Una viña y una vida cuidadosamente preparada por la gracia que ha de dar fruto
Tobías, 1, 1-2; 2, 1-9; Sal. 111; Mc. 12, 1-12
‘Un hombre plantó una
viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la
arrendó a unos labradores y se marchó de viaje…’ Así comienza la parábola que Jesús
propone a los sumos sacerdotes, a los letrados y a los ancianos. Una parábola
que de alguna manera recuerda el canto de amor del amigo a su viña, que nos
había dejado el profeta. Esa viña preparada con tanto espero por su propietario
y que confía a los labradores para que saquen sus frutos es una imagen muy
llena de significado.
Cuando escuchamos la parábola, ya en su mismo relato,
hacemos la interpretación para referirnos a la respuesta no tan positiva, sino
muy llena de sombras del pueblo de Israel a lo largo de toda la historia de la
salvación. Al final de la parábola el mismo evangelista nos dice que los sumos
sacerdotes, letrados y ancianos comprendieron que la parábola iba por ellos y
por eso mismo estaban buscando la manera de acabar con Jesús.
Por supuesto que el reflexionar sobre este aspecto de
la parábola también nos puede ayudar a preguntarnos por nuestra respuesta y es
en lo que hemos de incidir. Nos sería fácil y cómodo quedarnos en constatar
cómo el pueblo de Israel no respondía a todo el amor que el Señor manifestaba
sobre su pueblo a lo largo de la historia. Pero nos quedaríamos en mucha
pobreza de mensaje si solo nos quedáramos ahí y no viéramos nuestra vida
reflejada en ella.
Esa viña tan cuidadosamente preparada y podríamos decir
enriquecida con tantos medios - la cerca, el lagar, la casa del guarda, etc… -
nos está hablando de cuánto hace Dios con nosotros. La riqueza de esa viña, de
la gracia divina que Dios ha puesto en nuestras manos derramando su amor sobre
nosotros. Pero, ¿seremos en verdad conscientes de cuanto nos da el Señor?
Confieso que ayer tarde, mientras participaba en la
procesión del Corpus en una parroquia, observando la gente que iba en la
procesión, los que la veían pasar como meros espectadores, o aquellos con los
que nos cruzábamos que iban a sus cosas y que se tropezaban de paso con la
procesión, todo eso me hacía reflexionar y me hacía muchas preguntas en mi
interior.
¿Éramos en verdad todos conscientes del misterio del
amor de Dios que allí llevábamos entre nosotros al llevar a Cristo en la
Eucaristía? No digo tanto los que iban en la procesión, pero quizá de aquellos
que se asomaban a su paso o de aquellos con los que nos cruzábamos y tropezaban
con la procesión, probablemente habrían hecho un día la comunión, o en aquellos
que eran más jóvenes o más niños quizá no hacía tanto tiempo, pero ahora ¿qué
les pasaba por la cabeza al ver o encontrarse con la procesión? ¿Recordarían en
verdad lo que les enseñaron de la Eucaristía?
Pongo esto como ejemplo, por decirlo de alguna manera.
Pero yendo a la imagen de la parábola y pensando en todos nosotros ¿seremos
conscientes de esa viña que Dios ha puesto en nuestras manos, de esa riqueza de
gracia que nos ha dado a lo largo de nuestra vida? ¿qué respuesta le estamos
dando? Ya veíamos en lo que decíamos antes que algunas personas se quedaban
como meros espectadores, y otros quizá se sorprendían al encontrarse con la procesión,
y muchos pasaban de largo como siguen pasando de largo tantos ante la fe, la
religión, la vida cristiana.
Pero no queremos juzgar a los demás, sino juzgarnos a
nosotros mismos, analizarnos a nosotros mismos para ver cuál es la respuesta
que nosotros le damos al Señor. Ante el hecho de aquellos criados que el amo
envió a recoger sus frutos que en la historia de la salvación los podríamos ver
como los profetas enviados por Dios a lo largo de los tiempos, nosotros
tendríamos que preguntarnos cómo acogemos nosotros a quienes Dios pone a
nuestro lado para trasmitirnos la Palabra de Dios. Y la misma Palabra del
Señor, ¿cómo la acogemos? Porque muchas veces ponemos nuestros filtros para
aceptar o no aceptar aquello que nos conviene o no nos conviene. Y así
podríamos preguntarnos por muchas cosas de nuestra vida cristiana de cada día.
Sí, tenemos que sentir que la parábola el Señor la pone
por nosotros, no por otros ni por gente de otro tiempo, sino para mi y para ti
hoy, con lo que es nuestra vida. Y a la luz de esa Palabra tenemos que examinar
nuestra vida y ver cuál es la respuesta que damos en ese cuidado de esa viña de
gracia que Dios ha puesto en nuestras manos.
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