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sábado, 19 de abril de 2014

¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCION!!



Alegráos, Cristo ha resucitado y viviremos con El

… Rm. 6, 3-1; Sal. 117; Mt. 28, 1-10
 Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo… alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante, alegrémonos todos, cantemos llenos de alegría y si parar… que las trompetas anuncien la salvación y las campanas repiquen a gloria… ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
Así nos queremos dejar impregnar y empapar por el sentir de la Iglesia y de la liturgia en esta noche santa y llena de luz. Fuera los miedos y temores, aléjense las tristezas y las penas, desaparezcan para siempre las tinieblas. Todo está lleno de luz y de vida, porque Cristo ha resucitado. Con Cristo tenemos que resplandecer con una luz nueva, con una vida nueva. Es la alegría de nuestra fe que queremos proclamar y anunciar a todos sin complejos ni cobardías.
Grande fue la sorpresa de las buenas y santa mujeres que iban al sepulcro con el deseo de terminar de cumplir con los ritos funerarios que no pudieron realizar plenamente en la tarde del viernes porque comenzaba con la caída de sol el descanso del sábado y llegaba la fiesta de la pascua. El ángel del Señor les sale ahora al encuentro con un anuncio gozoso y una misión. ‘No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como lo había dicho… Id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’.
Impresionadas y llenas de alegría corren a llevar la noticia.  Pero Jesús les sale al encuentro. ‘Alegraos’. No saben que hacer, quieren abrazarle los pies postradas ante El. ‘No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán’. Vuelven a escuchar ahora la misión que se les confía.
Es la gran noticia que nos congrega a nosotros en esta noche aquí. Es la alegría que desborda de nuestros corazones y que mutuamente nos contagiamos. Es el anuncio que recibimos y que a su vez nosotros hemos de trasmitir. Es la paz nueva que sentimos para siempre en nuestra alma que se desborda y rebosa para llenar de paz a los que están a nuestro lado. Cristo ha resucitado. La muerte ha sido vencida. Todo se siente transformado de una forma nueva. La vida se llena de luz y de paz.
Cristo ha vencido a la muerte. Hemos sido absueltos del pecado para siempre. Ha llegado para nosotros la verdadera libertad, porque Cristo nos ha liberado. La vieja personalidad de pecadores ha sido destruida y ha nacido el hombre nuevo. Con Cristo somos muertos al pecado para vivir para siempre en Cristo Jesús. Ha llegado en verdad la Pascua, el paso salvador y liberador del Señor por nuestra vida haciéndonos nacer a una vida nueva. Habíamos venido preparándonos durante toda la Cuaresma y ha llegado el momento de sentirlo y de vivirlo.
Es algo muy grande lo que estamos celebrando. No es un hecho cualquiera. Es el centro de la vida y de la historia. Antes de Cristo y después de Cristo, decimos desde entonces. Todo gira desde entonces en torno a Cristo resucitado. El misterio pascual de Cristo que celebramos en su pasión y en su muerte y resurrección se convierte en verdad en el eje de toda nuestra vida. La  creación del mundo en el comienzo de los siglos no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos. Y es lo que ahora estamos celebrando.
Pero cuando nosotros celebramos la resurrección de Jesús no lo hacemos como si fuera un hecho ajeno a nosotros en que nos alegremos por El, porque haya resucitado de entre los muertos, venciendo el poder de la muerte, sino que es algo que a todos nos afecta, porque su resurrección nos hace resucitar a nosotros. Con Cristo nosotros hemos sido sepultados en el bautismo, para con Cristo renacer a una vida nueva. ‘Si nuestra existencia está unida a El en una muerte como la suya, nos decía san Pablo, lo estará también en una resurrección como la suya… si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El’.
De ahí la alegría y el gozo. De ahí surge toda esa luminosidad y esplendor de esta noche santa, de esta noche de gloria, de esta noche dichosa y feliz, como cantábamos en el pregón pascual. En la hoguera del fuego nuevo hemos quemado para siempre todo lo viejo del pecado para hacer que brille una luz nueva en nuestro corazón. Por eso hemos encendido nuestra luz de esa luz nueva que es Cristo significado en el Cirio Pascual, signo de Cristo resucitado. Una luz que tiene que iluminar a nuestro mundo, que tenemos que llevar a los demás.
Noche santa y dichosa que nos hace volvernos a encontrar con Cristo, con la vida y con la santidad, alejando de nosotros para siempre el pecado que nos esclaviza porque con Cristo alcanzamos la verdadera libertad. Aquel paso del mar rojo fue para Israel el paso de la esclavitud a la libertad y es imagen del Bautismo que nosotros hemos recibido, en que también sumergidos en el agua surgimos de la fuente del bautismo llenos de vida y de gracia con una nueva dignidad, con la dignidad grande de los hijos de Dios.
Por eso, como un signo de nuevo hoy vamos a ser bañados en el agua renovando así nuestros compromisos bautismales, renovando así nuestra fe, confesándola con todo ardor porque así también con nuestra vida y nuestras palabras hemos de proclamarla a los demás, hemos de llevar la buena noticia a los demás. Recordemos que las mujeres que fueron primeros testigos de la resurrección fueron enviadas a llevar la noticia a los hermanos.
Nuestra confesión de fe no se puede quedar encerrada en nosotros o solo en el ámbito de nuestros templos, sino que tiene que correr de boca en boca, tiene que desparramarse por el mundo que nos rodea que tanto necesita de una Buena Noticia que le llene de esperanza. Y que Cristo ha resucitado en esa Buena Noticia que puede devolver la esperanza, va a devolver la esperanza a nuestro mundo. De nuestro anuncio depende. De eso hemos de estar convencidos de verdad.
Creer en Cristo resucitado nos hace ponernos en camino de una vida nueva transformadora de nuestros corazones, pero transformadora también de la vida de cuantos nos rodean y que ha de transformar ciertamente  nuestro mundo y nuestra sociedad a imagen del Reino de Dios proclamado por Jesús. Así es nuestra fe. Así nos compromete nuestra fe. Si nos dejáramos liberar por Cristo de todas esas esclavitudes que nos atan en nuestros egoísmos y orgullos, en nuestras violencias y en nuestros gritos, en nuestras formas injustas de actuar que oprimen y esclavizan a los que están a nuestro lado, en esas hipocresías, falsedades y apariencias en que vivimos envueltos tantas veces, en la forma materialista que tenemos tantas veces de ver la vida, en esas obsesiones por pasarlo simplemente bien a costa de lo que sea, qué distinto sería nuestro mundo.
Por eso esta noche al hacer una renovación de nuestra fe y de nuestra condición de bautizados vamos a hacer también esa renuncia a toda esa fuerza del mal que se nos puede meter en el corazón.  Es el hombre viejo de la esclavitud y el pecado que tenemos que dejar atrás para vivir ese hombre nuevo de la gracia en que Cristo resucitado quiere transformarnos.
No es momento de más palabras, sino de seguir viviendo y celebrando con toda intensidad y alegría nuestra fe. No lo olvidemos. Cristo vive. Cristo ha resucitado y ha vencido la muerte para siempre. Cristo está aquí y nos asegura la vida para siempre. Celebramos su victoria. Nos llenamos de su gloria. Comamos a Cristo que El nos asegura que nos da vida para siempre y nos resuci5tará en el ultimo día. Cantemos la gloria del Señor.

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