¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar los sellos?
Apoc. 5, 1-10, Sal. 149; Lc. 19, 41-44
‘¿Quién es digno de
abrir el rollo y soltar los sellos?’
La visión continúa. Ayer contemplábamos la liturgia celestial y nos queríamos
unir con nuestra alabanza al canto a la gloria del Señor. Ayer contemplábamos
al Creador del universo, Señor Soberano de todas las cosas, y hoy vamos a
contemplar al Cordero que se ha sacrificado y nos ha comprado con su Sangre.
Es Cristo, el Señor, nuestro Salvador y nuestro Redentor.
Podíamos recordar aquí lo que nos diría san Pedro en sus cartas cuando nos
habla de que no hemos sido comprados ni
a precio de oro ni de plata, sino al precio de la Sangre de Cristo derramada
por nosotros.
‘Entonces vi delante
del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie;
se notaba que lo habían degollado… y el Cordero se acercó, y el que estaba
sentado en el trono le dio el libro con su mano derecha’.
Es Cristo
verdadera Palabra y revelación de Dios en esa imagen del Cordero que va a abrir
el rollo de la revelación para darnos a conocer todo el misterio del amor de
Dios. Una cosa sí sabemos y es que los libros en la antigüedad tenían esa forma
de rollos, que no tenían la encuadernación que tienen nuestros libros hoy.
Recordamos que el Apocalipsis comenzaba diciéndonos ‘esta es la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo para que
muestre a sus siervos lo que tiene que suceder’. Ahora contemplamos al
Cordero que toma de la mano del que está sentado en el trono el libro de la
revelación de Dios.
‘Y entonaron un
cántico nuevo: Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque
fuiste degollado, y con tu sangre has comprado para Dios, hombres de toda
tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal, que
sirva a Dios y reine sobre la tierra’.
Es el cántico al Cordero pascual que ha sido inmolado; Cristo es nuestra
Pascua. Ya no será la pascua recuerdo de la Antigua Alianza, sino será la
Pascua en la Nueva Alianza de la Sangre del Cordero. Es el Cordero de Dios,
como anunciaba y señalaba el Bautista, el que quita el pecado del mundo.
Es aquel que no sólo nos ha redimido de nuestro pecado
cuando ha derramado su sangre por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados, sino
que nos ha regalado su Espíritu para darnos nueva vida haciéndonos hijos de
Dios. Es quien se ha hecho en todo semejante a nosotros, pero para levantarnos
y elevarnos, para darnos una dignidad nueva, para configurarnos con El y
hacernos partícipes de su sacerdocio y de su heredad. Somos el nuevo pueblo, el
pueblo de la Alianza nueva y eterna, el pueblo sacerdotal que participa del
sacerdocio de Cristo, pues con Cristo hemos sido hechos de nuestro bautismo
sacerdotes, profetas y reyes.
‘Nos hiciste para nuestro
Dios reyes y sacerdotes’,
hemos repetido y meditado en el salmo y por eso cantábamos jubilosos la
alabanza del Señor. ‘Cantad al Señor un
cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de sus fieles, que se alegre
Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey… que los fieles festejen tu
gloria y canten jubilosos en filas…’
Desde un principio hemos dicho que el Apocalipsis es un
libro de esperanza porque es anuncio y revelación de la victoria de Cristo
sobre el mal. Cuando hoy contemplamos cómo en la sangre de Cristo hemos sido
redimidos de tal manera que así nos hace partícipes del misterio y de la vida
de Cristo no es para menos esa esperanza de la que se llena nuestro corazón.
Grande será el peso de nuestros pecados que nos abruma
el corazón, oscuros pueden ser los momentos por los que pasamos en las
tribulaciones de la vida, pero mayor es el amor del Señor que nos anuncia ese
triunfo sobre el mal, nos revela lo que es el amor de Dios y nos llena de nueva
vida. Serán entonces muchos los motivos para amar al Señor, para darle gracias
y para cantar eternamente sus alabanzas.
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