¿Se asombrará Jesús de nuestra fe como de la del centurión?
1Tim. 2, 1-8; Sal. 27; Lc. 7, 1-10
Jesús se asombró de la fe del centurión, ¿se asombrará
también de nuestra fe? Muchas veces hemos escuchado este texto del evangelio o
su paralelo en los otros evangelistas. Siempre nos admiramos de la fe y de la
humildad del centurión, pero se me ocurre hacerme la pregunta con que hemos
comenzado nuestra reflexión. ¿Se asombrará Jesús también de nuestra fe?
Esa fe que tiene que estar muy presente en nuestra
vida. Sin ella nada de todo esto tendría sentido. Si estamos ahora, aquí, en
esta celebración de la Eucaristía y escuchando y meditando la Palabra del Señor
es por nuestra fe, por la fe con que vivimos estos momentos. Una fe que motiva
lo que hacemos, que llena de alegría y de esperanza nuestra vida aun cuando nos
veamos envueltos en problemas, dificultades, enfermedades o múltiples
limitaciones. Y es que en nuestra fe encontramos el sentido y el valor para
todo ello.
También eran momentos difíciles para aquel centurión. ‘Un criado a quien estimaba mucho estaba
enfermo y a punto de morir’. Pero el centurión no se ahoga en su angustia,
busca una luz que le dé valor y sentido, y sabe que esa luz solo por la fe la
puede encontrar con Jesús. ‘Al oír hablar
de Jesús le envió unos ancianos de los judíos’ para que intercedieran por
él.
Por eso acude a Jesús pero lo hace además de con una
confianza total con una humildad grande. Tanto que ni siquiera se atreve a
venir él personalmente. Pero su fe en Jesús es total. Lo manifiesta con lo que
expresa. Dice que no es digno. ‘No soy
quien para que entres bajo mi techo; por eso no me creí digno de venir
personalmente’. Ha enviado unos legados que intercedan por él. Enviará un
intermediario que expresará no solo lo bueno que ha sido con los judíos, sino
la fe grande que tiene en Jesús. Sabe que la Palabra de Jesús es una palabra de
vida, y que lo dicho por Jesús se realizará; como el soldado o el criado que
obedece las órdenes de su superior o de su señor.
‘Os digo que ni en
Israel he encontrado tanta fe’, dice
Jesús admirado ante la fe de aquel hombre; la fe y la humildad, la oración
confiada y llena de esperanza. Por eso, nos preguntábamos ¿se asombrará Jesús
también de nuestra fe?
Hemos tomado las palabras del centurión para convertirlas
en oración en la liturgia momentos antes de comulgar. ‘Señor, no soy digno, de que entres bajo mi techo…’ Pero no pueden
ser solo palabras; tiene que ser la actitud de profunda humildad y confianza
con que nosotros también nos dirigimos al Señor. Qué tremendo cuando decimos
palabras sin darle un sentido hondo en la vida, simplemente por rutina
repetitiva. No puede ser así nuestra oración.
Sabemos que el Señor nos escucha. Sí, sabemos, estamos
seguros. Muchas veces manifestamos nuestra desconfianza, porque quizá no nos
dirigimos al Señor con la debida humildad. Nuestra oración no es exigir;
nuestra oración es confiar; nuestra oración es ponernos en sus manos; nuestra
oración tiene que estar llena de paz porque sabemos que el Señor está ahí con
su amor y nos escucha.
La oración que no puede estar hecha desde la amargura
desesperanzada. La oración tiene que ser un momento en que nos llena siempre de
paz. Tenemos confianza en el Señor. Nuestra oración no puede ser palabrería
insulsa, porque nuestra oración es abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos
impregnar por su Espíritu. ‘Bendito el
Señor que escuchó mi voz suplicante’, repetíamos en el salmo.
Tenemos que crecer en nuestro espíritu de oración.
Hemos de sentir siempre en nosotros la presencia de Dios que nos inunda con su
amor, que nos llena de gracia, que siempre escucha nuestras oraciones. Que el
Señor nos dé espíritu de oración. Que sepamos abrir nuestro corazón a Dios con
humildad desde nuestras necesidades y problemas pero siempre también desde el
mucho amor.
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