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viernes, 23 de noviembre de 2012


Al paladar dulce como la miel, en el estómago sentirás ardor

Apoc. 10, 8-11; Sal. 118; Lc. 19, 45-48
Es habitual que los profetas nos hablen con imágenes y comparaciones para expresarnos toda la hondura y riqueza que tiene la Palabra del Señor que quieren trasmitirnos. Jesús, como conocemos bien, en el evangelio emplea frecuentemente parábolas para hablarnos del Reino de Dios. No nos quedamos en la literalidad de la imagen o de la comparación sino en el mensaje hondo que quieren trasmitirnos. Así también el Apocalipsis que estamos escuchando en estos días está lleno de imágenes y comparaciones muchas veces tomadas de los profetas de Antiguo Testamento.
Es el caso de la imagen que hoy se nos presenta que nos traslada con toda fidelidad lo que el profeta Ezequiel ya nos había presentado. ‘Ve a coger el librito abierto de la mano del ángel… cógelo y cómelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor’.
Ya se nos había hablado del rollo que nadie podía abrir, pero que el Cordero tomó de la mano del que estaba sentado en el trono y lo abrió para nosotros. Ahora ese libro ha de ser comido. La imagen del comer tiene en sí misma precioso significado. Es asimilar, es hacer vida de sí mismo aquello que se come, es alimentarnos para tener vida, quiere expresar también una unión muy profunda.
¿Qué contiene ese librito? Es la profecía, es la revelación, es la Palabra de Dios, es el mandamiento del Señor, es el camino que hemos de seguir y vivir. Y nos dice ‘al paladar será dulce como la miel’; y ese mismo concepto lo hemos ido repitiendo en el salmo: ‘Qué dulce al paladar tu promesa… es mi alegría el camino de tus preceptos… son mi delicia… mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata… más dulce que la miel en la boca… la alegría de mi corazón’.
Cuando con fe acogemos y aceptamos el mandamiento del Señor así nos sentimos dichosos y felices. Es la dicha y el gozo de escuchar al Señor y poner en práctica sus palabras. Ya nos lo había dicho desde el principio a manera de bienaventuranza: ‘dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito, porque el plazo está cerca’. Es la riqueza de la Palabra del Señor que es nuestro gozo y nuestra alegría. ‘Más dulce que la miel en la boca’, que nos repite hoy. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’, había dicho un día Jesús.
Pero hoy nos dice también la profecía del Apocalipsis que ‘en el estómago sentirás ardor’. ¿Qué nos quiere decir?  Hoy terminará diciéndonos que ‘tienes todavía que profetizar contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos’. Profetizar es decir y proclamar la Palabra; profetizar es dar testimonio y convertirnos en testigos. Nuestra vida tiene que ser profecía; nuestra vida ha de ser la de un testigo. Testigos frente al mundo que nos rodea; testigos frente a un mundo de indiferencia cuando no de increencia.
Y damos testimonio de algo nuevo y distinto, de una vida nueva, de una vida distinta; damos testimonio de nuestra fe; hemos de dar testimonio con las actitudes y comportamientos de nuestra vida. No siempre será fácil, porque nos acecha la tentación, porque nos encontramos un mundo adverso y muchas veces en contra, porque ese testimonio nos costará esfuerzo y sacrificio. Profetizar, como decíamos, es ser testigo. Y el testigo es un mártir porque estará ofreciendo la propia vida como testimonio. Y eso en muchas ocasiones nos costará sufrimiento, dolor, lágrimas, sangre quizá con la que rubricar nuestro testimonio cuando sea necesario. ‘En el estómago sentirás ardor’.
Pero con nosotros está el Señor. No nos faltará su gracia, la fuerza de su Espíritu. Nos sentimos alentados en nuestra esperanza, fortalecidos en nuestra fe, con ánimo para dar siempre el testimonio de nuestro amor.

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