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lunes, 3 de junio de 2013

Una viña y una vida cuidadosamente preparada por la gracia que ha de dar fruto

Tobías, 1, 1-2; 2, 1-9; Sal. 111; Mc. 12, 1-12
‘Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje…’ Así comienza la parábola que Jesús propone a los sumos sacerdotes, a los letrados y a los ancianos. Una parábola que de alguna manera recuerda el canto de amor del amigo a su viña, que nos había dejado el profeta. Esa viña preparada con tanto espero por su propietario y que confía a los labradores para que saquen sus frutos es una imagen muy llena de significado.
Cuando escuchamos la parábola, ya en su mismo relato, hacemos la interpretación para referirnos a la respuesta no tan positiva, sino muy llena de sombras del pueblo de Israel a lo largo de toda la historia de la salvación. Al final de la parábola el mismo evangelista nos dice que los sumos sacerdotes, letrados y ancianos comprendieron que la parábola iba por ellos y por eso mismo estaban buscando la manera de acabar con Jesús.
Por supuesto que el reflexionar sobre este aspecto de la parábola también nos puede ayudar a preguntarnos por nuestra respuesta y es en lo que hemos de incidir. Nos sería fácil y cómodo quedarnos en constatar cómo el pueblo de Israel no respondía a todo el amor que el Señor manifestaba sobre su pueblo a lo largo de la historia. Pero nos quedaríamos en mucha pobreza de mensaje si solo nos quedáramos ahí y no viéramos nuestra vida reflejada en ella.
Esa viña tan cuidadosamente preparada y podríamos decir enriquecida con tantos medios - la cerca, el lagar, la casa del guarda, etc… - nos está hablando de cuánto hace Dios con nosotros. La riqueza de esa viña, de la gracia divina que Dios ha puesto en nuestras manos derramando su amor sobre nosotros. Pero, ¿seremos en verdad conscientes de cuanto nos da el Señor?
Confieso que ayer tarde, mientras participaba en la procesión del Corpus en una parroquia, observando la gente que iba en la procesión, los que la veían pasar como meros espectadores, o aquellos con los que nos cruzábamos que iban a sus cosas y que se tropezaban de paso con la procesión, todo eso me hacía reflexionar y me hacía muchas preguntas en mi interior.
¿Éramos en verdad todos conscientes del misterio del amor de Dios que allí llevábamos entre nosotros al llevar a Cristo en la Eucaristía? No digo tanto los que iban en la procesión, pero quizá de aquellos que se asomaban a su paso o de aquellos con los que nos cruzábamos y tropezaban con la procesión, probablemente habrían hecho un día la comunión, o en aquellos que eran más jóvenes o más niños quizá no hacía tanto tiempo, pero ahora ¿qué les pasaba por la cabeza al ver o encontrarse con la procesión? ¿Recordarían en verdad lo que les enseñaron de la Eucaristía?
Pongo esto como ejemplo, por decirlo de alguna manera. Pero yendo a la imagen de la parábola y pensando en todos nosotros ¿seremos conscientes de esa viña que Dios ha puesto en nuestras manos, de esa riqueza de gracia que nos ha dado a lo largo de nuestra vida? ¿qué respuesta le estamos dando? Ya veíamos en lo que decíamos antes que algunas personas se quedaban como meros espectadores, y otros quizá se sorprendían al encontrarse con la procesión, y muchos pasaban de largo como siguen pasando de largo tantos ante la fe, la religión, la vida cristiana.
Pero no queremos juzgar a los demás, sino juzgarnos a nosotros mismos, analizarnos a nosotros mismos para ver cuál es la respuesta que nosotros le damos al Señor. Ante el hecho de aquellos criados que el amo envió a recoger sus frutos que en la historia de la salvación los podríamos ver como los profetas enviados por Dios a lo largo de los tiempos, nosotros tendríamos que preguntarnos cómo acogemos nosotros a quienes Dios pone a nuestro lado para trasmitirnos la Palabra de Dios. Y la misma Palabra del Señor, ¿cómo la acogemos? Porque muchas veces ponemos nuestros filtros para aceptar o no aceptar aquello que nos conviene o no nos conviene. Y así podríamos preguntarnos por muchas cosas de nuestra vida cristiana de cada día.

Sí, tenemos que sentir que la parábola el Señor la pone por nosotros, no por otros ni por gente de otro tiempo, sino para mi y para ti hoy, con lo que es nuestra vida. Y a la luz de esa Palabra tenemos que examinar nuestra vida y ver cuál es la respuesta que damos en ese cuidado de esa viña de gracia que Dios ha puesto en nuestras manos.

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