La Pasión y la Pascua la hemos de vivir sintiendo el paso salvador del Señor en nosotros
Mt. 21, 1-11; Is. 50, 4-7; Sal. 21; Filp. 2, 6-11; Mt. 26,
14-27, 66
Con gozo, con aires de triunfo hemos comenzado hoy
nuestra celebración conmemorando la entrada de Jesús en Jerusalén cinco días
antes de la Pascua. También nosotros hemos cantado como los niños hebreos con
nuestros ramos de olivo y nuestras palmas de victoria en las manos ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!’
Es el domingo de Ramos en la Pasión del Señor y podría
quizá parecernos que cuando vamos a contemplar y celebrar durante esta semana
la pasión y la muerte de Jesús en la cruz esos aires de gozo y de triunfo
podrían estar fuera de lugar. Pero tienen todo su sentido; por una parte
conmemoramos aquel momento de la entrada de Jesús en Jerusalén entre las
aclamaciones y los gritos de júbilo, los hosannas de los niños y del pueblo
sencillo y queremos vivir aquel mismo entusiasmo; pero no hemos de olvidar que
vamos a cantar victoria porque la muerte de Jesús y su cruz no es una derrota,
sino una victoria. Como nos dice Tomás de Kempis ‘en la cruz está la salud, en la cruz está la vida, en la cruz está la
defensa de los enemigos, en la cruz está la fortaleza del corazón’.
Hemos escuchado el relato de la pasión según san Mateo.
Por una parte comienza señalando la traición de Judas que desembocaría en todo
el proceso de la Pascua de Jesús, pero al mismo tiempo vemos que el resto de
los discípulos le están preguntando a Jesús dónde y cómo van a celebrar la
Pascua. ‘¿Dónde quieres que te preparemos
la cena de Pascua?’, le preguntan.
Puede ser también esa nuestra pregunta en el inicio de
esta semana de Pasión que va a culminar con la celebración del misterio pascual
de Cristo. Le preguntamos a Jesús, pero nos preguntamos a nosotros mismos,
¿cómo vamos a celebrar la pascua? ¿cómo vamos a culminar los preparativos?
Jesús les señala unas circunstancias para que encontraran el sitio de
Jerusalén, pero a nosotros quizá también nos está señalando cómo no hemos de
celebrar la pascua o cómo hemos de celebrarla.
La Pascua la hemos de vivir con nuestra vida, con lo
que es la realidad concreta de nuestra vida; la Pascua la hemos de vivir en
nuestra vida, celebrar en nuestra vida sintiendo ese paso salvador del Señor en
nosotros.
La pasión de Jesús comenzó en medio de angustias,
tristezas, soledades además de las
traiciones y abandonos. En la cena recuerdos y anuncios de pascua, de
pasión, de entrega, pero también de traiciones y negaciones. ‘Uno de vosotros me va a entregar…’, les dice. Y más adelante les
anuncia que ‘esta noche vais a caer todos
por mi causa’, cuando le abandonen tras el prendimiento de Getsemaní, o
cuando incluso Pedro llegue a negarle diciendo que no lo conoce.
Y aunque a su llegada a Getsemaní comenzó a
entristecerse y angustiarse, como señala el evangelista, en su oración, aunque
pide que pase de El este cáliz, asume el sufrimiento de su pasión y se pone en
las manos del Padre para hacer su voluntad. ‘Padre
mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’.
Caminamos nosotros también en este domingo de ramos en
la pasión del Señor con nuestra pasión, con la pasión que se hace realidad en
nuestra vida en nuestros propios sufrimientos y angustias, en nuestras soledades
y en las debilidades que ensombrecen nuestra vida tantas veces que hasta nos
llevan a la infidelidad del pecado. Aquí estamos, le queremos decir también
nosotros al Señor; aquí estamos con lo que es nuestra vida.
Cada uno puede pensar en su realidad, en sus
sufrimientos o carencias, en sus debilidades y en lo que ha sido y es su vida
que no podemos ocultar a los ojos de Dios. Pero como somos venimos hasta el
Señor; como somos viene el Señor con su salvación a nuestra vida. Ahí tiene que
realizarse esa pascua del Señor, ese paso de salvación para nosotros. No nos
viene a salvar el Señor de cosas imaginarias sino de lo que es la realidad
concreta de nuestra vida y así con sinceridad hemos de ponernos ante El.
Vamos nosotros a atrevernos a acercarnos a la pasión
del Señor, pero para que podamos llegar a confesar nuestra fe en El. Entre los
que estaban en el entorno de Jesús en el camino del calvario o al pie de la
cruz, había muchos que se mofaban de El o lo injuriaban de forma blasfema. ‘A otros ha salvado, y El no se puede
salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No
ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que
era Hijo de Dios?’ Y nos dice el evangelista que ‘hasta los bandidos crucificados con El lo insultaban’, aunque bien
sabemos por el relato de otro evangelista que uno de ellos al verse en el mismo
tormento y sufrimiento supo descubrir la acción de Dios.
Nosotros sí queremos seguir confiando totalmente en El
y poniendo en El toda nuestra fe y nuestra esperanza. Ahí tenemos segura
nuestra salvación. Es en verdad el Hijo de Dios y nuestro Salvador. El
centurión romano al final también lo confesaría porque igualmente él supo
descubrir en ese sufrimiento la acción de Dios y por la fe que se despertó en
su corazón de alguna manera él vivió también la pascua salvadora de Jesús en su
vida. Es lo que nosotros con toda intensidad queremos sentir y queremos vivir
hoy y a través de toda esta semana de Pasión.
Hay un detalle que nos dice que cuando depositaron a
Jesús en el sepulcro ‘María Magdalena y
la otra María se quedaron allí sentadas frente al sepulcro’. Serían las que
en la mañana de pascua, en la mañana de la resurrección fueron las primeras en
llegar y encontrar el sepulcro vacío, porque Cristo había resucitado. Queremos
nosotros quedarnos sentados enfrente de la cruz de Jesús en estos días
contemplando y meditando en nuestro corazón toda la pasión del Señor. En medio de
todo el dolor y sufrimiento brilla siempre la luz de la esperanza de la salvación.
No podemos vivir de cualquier manera estos días que tienen que ser para nosotros
días de gracia y días en que alcancemos la salvación del Señor para nuestras
vidas.
Ahí tenemos una tarea, una meditación que realizar, una
pascua del Señor que hemos de asumir en nuestra vida, para que, aunque en la
vida tengamos muchos momentos duros, aprendamos a vivir nuestra pasión buscando
siempre por encima de todo lo que es la voluntad del Señor.
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