Una Palabra del Señor que con fe y humildad acogemos en nuestro corazón
Rm. 2, 1-11; Sal. 61; Lc. 11, 37-41
Para comenzar a comentar el texto del evangelio que se
nos ha proclamado hoy hemos de decir que es una continuación exacta del que
hubiéramos escuchado ayer, de no ser por la celebración del día de santa Teresa
de Jesús con sus lecturas propias.
Parten todas estas palabras de Jesús de denuncia de la
actitud de los fariseos de lo sucedido en una ocasión en que invitaron a Jesús
a comer en casa de un fariseo y estaban todos muy pendientes de si Jesús se
lavaba las manos o no antes de sentarse a la mesa. Jesús que conocía bien el
corazón de los que le rodeaban y sus intenciones les habla fuerte de que lo que
hay que tener bien limpio es el corazón. ‘Limpiáis
por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y
maldades’, les dice.
Pero escuchemos esa Palabra del Señor no solamente como
dicha a aquellos fariseos y letrados que le acompañaban entonces en la mesa,
sino sintamos hondamente en nosotros que esa Palabra nos la está diciendo hoy
el Señor a nosotros. ‘Pagáis el diezmo de
la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por
alto el derecho y el amor de Dios’, les dice; nos dice. Vivían unas
actitudes y posturas muy escrupulosas para fijarse en esos pequeños detalles,
pero luego su corazón estaba endurecido para las cosas verdaderamente
importantes.
Querían aparecer
como irreprochables para ser honrados y estimados hasta como piadosos, pero
olvidaban lo esencial. No es que no tengamos que tener en cuenta las cosas
pequeñas, que ya nos dirá en otro momento que el que no sabe ser fiel en lo
pequeño en lo importante no lo será, pero sí nos está diciendo que no olvidemos
la justicia, el respeto y la valoración de las personas, el amor a Dios y el
amor que hemos de tener al hermano. Que no nos podemos quedar en las
apariencias, sino que es desde lo más hondo de nosotros mismos desde donde
tenemos que transformar nuestro corazón para llenarlo de las más hermosas virtudes.
¿De qué nos vale fijarnos en minucias si luego no
tenemos verdadero amor al hermano que está a nuestro lado? Aprendamos a valorar
a la persona, a toda persona; aprendamos a ser justos en nuestras relaciones
con los demás actuando con sinceridad, alejando de nosotros toda falsedad e hipocresía, no
dejándonos nunca arrastrar por la vanidad y las apariencias; aprendamos a
arrancar de raíz de nuestro corazón los malos sentimientos hacia los demás como
la envidia o los rencores; transformemos nuestro corazón para llenarlo de
humildad, de paz, de mansedumbre, quitando todo brote de violencia, de orgullo
o de soberbia.
Los letrados reaccionaron ante las palabras de Jesús - ‘diciendo eso, nos ofendes también a
nosotros’, le dicen - pero Jesús les replica que no se contenten con
imponer cosas a los demás, sino que sean ellos los primeros en cumplirlas en su
vida.
Os confieso una cosa. Cuando me hago esta reflexión en
torno a la Palabra de Dios que comparto con ustedes en la celebración - o
través también de las redes sociales en internet intentando llegar a mucha
gente - primero que nada me la hago para mi mismo; tengo que pensar, por
supuesto desde mi ministerio, en todos aquellos a los que va a llegar esta
reflexión sobre la Palabra pero antes me la aplico a mí mismo, me veo reflejado
en lo que el Señor nos dice o nos pide y siento que es a mí el primero a quien
el Señor se lo está diciendo. No quiero ser simplemente un altavoz mecánico que
trasmita unas palabras o unas reflexiones, sino quiero abrir los oídos de mi
corazón para sentir lo que el Señor me dice o me pide. Doy gracias porque así
esta Palabra también va haciendo mella en mi corazón, y confieso humilde que no
siempre le doy la respuesta que el Señor me pide en su Palabra.
Con humildad pongámonos siempre ante la Palabra del
Señor que se nos proclama; con mucha fe, para reconocer que es Dios mismo quien
nos está hablando allá en lo hondo de nuestro corazón. Pidámosle su gracia, que
no nos falte nunca, para que sepamos acogerla y plantarla en nuestra vida de
manera que siempre dé fruto al ciento por uno.
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