La sinceridad, la humildad, la rectitud hacen un mundo mejor
Tobías, 2, 10-23; Sal. 111; Mc. 12, 13-17
‘Maestro, sabemos que
eres sincero y que no te importa nadie: porque no te fijas en las apariencias,
sino que enseñas el camino de Dios sinceramente’. Aunque sabemos que sus intenciones
no eran buenas, porque estaban llenas de hipocresía y falsedad, sin embargo
hacen una hermosa afirmación de Jesús. Hablan de su sinceridad y su rectitud. Tendría
que hacernos pensar.
Recordamos que Jesús nos dirá en el Evangelio que El es
la Verdad y la Vida. En Jesús no cabe la falsedad y la mentira. Como a Jesús
tampoco podemos ir desde nuestras falsedades y mentiras. Jesús es la verdad y
Jesús nos conoce desde lo más hondo de nosotros mismos. Esa sinceridad y esa
rectitud le llevarían a ser odiado por los hijos de las tinieblas que no pueden
aguantar la luz; rechazan la luz y todo lo que pueda conducirnos a la luz; por
eso rechazan a Jesús.
Una primera consideración que tendríamos que hacernos
habría de ir por este sentido. Que obremos siempre con sinceridad y según la
verdad; que no nos dejemos confundir nunca por las apariencias y ya no es
simplemente que no nos dejemos engañar por las apariencias de los demás, sino
que nosotros mismos no ocultemos la verdad de nuestra vida detrás de ese velo
falso de las apariencias. Es la rectitud con que hemos de actuar en todo
momento; es no dejarnos comprar nunca por ningún plato de lentejas de
falsedades y disimulos. Que podemos tener esa tentación. Juzgamos y condenamos fácilmente
a los demás cuando nos parece que están actuando desde las apariencias y la
vanidad, pero luego nos sentimos tentados a actuar también en muchas ocasiones
de esa forma.
La vanidad nos puede seducir porque nos agradan los
halagos y las alabanzas. Y alimentados por esas vanidades llenamos al mismo
tiempo nuestro corazón de orgullo y de soberbia; con qué facilidad pretendemos
subirnos a pedestales queriendo mostrar lo que no somos, alimentando nuestro
ego que nos endiosa y nos llena de soberbia.
Cuando se nos mete el orgullo y la soberbia en el
corazón vamos arrasando cuanto encontremos a nuestro paso, o más aún, vamos
arrasando y destruyendo a cuantos se crucen en nuestro camino y nos puedan
hacer sombra. Por algo decimos que son pecados capitales. Son generadores de egoísmos,
de insolidaridades, de violencias, de malos tratos a nuestros semejantes, de
mentira, de injusticia, de pasiones descontroladas… y podríamos seguir haciendo
una lista bien grande de los males que vamos provocando.
Los caminos de la sencillez, de la humildad, de la
sinceridad, aunque a veces nos cueste abajar nuestros orgullos, sin embargo son
los caminos que contribuyen mejor a la felicidad y al bienestar de todos. Nos
sentiremos nosotros bien cuando actuamos así con sinceridad y sencillamente,
pero haremos agradable nuestra presencia ante los demás y contribuiremos así a
su felicidad. Ya sabemos lo desagradable que es estar al lado de una persona
orgullosa y vanidosa y lo insoportable que se puede volver el estar a su lado,
pues con nuestra sencillez y con nuestra humildad hagamos agradable la vida de
los que nos rodean.
Otras consideraciones podríamos hacernos con las
preguntas que le plantean a Jesús, pero ahí tenemos tajantes lo que son sus
respuestas. La reflexión primera que nos hemos venido haciendo creo que nos
puede ayudar mucho, sin embargo. Que todo sea siempre para la gloria del Señor.
Humanamente tenemos unas responsabilidades en esa sociedad, en esa comunidad
humana en la que vivimos que no podemos nunca desatender, porque sería además
enterrar los talentos que el Señor nos ha dado para mejorar nuestro mundo. Pero
siempre por encima de todo la gloria del Señor. ‘A Dios lo que es de Dios’, que respondió Jesús.
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