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sábado, 2 de junio de 2012


Sólo con la humildad de quien se abre sinceramente a Dios, podemos descubrir su revelación
Judas, 17.20-25; Sal.62; Mc. 11, 27-33
Queremos hacer la fe razonable y razonada, fundamentándola en razonamientos humanos que le den la autoridad o el valor; sin ir en contra de nuestra razón, porque Dios nos ha dado también capacidad y deseos de buscarle y poder atisbarle, sin embargo la fe es algo más.
La fe es confianza porque es fiarse; la fe nos trasciende porque entra en otras esferas superiores a nuestros razonamientos humanos; la fe nos abre al misterio porque a Dios no lo podemos encerrar en nuestros razonamientos o categorías humanas; pero la fe al mismo tiempo nos abre a la plenitud llenando nuestro espíritu desde lo más hondo porque es llenarnos de Dios, dejarnos conducir por Dios, entrar en la órbita del conocimiento de Dios.
La fe y nuestra relación con Dios no es cosa que podamos manipular a nuestro gusto o manejar a nuestro antojo. La fe es entrar en una relación personal con Dios, al que no vemos con los ojos de la cara, pero sin embargo somos capaces de aceptarle y fiarnos de El porque a Dios sí que lo podemos sentir en nosotros, en lo más íntimo y profundo de nosotros pero no para anularnos, sino para llenarnos de plenitud. Claro que cuando queremos que Dios sea como a nosotros nos apetezca no lo vamos a encontrar, porque sólo con la humildad de quien se abre sinceramente a Dios es como podemos descubrir su revelación.
Cuánto les costaba a los judíos, sobre todo a los dirigentes y principales entre el pueblo, conocer y aceptar a Jesús. Los vemos continuamente buscando razonamientos, justificaciones, autoridad que ratifique las obras que Jesús realiza. No son capaces de ver el actuar de Dios en Jesús porque además ellos se habían hecho otra idea de lo que sería el Mesías y no habían llegado a descubrir el misterio de Dios.
Hoy vemos que una vez más le piden explicaciones. ‘Se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos del Consejo del Sanedrín y le preguntaron: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Los versículos anteriores a este pasaje que estamos comentando nos hablan de la expulsión de los vendedores del templo, que siendo la casa de oración la habían convertido, como les diría Jesús, en una cueva de ladrones.
Mucho era lo que Jesús quería purificar en aquel pueblo que no era solo el que vendieran o no vendieran palomas o los animales de los sacrificios en el templo. Había mucha manipulación por parte de las autoridades judías y ya conocemos cómo Jesús les criticaba que quisieran imponer pesadas cargas al pueblo en una multitud de ritualidades, mientras en sus vidas no había auténtica sinceridad. La sinceridad del corazón era lo que Jesús buscaba en aquellas gentes porque eso, como veremos en otros pasajes, solo los sencillos de corazón, los pequeños y los humildes recibirán la revelación de Dios.
Es cómo nosotros también tenemos que purificar nuestro corazón; es la humildad con que tenemos que acercarnos a Dios para conocerle tal como El se nos revela. Jesús no responde a aquellas personas interesadas sino que les hace una contra-pregunta para hacerles ver la incongruencia con que andan en su vida, por lo que no contestarán a la pregunta de Jesús.
Que el Señor nos conceda un corazón puro y humilde para que podamos acercarnos con sinceridad al misterio de Dios y podamos sentir en lo más hondo de nuestro corazón su presencia y su amor que nos llena e inunda de bendiciones.

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