Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe
1Pd. 1, 3-9; Sal. 110; Mc. 10, 17-27
¡Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe! Alguien
podrá no estar de acuerdo con esta afirmación, porque incluso querrá liberarse
de la fe como si fuese un peso muy grande sobre su vida. Pero sigo afirmando
qué dicha poder tener fe. No es un peso pesado, no es una carga pesada; es una
dicha, es un camino de plenitud y felicidad para mí.
Primero, porque tengo la dicha de poder conocer y
encontrarme con el Dios que me ama, y de qué manera; y en El encuentro vida y
salvación. Me siento agradecido porque es mi creador y aún más siento en mi
vida la salvación que me ofrece con la que me libera de cuanto pueda atarme y
esclavizarme, como lo hace al final el pecado cuando lo dejo entrar en mi vida.
Además me da un sentido de trascendencia a mi vida que
no se queda encerrada en el tiempo presente sino que me llena de esperanza de
vida eterna, de vida en plenitud. No lucho por una recompensa que se queda
reducida al espacio ni a los límites del tiempo presente o de las cosas que son
caducas, sino que lleno mi corazón con la esperanza de una plenitud.
Por eso cuando en la vida tenga que enfrentarme a
momentos malos, por los problemas que vayan apareciendo en mi vida, por lo
dificultoso que pueda ser en ocasiones la relación con los demás, o por los
malos tragos por los que tenga que pasar como consecuencia de la debilidad de
la vida misma o de relación difícil que pueda tener con los demás, no me siento
abrumado y sin esperanza; sé que puedo encontrar una fuerza que me ayude a
luchar y a superar esos malos momentos y siempre habrá una luz que se encienda
en mi corazón para ver las cosas con otro sentido y valor.
Mi corazón no se llenará de amargura ante un destino
irremediable, sino que sabré descubrir y ver la mano providente y amorosa de
Dios que me ayuda, que está a mi lado, que me da la fuerza y la gracia que
necesito en ese camino de mi vida. Además mi corazón se llena de esperanza
desde la confianza que pongo en Dios por encima de todas las cosas. Cuando
falta esa fe y esa esperanza todo será difícil y costará mucho encontrar una
luz que dé un sentido y un valor a lo que sea la situación de mi vida.
Hoy, cuando hemos comenzado a leer la carta de san
Pedro, vemos lo que nos ha dicho como una bendición a Dios por la fe. Hemos
retomado el tiempo ordinario con la lectura de la carta de Pedro y el evangelio
de Marcos. ‘Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza
viva, para una herencia incorruptible, que os está reservada en el cielo…’
Es cierto que esa fe tiene sus exigencias y no es por
otra parte como una dormidera que me cierre los ojos ante las dificultades que
encuentre en la vida. Pero cuando tenemos esperanzas de plenitud y de una dicha
grande no nos importan esas pruebas que tengamos que sufrir porque en la
esperanza encontramos fuerza para llegar al final. La esperanza de la gracia de
Dios que nos acompaña y está a nuestro lado en todo momento para hacernos
llegar a esa meta de plenitud. Como nos dice el apóstol ‘alegraos de que tengáis que sufrir un poco en pruebas diversas; así la
comprobación de vuestra fe – de más precio que el oro que aunque perecedero lo
aquilatan a fuego – llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se
manifieste Jesucristo’.
¡Qué dichosos nos sentimos de poder tener fe!, como
decíamos al principio. Busquemos alcanzar la vida eterna, como nos enseña el
evangelio, no dejando apegar nuestro corazón a las cosas terrenas que serán un
peso muerto que nos arrastrará hacia abajo y nos impedirá mirar bien alto, para
alcanzar la meta de nuestra fe en Cristo Jesús.
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