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jueves, 28 de junio de 2012


No basta decir “Señor, Señor” es necesario plantar la Palabra en el corazón
2Reyes, 24, 8-17; Sal. 78; Mt. 7, 21-29

‘La gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados’. Es el final del largo sermón del monte. La gente estaba admirada. En las palabras de Jesús había vida, trasmitian vida y esperanza. 

Con las palabras de Jesús se sentían interpelados por dentro; les hacía pensar, plantearse cosas; con las palabras de Jesús sentían que algo nuevo comenzaba en su interior y deseaban profundamente sentirse transformados y distintos. Era la vida de Dios que nacía en sus corazones. Ponían fe también en las palabras de Jesús; se suscitaba su esperanza, y se despertaba aún más la fe escuchando a Jesús. Y escuchando a Jesús se llenaban de vida nueva, la vida nueva de la gracia, la vida nueva del Espíritu que nos inunda para hacernos hijos de Dios.

Pero no era suficiente solamente reconocer la autoridad con que hablaba Jesús o la sabiduría de sus palabras. Muchas veces la gentes prorrumpirán en alabanzas en torno a su Jesús y su mensaje, pero algunos se quedaban sólo ahí. Estaba bien reconocer la vida que se trasmitía con aquella Palabra de Jesús, pero esa vida era como una semilla que había de plantarse en el corazón y cuidar la planta que surgiera para que llegara a dar fruto. No nos podemos quedar en alabanzas y bendiciones por lo bien que habla o por las palabras bonitas que dice.

Pero es que Jesús va directo al grano. Sabiendo lo que puede pasar ya les previene. No basta decir ‘¡Señor, Señor!’. No nos vale decir es que nosotros estábamos allí cuando Jesús pronunció estas palabras o vimos los milagros que hacía, ni siquiera que lleguemos a hacerlos nosotros. Es necesario algo más. ‘No todo el que me dice  “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo’. La semilla que se planta es necesario que crezca y llegue a dar fruto. 

Y Jesús nos habla del hombre prudente que edifica su casa sobre roca. No temerá los malos tiempos, porque tiene bien fundamentada la casa. Quizá le costó mayor esfuerzo construirla para darle la debida fundamentación, pero el fruto es claro y palpable, Nada podrá echarla abajo. Mientras que aquel que quizá le costó menos, porque simplemente construyó sobre la arena del piso, pronto la verá derrumbarse al menor temporal. 

Así nosotros, hemos de saber fundamentar bien nuestra vida. La Palabra del Señor es esa roca firme y segura sobre la que fundamentar nuestra vida. Por eso hemos de saber escuchar la Palabra de Dios; escucharla y plantarla bien en nuestro corazón; escucharla y llevarla a la práctica de nuestra vida; escucharla y realizar luego lo que esa Palabra me va pidiendo. 

Tenemos un ejemplo y un modelo bien hermoso en María. La que acogió y plantó la Palabra de Dios en su corazón. Conocemos aquel momento en que una mujer grita en alabanzas a María porque tuvo la dicha de llevar en su seno a Jesús, el Hijo de Dios. Y la alabanza de Jesús dice que María supo plantar la Palabra de Dios en su vida y llevarla a la práctica. María abrió su corazón a Dios y dejó que Dios actuara en ella; María supo decir Sí a Dios y el Espíritu Santo la cubrió con su sombra y de ella nacería el Hijo de Dios. 

Aprendamos a abrir nuestro corazon a Dios; aprendamos a decir Sí como María; aprendamos a dejar que la Palabra de Dios se siembre en nuestra vida y que la gracia del Espíritu del Señor riegue esa planta nueva que nace en nuestro corazón para que lleguemos a dar fruto. Dejemos a actuar al Espíritu divino en nuestra vida. 

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