Los caminos de Dios que nos conducen a la verdadera sabiduría
1Tim. 3m 14-16; Sal. 110; Lc. 7, 31-35
Un texto del profeta Isaías que habremos escuchado en
más de una ocasión nos decía: ‘Mis
caminos no son vuestros caminos, dice el Señor’. Creo que sería algo que
tendríamos que tener muy en cuenta, porque muchas veces parece que pretendiéramos
que Dios hiciera las cosas a nuestra manera o conforme a nuestras exigencias
humanas.
Cuantas veces cuando hablamos de religión o de la
Iglesia manifestamos lo que según nuestros criterios humanos tendría que ser la
religión, la moral o lo que fuera el trabajo o la acción de la Iglesia. Que si
la iglesia tendría que hacer las cosas de esta manera o de la otra, que si en
cuestiones morales no se puede ser exigente porque el mundo de hoy es distinto
y habría que abrir la mano en no sé cuantas cosas, y así nos hacemos una lista
bastante larga muchas veces de nuestras reclamaciones o deseos.
Es cierto que el Señor se nos revela también en el
corazón a cada uno y nos va iluminando sobre lo que tendría que ser nuestra
vida cristiana o nuestro compromiso como creyentes sembrando en nosotros
hermosas inquietudes y despertando compromisos por hacer que nuestro mundo sea
mejor. Pero muchas veces tenemos el peligro de dejarnos absorber excesivamente
por criterios humanos que pueden terminar muy lejos de lo que son los planes de
Dios.
‘Mis caminos no son
vuestros caminos’,
nos dice el Señor y recordábamos las palabras del profeta. Es el camino de Dios
el que hemos de buscar, lo que es su voluntad. Lo decimos y lo rezamos cuando
hacemos la oración que Jesús nos enseñó, - ‘hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo’ - pero hay el peligro de que se
quede solo en palabras que repetimos, porque lo que buscamos en el fondo es
nuestra voluntad, que se responda a nuestras apetencias y deseos.
‘¿A quién se parecen
los hombres de esta generación? ¿a quién los compararemos?’, hemos escuchado que hoy Jesús se
pregunta por los hombres de su tiempo. Y Jesús compara las reacciones que
tuvieron ante Juan el Bautista y las que tenían también ante el Hijo del
Hombre. Muchos escuchaban a Juan e iban incluso a que los bautizara allá en la
orilla del Jordán, pero bien sabemos que había otros que lo rechazaban; el
evangelio nos relata lo de aquella embajada que vino de parte de los sacerdotes
y ancianos de Jerusalén a preguntarle o a pedirle cuentas de por qué bautizaba
si él no era el Mesías.
Pero con Jesús vemos que sucede lo mismo. Unos le
aclaman y dicen que nunca han visto cosa igual porque Dios ha visitado a su
pueblo, mientras otros le rechazan, no quieren aceptar su mensaje, le
reclamarán la autoridad con que Jesús se manifiesta cuando hace milagros,
resucita muertos o perdona los pecados. Pero algo que muchos no eran capaces de
asimilar era la cercanía de Dios que se manifestaba en Jesús sobre todo cuando
se rodeaba de los pecadores que acudían llenos de esperanza a estar con El e
incluso se sentaban a su mesa.
Es lo que hoy hemos escuchado. ‘Vino Juan que ni comía ni bebía - es proverbial su austeridad y
penitencia - y dijisteis que tenía un
demonio; viene el hijo del hombre que come y bebe con los publicanos y los
pecadores... y también lo rechazáis por comilón y borracho’.
Somos como niños nos dice Jesús; somos como niños
caprichosos que nos dejamos llevar por el viento que más sople y más bien
parecemos veletas movidas por el viento de acá para allá. Como niños tendríamos
que ser pero por nuestra humildad y sencillez, por la apertura del corazón para
dejarnos conducir por el Espíritu del Señor, por el ansia profunda de Dios que
haya en nuestro corazón pero para encontrarnos de verdad con El y con su
Palabra para descubrir lo que es la verdadera voluntad de Dios. De ello nos
hablará Jesús en otros momentos del evangelio poniéndonoslo como modelos de esa
apertura a Dios y de esa sencillez y humildad.
Busquemos los caminos de Dios que son los que
verdaderamente nos conducirán a la verdad sabiduría y a la verdadera plenitud
del hombre.
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