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jueves, 16 de agosto de 2012


Vivamos con sinceridad el perdón del Señor para saber perdonar a los demás
Ez. 12, 1-12; Sal. 77; Mt. 18, 21-19,1
¿Habremos olvidado que cuando rezamos el padrenuestro decimos ‘perdona nuestras ofensas como nosotros hemos perdonado a los que nos ofenden’? Creo que tendríamos que pensarlo. O que cuando recemos el padrenuestro lo hagamos con total sinceridad sabiendo bien lo que decimos y pedimos.

Cuántas veces cuando tenemos la humildad de reconocernos pecadores venimos a pedirle con insistencia al 
Señor que nos perdone; cuántas consideraciones nos hacemos de la misericordia del Señor y de lo bueno que es que siempre nos perdona, pero nos olvidamos de tener nosotros los mismos sentimientos de compasión y de misericordia con los demás. 

Si con sinceridad hemos experimentado en nuestra vida lo que es la misericordia del Señor que nos perdona, de esas mismas entrañas de misericordia y compasión tendríamos nosotros que llenarnos en nuestra actitud y en nuestra postura a los demás. Algunas veces me pregunto si realmente vivimos con hondura el perdón que el Señor nos regala cuando nos acercamos a El arrepentidos en el Sacramento de la Penitencia o si acaso nos contentamos con hacer un rito al que no le hemos dado toda la profundidad de vida que tendría que tener el sacramento.

Pero por la manera injusta que tenemos de tratar a los demás quizá podría ponerse en tela de juicio el que sinceramente hayamos experimentado lo que es la misericordia del Señor. Es por eso por lo que nos gusta llevar las contabilidades como vemos en la pregunta de Pedro hoy. ‘¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?’

Creo que quien haya experimentado de manera viva en su vida lo que es la misericordia y el perdón difícilmente no haría lo mismo también con los demás, Sentirme amado y perdonado es una experiencia muy rica en la vida. Reconocer que he obrado mal y que sería merecedor de un castigo en justicia por lo mal que he hecho, pero al mismo tiempo experimentar cómo se tiene compasión con nosotros y se nos perdona es algo que realmente tendría que transformar nuestro corazón y hacer que a partir de ese momento actuemos de forma distinta con los demás. 

Qué duros somos en ocasiones para juzgar a los demás y para condenarlos, sin quizá haber mirado primero la viga que podamos llevar en nuestro ojo, en nuestra vida. Qué intransigentes nos volvemos contra las faltas de los demás como si nosotros fuéramos tan perfectos que nunca cometiéramos error. En la duraza del corazón nos volvemos vengativos. 

Sin embargo cuando nosotros erramos y hacemos el mal, con qué facilidad nos justificamos y siempre tenemos una explicación que dar para tratar de justificarnos. Nos creemos con derecho a la justificación pero no le damos el derecho al otro a disculparse o pedir perdón.

Todo esto en el trato y relación con los demás. Todo esto en nuestra relación con el Señor. Cómo rezamos cada día el padrenuestro con todas y cada una de sus invocaciones y peticiones, y sin embargo no terminamos de llenar de compasión y misericordia nuestro corazón. 

A la pregunta de Pedro que hemos de reconocer que expresa también lo que muchas veces nosotros llevamos dentro Jesús propone la parábola que escuchamos que es bien gráfica y descriptiva de lo que solemos hacer. Muchas veces tendríamos que leer esta parábola y meditarla, pero viéndonos nosotros reflejados en ella para que aprendamos a perdonar con generosidad, para que seamos sinceros en nuestra oración con el Señor, para que llenemos de ternura divina nuestro corazón. 

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