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lunes, 16 de septiembre de 2013

¿Se asombrará Jesús de nuestra fe como de la del centurión?

1Tim. 2, 1-8; Sal. 27; Lc. 7, 1-10
Jesús se asombró de la fe del centurión, ¿se asombrará también de nuestra fe? Muchas veces hemos escuchado este texto del evangelio o su paralelo en los otros evangelistas. Siempre nos admiramos de la fe y de la humildad del centurión, pero se me ocurre hacerme la pregunta con que hemos comenzado nuestra reflexión. ¿Se asombrará Jesús también de nuestra fe?
Esa fe que tiene que estar muy presente en nuestra vida. Sin ella nada de todo esto tendría sentido. Si estamos ahora, aquí, en esta celebración de la Eucaristía y escuchando y meditando la Palabra del Señor es por nuestra fe, por la fe con que vivimos estos momentos. Una fe que motiva lo que hacemos, que llena de alegría y de esperanza nuestra vida aun cuando nos veamos envueltos en problemas, dificultades, enfermedades o múltiples limitaciones. Y es que en nuestra fe encontramos el sentido y el valor para todo ello.
También eran momentos difíciles para aquel centurión. ‘Un criado a quien estimaba mucho estaba enfermo y a punto de morir’. Pero el centurión no se ahoga en su angustia, busca una luz que le dé valor y sentido, y sabe que esa luz solo por la fe la puede encontrar con Jesús. ‘Al oír hablar de Jesús le envió unos ancianos de los judíos’ para que intercedieran por él.
Por eso acude a Jesús pero lo hace además de con una confianza total con una humildad grande. Tanto que ni siquiera se atreve a venir él personalmente. Pero su fe en Jesús es total. Lo manifiesta con lo que expresa. Dice que no es digno. ‘No soy quien para que entres bajo mi techo; por eso no me creí digno de venir personalmente’. Ha enviado unos legados que intercedan por él. Enviará un intermediario que expresará no solo lo bueno que ha sido con los judíos, sino la fe grande que tiene en Jesús. Sabe que la Palabra de Jesús es una palabra de vida, y que lo dicho por Jesús se realizará; como el soldado o el criado que obedece las órdenes de su superior o de su señor.
‘Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’, dice Jesús admirado ante la fe de aquel hombre; la fe y la humildad, la oración confiada y llena de esperanza. Por eso, nos preguntábamos ¿se asombrará Jesús también de nuestra fe?
Hemos tomado las palabras del centurión para convertirlas en oración en la liturgia momentos antes de comulgar. ‘Señor, no soy digno, de que entres bajo mi techo…’ Pero no pueden ser solo palabras; tiene que ser la actitud de profunda humildad y confianza con que nosotros también nos dirigimos al Señor. Qué tremendo cuando decimos palabras sin darle un sentido hondo en la vida, simplemente por rutina repetitiva. No puede ser así nuestra oración.
Sabemos que el Señor nos escucha. Sí, sabemos, estamos seguros. Muchas veces manifestamos nuestra desconfianza, porque quizá no nos dirigimos al Señor con la debida humildad. Nuestra oración no es exigir; nuestra oración es confiar; nuestra oración es ponernos en sus manos; nuestra oración tiene que estar llena de paz porque sabemos que el Señor está ahí con su amor y nos escucha.
La oración que no puede estar hecha desde la amargura desesperanzada. La oración tiene que ser un momento en que nos llena siempre de paz. Tenemos confianza en el Señor. Nuestra oración no puede ser palabrería insulsa, porque nuestra oración es abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos impregnar por su Espíritu. ‘Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante’, repetíamos en el salmo.
Tenemos que crecer en nuestro espíritu de oración. Hemos de sentir siempre en nosotros la presencia de Dios que nos inunda con su amor, que nos llena de gracia, que siempre escucha nuestras oraciones. Que el Señor nos dé espíritu de oración. Que sepamos abrir nuestro corazón a Dios con humildad desde nuestras necesidades y problemas pero siempre también desde el mucho amor.

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