Revelación que Dios ha entregado a
Jesucristo…
Apoc. 1, 1-4; 2, 1-5; Sal. 1; Lc. 18, 35-43
‘Esta es la revelación
que Dios ha entregado a Jesucristo para que muestre a sus siervos lo que tiene
suceder pronto’.
Así comienza el libro del Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento y
de la Biblia. Es el libro de la ‘revelación’,
porque eso significa realmente la palabra Apocalipsis. Una revelación que
conduce al pueblo cristiano en medio de luchas y dificultades, son todas las
descripciones que se nos van haciendo a lo largo del Apocalipsis, en una lucha
contra el enemigo y el mal hacia el triunfo final en que contemplaremos la
nueva Jerusalén, la ciudad santa que bajaba del cielo, que es el trono y la
gloria de Dios.
‘Dichosos el que lee y
dichosos los que escuchan esta profecía y tienen presente lo que en ella está
escrito’. Es la
bienaventuranza; es la invitación al gozo en la esperanza. Podemos pasar por
momentos oscuros y difíciles pero no nos falta nunca la esperanza. Cuando a
finales del siglo primero de la era cristiana Juan escribe el Apocalipsis no le
faltan al pueblo cristiano persecuciones y dificultades. Pero se siente seguro
en el Señor; sabe que tiene asegurada la victoria. Esta revelación que recibe
de Dios a eso le impulsa, a eso le conduce. Será un camino de fidelidad pero
será también un camino de purificación.
‘Juan a las siete
Iglesias: gracia y paz a vosotros de parte del que es y del que era y viene…’ El Espíritu se va a dirigir a las
siete iglesias que representan la Iglesia toda de entonces y de siempre,
siempre en tribulación mientras espera al Dios que viene. A cada una de las
Iglesias les va a resaltar en aquello que destacan y son fieles, pero también
les va a llamar la atención y corregir en lo que pueden ser los fallos y en lo que
han de enmendarse. La voz del Espíritu les va a resonar fuerte en los oídos y
va a ser una voz que les invita a la purificación.
En el texto que hoy hemos escuchado el Espíritu se
dirige a la Iglesia de Éfeso. ‘Conozco tu
manera de obrar…’ y le recuerda todo el esfuerzo que va realizando, cómo no
quiere casarse con los malvados ni quiere confundirse con los falsos apóstoles
descubriendo a los que son embusteros. ‘Eres
tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga, pero tengo en contra
tuya que has abandonado el amor primero’. No mantiene la intensidad del
primer amor que se va enfriando. Es necesario caldear de nuevo el corazón para
volver a aquella primera intensidad.
Nos puede decir mucho a nosotros también. Queremos ser
buenos, luchamos y nos esforzamos, pero en ocasiones nos puede la debilidad.
Queremos ser fieles y queremos hacer siempre el bien, pero nos puede en
ocasiones el cansancio y la rutina y se nos enfría el corazón. Como los
enamorados que se van acostumbrando a su amor y pierden la frescura y la
intensidad del primer amor. Tenemos que recuperarlo. Por eso tenemos que
escuchar con atención sin cansarnos ni acostumbrarnos la Palabra de Dios de la
que hemos de sentir siempre su novedad para no caer en esa frialdad y rutina.
Por eso aunque a veces nos pueda parecer repetitiva la
Palabra que se nos proclama y que vamos escuchando hemos de hacer el esfuerzo
de abrir bien siempre los oídos del corazón para que sea una palabra viva que
nos interpele, que nos despierte, que enriquezca nuestra vida, que nos haga
sentir la gracia y la fortaleza del Señor.
‘Dichosos el que lee y
dichosos los que escuchan esta profecía y tienen presente lo que en ella está
escrito’. Que
sintamos esa bienaventuranza sobre nosotros porque así escuchemos y le demos
importancia a lo que el Señor nos revela. Que el Espíritu venga a nosotros y
nos hable también al corazón para dejarnos transformar. Aunque seamos débiles
con nosotros estará siempre la fortaleza y la gracia del Señor.
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