La riqueza de la Palabra de Dios nos inunda de sabiduría divina
Ez. 1, 2-5.24- 2, 1; Sal. 148; Mt. 17, 21-26
Como en un abanico desplegado nos aparecen diversos temas o pensamientos en la Palabra de Dios que hoy se nos proclama. Es la riqueza de la Palabra del Señor que nos inunda siempre de sabiduría divina para hacernos penetrar más y más en el misterio de Dios y para iluminarnos en ese camino que llenos de fe y de amor hemos de hacer cada día.
Por eso con cuánta atención hemos de escuchar, acoger en nuestro corazón la Palabra que el Señor quiere dirigirnos cada día cuando venimos a El en nuestra celebración. Si le prestáramos atención y fuéramos en verdad sembrando esa semilla divina en nuestro corazón veríamos cómo iríamos avanzando en nuestra vida espiritual que va a repercutir en gran manera en nuestra forma de vivir, pero también en nuestra relación con los demás para ir haciendo cada día nuestro mundo mejor.
Nada tiene desperdicio en la Palabra del Señor que cada día se nos proclama. Tenemos la tentación algunas veces de pensar en una primera lectura o escucha que hagamos de la Palabra, bueno, hoy es de poca importancia, o pocas son las cosas que puede enseñarnos; cuán equivocados estamos porque Dios en la riqueza de su sabiduría divina siempre tiene mucho que regalarnos. Así es su amor.
En la primera lectura comenzamos a leer al profeta Ezequiel. Era un sacerdote pero que no pudo ejercer en el templo de Jerusalén pues fue llevado al destierro y la cautividad y allí fue profeta para el pueblo que lejos de su tierra necesitaba escuchar fuertemente esa Palabra de Dios que le mantuviese fiel a la Alianza. Lo iremos escuchando en los próximos días, salvo en los que haya alguna celebración especial.
Hoy comienza haciéndonos una descripción maravillosa de la gloria del cielo. Aparte de ser pueblo que en sus expresiones utiliza la belleza de ricas imágenes y descripciones también la situación de cautividad en que vivían necesitaba de manifestaciones gloriosas tal como nos describe el profeta que les alentasen para sentir la presencia del Señor con ellos aunque les pareciera que andaban como abandonados de Dios en su cautividad. Iremos escuchando en los próximos días la presentación de ricas imágenes que ofrece el profeta que ayudaron a aquel pueblo en los momentos concretos y difíciles que Vivian y nos sirven también de ayuda para sentir esa presencia del Señor junto a nosotros. Se manifiesta la gloria del Señor que todo lo envuelve con su presencia de amor.
En el evangelio nos aparecen dos cosas: por una parte el anuncio que una vez más Jesús hace de su pasión y de su pascua. ‘Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día’. El evangelista dice que ellos no entendían. Cuánto cuesta oír hablar de pasión y de muerte, de entrega y de sacrificio. Nos viene bien recordarlo continuamente nosotros también. Que no olvidemos que cada vez que celebramos la Eucaristía estamos anunciando y proclamando la pascua del Señor.
Finalmente un hecho que nos puede parecer anecdótico, pero que no lo es tanto. Le preguntan a Pedro si Jesús no paga las dos dracmas que había que pagar al templo. Vemos la respuesta y el actuar de Jesús, en ese detalle de la pesca de aquel pez que tenía la moneda de plata y que sirvió para pagar el impuesto tanto de Jesús como de Pedro.
Pero, ¿nos quedamos ahí? Creo que hay un mensaje. Jesús como hombre perteneciente a aquel pueblo concreto en el que vivía, aunque como Hijo de Dios podíamos decir que estaba por encima de todo, sin embargo quiere contribuir como un ciudadano más en aquellos medios materiales o económicos para el sostenimiento ya fuera del templo como de todo lo que era actividad de aquella sociedad.
Un detalle que nos recuerda y enseña muchas cosas. Nuestra responsabilidad con la sociedad en la que vivimos y la contribución que cada uno ha de hacer para la solución de sus problemas. No vale cruzarse de brazos para que otros hagan o mirar para otro lado como si esa responsabilidad no fuera con nosotros. Hay unas obligaciones de índole social que no podemos eludir porque estaríamos dejando de lado nuestra responsabilidad. Creo que en momentos como los que vivimos todo esto tendría que hacernos pensar, aunque necesitaríamos reflexionas más amplias. No somos ajenos a la sociedad en la que vivimos.
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