El Señor nuestro Dios es el único Señor
Tobías, 6, 10-11; 7, 9-17; 8, 4-10; Sal. 127; Mc. 12, 28-34
Ayer escuchábamos que eran los saduceos los que venían
con preguntas y planteamientos a Jesús sobre el tema de la resurrección; hoy
vemos que es un escriba el que viene con preguntas. ‘Un escriba se acercó a Jesús y la preguntó: ¿Qué mandamiento es el
primero de todos?’
Una pregunta que pudiera tener su importancia, pero es
una pregunta en cierto modo ociosa por parte de un escriba o letrado, cuya
misión era enseñar al pueblo y debía conocer con todo detalle, porque era
además lo fundamental y esencial que en todo momento repetía todo buen judío.
Pero Jesús no rehuye la pregunta, sino que responde con las propias palabras
del Deuteronomio que todo buen judío conocía de memoria porque además era algo
que repetían al entrar o salir de casa, al iniciar cualquier actividad o en
cualquier momento de oración.
En esa respuesta de Jesús, tomada del Deuteronomio, se
comienza con una profesión de fe, de la que arranca luego lo que va a ser el
primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Y es que hemos de amar
a Dios sobre todas las cosas porque Dios es único, no hay sino un único Dios y
para El ha de ir todo nuestro amor y nuestra adoración. Es como una confesión de fe al tiempo que una
adoración, porque es reconocer a Dios como el único Señor de nuestra vida.
‘Escucha Israel, el
Señor nuestro Dios es el único Señor’.
Es el Dios en quien creemos; es el Dios a quien adoramos; es el Dios en quien
ponemos toda nuestra vida; es el Dios de nuestra esperanza y nuestra vida; es
el Dios al que hemos de hacer la ofrenda más profunda y más hermosa de nuestra
existencia; es el Dios a quien hemos de ‘amar
con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser’.
Nuestro corazón y nuestra vida, para Dios; nuestro pensamiento y nuestro
actuar, para Dios; todo siempre por amor de Dios y todo con todo el amor de
nuestro corazón y nuestra vida.
Esto puede ser fácil de decir con palabras; pero han de
ser palabras salidas desde lo más hondo de nuestra vida; y eso compromete y
mucho. No es un amor de palabras, sino que tiene que ser el amor de toda
nuestra vida, con toda nuestra vida. Estamos reconociendo que El es el único
hacedor de nuestra vida y nuestro mundo, luego en El encontramos todo el
sentido y el valor de lo que vivimos y de lo que hacemos. Estamos reconociéndole
como el único Señor de nuestra vida al que hemos de amar, luego siempre y en
todo momento hemos de buscar lo que es su voluntad. Estamos diciendo que es el
único Dios a quien adoramos, eso es un reconocimiento pero también un deseo de
vivir en la más íntima y profunda unión con El; lo que nos va a exigir una vida
santa, alejada del pecado, buscando siempre lo que es la gloria del Señor.
Y todo eso sabiendo que vamos a ser tentados, que podrá
haber otras cosas que en momentos determinados nos atraigan y nos quieran
apartar de esos caminos de Dios; que tendremos la tentación de crearnos ídolos
o falsos dioses a los que apegar nuestro corazón, porque podríamos tener la tentación
de pensar que dejándonos seducir por esos falsos señuelos, de eso ídolos
nuestra vida puede ser más fácil o podríamos alcanzar más fácilmente la
felicidad. Pero cuando reconocemos al Señor como nuestro único Dios es porque
no queremos dejarnos seducir por nada de esas cosas sino siempre buscar lo que
es la gloria del Señor.
Pero Jesús dice algo más. Nos habla de un segundo
mandamiento que es tan importante, porque no hay mandamiento mayor que estos. ‘El segundo es éste: amarás a tu prójimo
como a ti mismo’. No podremos separar nunca el amor que le tengamos al prójimo
del amor de Dios. Y cuando amamos a Dios tenemos que amar necesariamente también
a nuestro prójimo. Ya Jesús luego a lo largo del evangelio nos hablará
repetidamente de cómo ha de ser ese amor al prójimo.
El escriba no puede menos que estar de acuerdo con las
palabras de Jesús. Ya vemos su respuesta, a lo que Jesús le dirá que no está
lejos del Reino de Dios. Ojalá nosotros amando así como nos enseña Jesús estemos
también viviendo con toda intensidad el Reino de Dios.
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