La Buena Noticia recibida nos convierte siempre en misioneros del Reino de Dios
1Tim. 6, 2-12; Sal. 48; Lc. 8, 1-3
‘Iba Jesús caminando
de pueblo en pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios’. Caminando por todos rincones
haciendo el anuncio del Reino.
El anuncio del Reino de Dios escuchado nos pone siempre
en camino. Y escuchar el anuncio de esa Buena Noticia no es solo escuchar unas
palabras. Es algo mucho más hondo lo que sucede en nuestra vida. Lo escuchamos,
no porque nos entre por los oídos, sino cuando lo hacemos vida nuestra, cuando
dejamos que penetre dentro de lo más hondo de nosotros mismos; lo escuchamos
cuando recibimos esa salvación, sentimos esa salvación de Dios en nuestra vida.
Se convierte así en la mayor Buena Noticia que hayamos recibido. Sentirnos
salvados, porque nos sentimos amados de Dios que rescata y transforma nuestra
vida, arrancándonos del mal y del pecado para llenarnos de nueva vida, para
llenarnos de su vida. Esa es la salvación que recibimos.
Quien se siente inundado de esa salvación de Dios no se
lo guarda para sí. Quien ha recibido una buena noticia la comparte; quien ha
recibido el mayor premio de su vida o el regalo más hermoso, no lo guarda en
secreto para sí sino que inmediatamente querrá hacer partícipes a cuantos le
rodean de esa buena noticia, de ese premio o regalo que ha recibido. ‘Mira el regalo que he recibido, mira el
premio que me han dado’, correremos enseguida a comunicarlo a la familia, a
los amigos, a los vecinos, a cuantos nos rodean.
Ese regalo de Dios que es el evangelio que se nos
anuncia y que es la salvación recibimos se ha de convertir necesariamente en
Buena Noticia que nosotros comuniquemos a los demás, compartamos con los demás.
El Evangelio, como decíamos antes, siempre nos pone en camino. La salvación de
Dios que recibimos no nos encierra en nosotros mismos. Quien en nombre de su
religiosidad se encierra en si mismo y no comparte esa Buena Noticia con los
demás, significa que algo le está fallando y que aún la experiencia de
salvación no es lo suficientemente profunda.
Lo contemplamos hoy en estos breves versículos del
evangelio que se nos han proclamado. ‘Jesús
iba caminando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, predicando la Buena
Noticia del Reino de Dios’. Era lo que había comenzado a hacer desde el
principio. Fue su primer anuncio invitando a la conversión porque llegaba el
Reino de Dios. Pero ¿qué es lo que vemos inmediatamente? Enseguida veremos que
van con El; no será ya nunca un camino que Jesús haga solo. Hoy nos dice que ‘lo acompañaban los Doce y algunas mujeres
que El había curado de malos espíritus y enfermedades’.
Allá van los Doce, aquellos que El había escogido entre
todos los discípulos y a los que había ido llamando uno a uno, pero van también
algunas mujeres que han recibido la salvación de Dios en sus vidas. Han sido
curadas, han sido liberadas del mal, y ahora se unen al cortejo de los que con
Jesús van anunciando el Reino de Dios, y además ‘otras muchas les ayudaban con sus bienes’, compartiendo con Jesús
y los discípulos.
El encuentro con el amor de Dios que les llenaba de
salvación hacer surgir la generosidad y la disponibilidad para seguir a Jesús y
para compartirlo todo con El. El encuentro con el amor de Dios que nos salva
nos convierte en testigos de ese amor, cosa que tendremos que hacer ya para
siempre con nuestra palabra y con nuestra obras, con toda nuestra vida. Jesús
anunciaba el Reino e iba liberando del mal a aquellos que aceptando su Buena
Noticia de Salvación.
No nos podemos quedar con los brazos cruzados ni
encerrados en nosotros mismos. La Buena Noticia del Reino de Dios siempre nos
ha de convertir en misioneros.
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