
mundo.
Por eso esta noche al hacer una renovación de nuestra
fe y de nuestra condición de bautizados vamos a hacer también esa renuncia a
toda esa fuerza del mal que se nos puede meter en el corazón. Es el hombre viejo de la esclavitud y el
pecado que tenemos que dejar atrás para vivir ese hombre nuevo de la gracia en
que Cristo resucitado quiere transformarnos.
No es momento de más palabras, sino de seguir viviendo
y celebrando con toda intensidad y alegría nuestra fe. No lo olvidemos. Cristo
vive. Cristo ha resucitado y ha vencido la muerte para siempre. Cristo está
aquí y nos asegura la vida para siempre. Celebramos su victoria. Nos llenamos
de su gloria. Comamos a Cristo que El nos asegura que nos da vida para siempre
y nos resuci5tará en el ultimo día. Cantemos la gloria del Señor.
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