Estos son mis dos testigos que están en la presencia del Señor
Apoc. 11, 4-12; Sal. 143; Lc. 16, 9-15
Ayer tarde en una reunión a partir de una oración en
común que hacíamos y partiendo de unos textos que se n os ofrecían, alguien me
preguntaba por qué la gente bloquea a la Iglesia. En principio no entendía el
sentido de la pregunta pero al irse explicando la persona que hacía la pregunta
el sentido era por qué la gente se opone o rechaza a la Iglesia, lo que dice o
lo que enseña.
Fuimos comentando luego y tratando de explicarnos de
alguna manera el por qué de esos bloqueos, como decía la persona, y veíamos
cómo cuando nos enseñan lo bueno se contrasta claramente quizá nuestras
actitudes, nuestras posturas o nuestros actos no tan buenos; cuando se presentan
delante de nosotros testigos del bien y de lo bueno, ese testimonio puede
herir, por decirlo de alguna manera, y denunciar lo malo que pueda haber en
nosotros y una postura fácil y pronto que pueda surgir es el rechazo, la
descalificación o el tratar de acallar aquello bueno que se convierte en
denuncia del mal que haya en nosotros. Molesta la Iglesia, molesta el
evangelio, molestan los testigos del bien y de la verdad.
Al escuchar este texto de la Palabra de Dios tomado del
Apocalipsis que hoy se nos ha proclamado veo una iluminación para lo que antes
decíamos, porque fue lo que le sucedió a aquellos dos testigos de los que nos
habla el texto sagrado. ‘Estos son mis
dos testigos, los dos olivos y las dos lámparas que están en la presencia del
Señor de la tierra’, nos decía el texto; y nos daba las características de
aquellos dos pilares del Antiguo Testamento, que fueron Moisés y Elías como
signos y emblemas de la Ley y los Profetas.
Pero seguía diciéndonos proféticamente el texto
sagrado, ‘cuando terminen su testimonio,
la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los derrotará y los matará’.
Es la lucha y la oposición del maligno a los testigos del bien y de la verdad. Es
lo sucedido en todos los tiempos en que los buenos son perseguidos y a los que nos
anuncian el evangelio con su palabra y con su vida tratan de acallarlos.
Es la razón de las persecuciones que han sufrido los
cristianos de todos los tiempos y que hoy se sigue padeciendo en el corazón de
la Iglesia y en tantos lugares del mundo. No es el discípulo mayor ni mejor que
su maestro y si a Jesús lo llevaron hasta el calvario y la cruz, lo mismo les
sucederá a los testigos de Jesús. Es lo que de manera simbólica trata de
describirnos el Apocalipsis.
Pero la victoria del mal no es definitiva, como no fue definitiva
la muerte de Jesús en la Cruz porque contemplamos y celebramos al Resucitado,
al Señor de la vida y triunfador del pecado y de la muerte en su resurrección.
De eso sigue hablándonos hoy el Apocalipsis. ‘Al cabo de tres días y medio, un aliento de vida mandado por Dios
entró en ellos y se pusieron en pie en medio del terror de todos los que lo
veían’.
Por eso decimos y repetimos que el libro del
Apocalipsis es un libro de esperanza, nos alienta en medio de nuestras
tribulaciones y persecuciones, porque sabemos que con nosotros estará siempre
la victoria de Cristo resucitado porque nosotros estamos también llamados a la resurrección
y a la vida. La fuerza del Evangelio que es la fuerza de la vida y de la gracia
alcanzará su triunfo y podremos disfrutar del Reino de Dios en plenitud.
Seamos testigos sin ningún temor. No podemos callar lo
que hemos visto y oído, como decían los apóstoles cuando les prohibían hablar
del nombre de Jesús. No podemos callar aquello que hemos vivido y a nosotros
también nos ha llenado de vida. No será fácil nuestro testimonio, pero la
gracia del Señor está siempre con nosotros. Seamos siempre valientemente
testigos de Jesús y el evangelio.
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