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miércoles, 21 de noviembre de 2012


Merezcamos compartir la vida eterna y cantar eternamente la alabanza del Señor

Apoc. 4, 1-11; Sal. 150; Lc. 19, 11-28
‘Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, por haber creado el universo: por tu voluntad fue creado y existe’.
El texto del Apocalipsis que hoy se nos ha proclamado nos invita a la contemplación de la gloria de Dios. No es para comentar y sacar muchas conclusiones, sino para contemplar. Es como una liturgia celestial en el que contemplamos a toda la creación cantando la gloria del Señor. Distintos momentos así contemplamos a lo largo del Apocalipsis. Para un pueblo que vive en la tribulación el contemplar la gloria del Señor les llena de esperanza y levanta su espíritu.
La persecución que sufrían los cristianos por parte del imperio romano en aquel momento era porque no querían reconocer al emperador como a un dios al que habia que adorar. También nosotros sufrimos la tentación de adorar a quienes no pueden ser dios de nuestra vida, porque más bien nos los creamos nosotros. Sólo el Señor, Dios nuestro, merece nuestra adoración, es a quien hemos de adorar. En esta liturgia celestial contemplamos al Señor del universo. ‘Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, por haber creado el universo’. Es el Señor soberano de todo y de todos a quien hemos de adorar.
Las imágenes de esta visión de Juan con que se presenta esa liturgia celestial pretenden resaltarnos la grandiosidad de la gloria del Señor. Por eso nos habla de ese trono lleno de resplandores, rodeado de los ancianos en medio del resplandor de los relámpagos y el retumbar de truenos. Una manera de hablar para expresarnos esa grandiosidad. Y ese cántico celestial ya escuchado en las visiones de los profetas y que nosotros repetimos en la liturgia terrena.
También nosotros queremos unir nuestras voces a los coros de los ángeles y arcángeles, a todos los coros celestiales, a los santos que ya participan de la gloria del cielo para cantar de la misma manera. El mundo entero desborda de alegría en medio del gozo pascual que alienta continuamente nuestra vida. Y proclamamos una y otra vez la alabanza y la gloria del Señor. ‘Santo, Santo, Santo es el Señor soberano de todo: el que es y era y viene… los cielos y la tierra están llenos de tu gloria’.
Lo expresamos hoy también cuando en el salmo responsorial hemos repetido ese cántico del cielo alabando al Señor ‘por sus obras magníficas, por su inmensa grandeza, tocando trompetas, y arpas, y cítaras, con tambores y danzas, con trompetas y flautas, con platillos sonores y con platillos vibrantes, porque todo ser que alienta que alabe al Señor’.
Es el cántico de toda la creación; es el cántico de toda nuestra vida. Todo sea siempre para la gloria del Señor. Y lo hacemos con gozo y alegría, y lo hacemos con amor. Y, aún en medio de nuestras luchas y tribulaciones, queremos cantar la gloria del Señor, porque estamos llenos de esperanza.  
Ahora nosotros en la tierra celebramos nuestra liturgia de alabanza y de acción de gracias cuando celebramos el memorial de la muerte y de la resurrección del Señor, que es celebrar nuestra salvación. Queremos dar gracias al Señor, como decimos en la segunda plegaria eucarística ‘porque nos haces dignos de estar en tu presencia celebrando esta liturgia’, en la espera de un día poder participar en esa liturgia del cielo, porque ‘merezcamos, en virtud de los méritos de Cristo, compartir la vida eterna y cantar eternamente la alabanza del Señor’.
Decíamos al principio que no queremos sacar conclusiones sino contemplar. Contemplamos esa liturgia del cielo llenos de gozo y de esperanza y queremos seguir viviendo nuestra liturgia de aquí en la tierra unidos al misterio de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que por nosotros se ha entregado, se ofrecido en el altar de la Cruz. Que todo sea en nuestra vida siempre para la gloria de Dios.

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