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martes, 14 de agosto de 2012


El que sepa hacerse niño será grande en el Reino de los cielos
Ez. 2, 8-3,4; Sal. 118; Mt. 18, 1-5.10.12-14
‘Abre la boca… y come este volumen que te doy y vete a hablar a la casa de Israel’. Bella imagen que nos ofrece el profeta Ezequiel que nos habla de cómo hemos de hacer vida de nuestra vida la Palabra del Señor para que podamos luego llevarla también a los demás. Igual que asimilamos el alimento que comemos y se hace vida en nosotros, porque ese alimento nos da vida, nos hace vivir, así ha de ser la Palabra del Señor para nuestra vida. Palabra que es siempre una palabra dulce porque es una palabra de amor, como repetíamos en el salmo ‘¡Qué dulce, Señor, es en el paladar tu promesa!’.

Muchas veces hemos reflexionado sobre cómo hemos de acoger la Palabra de Dios, con qué atención la hemos de escuchar, y cómo hemos de plantarla en nuestra vida. Es la actitud de respeto y amor con que siempre hemos de acoger la Palabra del Señor, la atención que le hemos de prestar y, como hemos dicho en otras ocasiones, como buena semilla hemos de plantarla en nuestra vida. Ojalá siempre se haga vida de nuestra vida. 

Interesante la pregunta que le hacen los discípulos a Jesús. Pregunta que siempre estaba de alguna manera como flotando en el aire entre ellos, porque no pocas veces hasta discutían sobre quién iba a ser el primero; los codazos que los humanos nos damos tantas veces por alcanzar los primeros puestos; era en cierto muy normal y muy humano que en el grupo que seguía a Jesús también tuvieran sus ambiciones, porque realmente aún no habían purificado lo suficiente su corazón en el seguimiento y la imitación de Jesús. Aunque la pregunta hace una referencia explícita al Reino de los cielos, sin embargo podemos interpretar que ahí estaban también presentes sus ambiciones humanas.

‘¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?’ La respuesta de Jesús fue poner un niño pequeño en medio de ellos. Y les dice tres cosas: hay que hacerse como niño, hay que saber acoger a un niño, y nunca podemos despreciar a un niño o a quien consideremos pequeño. 

Pero, si lo que estamos preguntando es quien es el más grande, el más importante, ¿cómo es que hay que hacerse pequeño? Podría ser lo que primero rebatiéramos. El niño era imagen de lo pequeño, de lo insignificante, de lo que tenía poco valor. En la sociedad de entonces los niños no eran valorados de ninguna manera. Y es que entonces y ahora también todos queremos ser grandes, nadie quiere ser pequeño ni pasar por insignificante. Los niños estaban para los mandados, por así decirlo, y los niños no podían tomar decisiones importantes. Y equiparados a los niños había mucha gente a la que se consideraba así insignificante, de poco valor. 

En cierto modo, ¿no nos sigue sucediendo algo así que despreciamos y minusvaloramos a tantos porque no saben, porque no son de aquí, porque son de esta condición, porque son de otra raza…? Cuántas discriminaciones seguimos haciendo en la vida. 

Hoy Jesús nos hace aprender la lección. Tenemos que aprender a hacernos pequeños, que no nos importen los trabajos llamados humildes. Porque así tenemos que hacernos pequeños y saber acoger a los pequeños; porque así nunca podremos despreciar a nadie porque seamos pequeños. Y quien sepa hacerlo así ese es el que será grande en el Reino de los cielos.

Y es que el Señor ama a todos y ama a los pequeños, y no quiere que nada ni nadie se pierda. Por eso nos pone la pequeña parábola que nos habla de la oveja que el pastor va a buscar allá donde esté. Así nos busca el Señor; así nos busca y nos ama a todos; así no enseña esas actitudes nuevas para nuestro corazón en que sepamos buscar a todos, amar a todos sin distinción y en nuestro amor sepamos estar al lado de los que son pequeños o nos parezca que son los últimos. Hermosa lección. Tu palabra, Señor, es dulce al paladar.

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