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miércoles, 16 de octubre de 2013

Una Palabra del Señor que con fe y humildad acogemos en nuestro corazón

Rm. 2, 1-11; Sal. 61; Lc. 11, 37-41
Para comenzar a comentar el texto del evangelio que se nos ha proclamado hoy hemos de decir que es una continuación exacta del que hubiéramos escuchado ayer, de no ser por la celebración del día de santa Teresa de Jesús con sus lecturas propias.
Parten todas estas palabras de Jesús de denuncia de la actitud de los fariseos de lo sucedido en una ocasión en que invitaron a Jesús a comer en casa de un fariseo y estaban todos muy pendientes de si Jesús se lavaba las manos o no antes de sentarse a la mesa. Jesús que conocía bien el corazón de los que le rodeaban y sus intenciones les habla fuerte de que lo que hay que tener bien limpio es el corazón. ‘Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades’, les dice.
Pero escuchemos esa Palabra del Señor no solamente como dicha a aquellos fariseos y letrados que le acompañaban entonces en la mesa, sino sintamos hondamente en nosotros que esa Palabra nos la está diciendo hoy el Señor a nosotros. ‘Pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios’, les dice; nos dice. Vivían unas actitudes y posturas muy escrupulosas para fijarse en esos pequeños detalles, pero luego su corazón estaba endurecido para las cosas verdaderamente importantes.
Querían  aparecer como irreprochables para ser honrados y estimados hasta como piadosos, pero olvidaban lo esencial. No es que no tengamos que tener en cuenta las cosas pequeñas, que ya nos dirá en otro momento que el que no sabe ser fiel en lo pequeño en lo importante no lo será, pero sí nos está diciendo que no olvidemos la justicia, el respeto y la valoración de las personas, el amor a Dios y el amor que hemos de tener al hermano. Que no nos podemos quedar en las apariencias, sino que es desde lo más hondo de nosotros mismos desde donde tenemos que transformar nuestro corazón para llenarlo de las más hermosas virtudes.
¿De qué nos vale fijarnos en minucias si luego no tenemos verdadero amor al hermano que está a nuestro lado? Aprendamos a valorar a la persona, a toda persona; aprendamos a ser justos en nuestras relaciones con los demás actuando con sinceridad, alejando de  nosotros toda falsedad e hipocresía, no dejándonos nunca arrastrar por la vanidad y las apariencias; aprendamos a arrancar de raíz de nuestro corazón los malos sentimientos hacia los demás como la envidia o los rencores; transformemos nuestro corazón para llenarlo de humildad, de paz, de mansedumbre, quitando todo brote de violencia, de orgullo o de soberbia.
Los letrados reaccionaron ante las palabras de Jesús - ‘diciendo eso, nos ofendes también a nosotros’, le dicen - pero Jesús les replica que no se contenten con imponer cosas a los demás, sino que sean ellos los primeros en cumplirlas en su vida.
Os confieso una cosa. Cuando me hago esta reflexión en torno a la Palabra de Dios que comparto con ustedes en la celebración - o través también de las redes sociales en internet intentando llegar a mucha gente - primero que nada me la hago para mi mismo; tengo que pensar, por supuesto desde mi ministerio, en todos aquellos a los que va a llegar esta reflexión sobre la Palabra pero antes me la aplico a mí mismo, me veo reflejado en lo que el Señor nos dice o nos pide y siento que es a mí el primero a quien el Señor se lo está diciendo. No quiero ser simplemente un altavoz mecánico que trasmita unas palabras o unas reflexiones, sino quiero abrir los oídos de mi corazón para sentir lo que el Señor me dice o me pide. Doy gracias porque así esta Palabra también va haciendo mella en mi corazón, y confieso humilde que no siempre le doy la respuesta que el Señor me pide en su Palabra.

Con humildad pongámonos siempre ante la Palabra del Señor que se nos proclama; con mucha fe, para reconocer que es Dios mismo quien nos está hablando allá en lo hondo de nuestro corazón. Pidámosle su gracia, que no nos falte nunca, para que sepamos acogerla y plantarla en nuestra vida de manera que siempre dé fruto al ciento por uno.

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