La visita de María a Isabel es la
visita de Dios que nos ofrece su salvación
Sofonías, 3, 14-18; Sal.: Os. 12, 2-6; Lc. 1, 39-56
‘Regocíjate, hija de
Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El
Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos…’
Palabras llenas de júbilo del profeta que anuncian la
llegada de la salvación para el pueblo de Israel. Palabras de júbilo que nos
ofrece la liturgia en esta fiesta de la visitación de María a su prima Isabel,
signo y señal al mismo tiempo que imagen de la presencia del Dios que llega con
su salvación para todos los hombres.
María visita a su prima Isabel, tras haber escuchado el
anuncio que el ángel le hizo a María de su maternidad divina; como una señal de
la veracidad de la Palabra que llega de parte del Señor a María se le anuncia
que también su prima Isabel va a ser madre. Ante la noticia, y movida por el
amor del corazón de María, corre hasta la montaña para ir a visitar a su prima
Isabel.
Pero podemos decir que no es sólo la visita de María,
sino la visita de Dios, del Dios que viene a nuestro encuentro para ofrecernos
vida y salvación y que ya se está realizando en el seno de María donde se ha
encarnado el Hijo de Dios y se está gestando el nacimiento de Jesús. Pero con
María llega a Dios a aquella casa de la montaña y con ella llega la gracia y la
salvación.
‘En cuanto Isabel oyó
el saludo de María saltó la criatura en su vientre’, como cuenta el evangelista que se
verá corroborado por las palabras de Isabel. Llega la gracia de Dios que
santifica en primer lugar a Juan, aún en el seno de Isabel, y que va a ser el
varón más grande de los nacidos de mujer, como diría un día Jesús de él. Pero
es Isabel también la que se llena de Dios, del Espíritu divino. ‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a
voz en grito: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’
María es la llena de gracia que va derramando gracia
allá por donde vaya. Está llena de Dios, como le había dicho el ángel en la
anunciación, y es a Dios a quien María lleva allá donde se encuentra. ‘El Señor está contigo’, le dijo el
ángel, y allá donde vaya María ella llevará a Dios. Por eso a María la podemos
contemplar como trasmisora de Dios y como camino hacia la salvación; por eso
María siempre nos estará conduciendo a Dios para que hagamos en todo lo que
Dios nos diga, lo que Dios nos pida. ‘Haced
lo que Él os diga’, les dijo a los sirvientes de Caná. Es lo que siempre
escucharemos a María.
María reconoce humilde y agradecida las maravillas que
Dios hace en ella que se siente pequeña, pero que sabe que Dios la está
haciendo grande cuando la hace su madre. Su vida es todo un cántico de alabanza
y de acción de gracias por las maravillas que en ella Dios realiza. ‘Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava… el Poderoso ha hecho obras
grandes en mí y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación…’ Sabe y reconoce María las maravillas que Dios en ella realiza,
pero sabe María que a través de ella, en el hijo que lleva en sus entrañas que
es el Hijo de Dios, se va a manifestar la misericordia y el amor del Señor para
todos los hombres.
María se siente transformada por Dios; es la pequeña
que Dios hace grande, pero es la señal de la transformación que Dios quiere
realizar en todos los hombres con el Reino de Dios que en Jesús se va a
constituir y realizar. Es la exaltación de los humildes, es la transformación
de los corazones, es el mundo nuevo que va a comenzar donde ‘los
poderosos serán derribados de sus tronos y a los hambrientos se les colmará de
bienes’.
Es el signo, es la señal que contemplamos en la visita
de María a Isabel que es la visita de Dios a la humanidad para ofrecerle la
salvación. Es lo que hoy nosotros celebramos pero es lo que queremos vivir.
Celebrar la visita de María a Isabel es recibir también nosotros esa visita de
Dios a través de la contemplación de María. Es comenzar nosotros a sentir
también en nuestra vida esa gracia y esa salvación que llega a nosotros,
dejando que nuestro corazón también se transforme y se llene de vida y de
gracia.
‘Llevaste el gozo y la
salvación, con la visita de María, a la casa de Isabel, concédenos ser dóciles
a las inspiraciones del Espíritu para poder llevar a Cristo a los hermanos,
proclamar las grandezas del Señor con nuestra alabanza y llevar por los caminos
de santidad a todos los hombres’.
Así pedimos en la oración litúrgica de esta celebración. Nosotros también hemos
de saber ir a los demás llevando a Dios como lo hacía María. Nosotros hemos de
aprender de la misma manera a llenarnos de Dios, a llenarnos de su gracia para
vivir una vida santa y nuestro encuentro con los demás sea siempre una visita
de Dios.
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